ande. No solo se trataba de Alex, un bebé de seis meses que necesitaba atención constante, sino también de entrar en la vida de un hombre cuyo mundo parecía estar hecho de silencios y reglas
a comenzaba y que ella debía estar lista para enfrentar lo que viniera. En la mansión, todo tenía un horario, todo se hacía con precisión, y Miurel tenía
siempre perfectamente hecha, se encontraba al lado de una enorme ventana con vistas al jardín trasero, donde las rosas parecían siempre florecer, como si el clima dentro de la mansión fue
tomar su biberón a las 7:30 en punto, antes de su baño y de un rato en su alfombra de juegos. A esa hora
y su momento. La vida en la mansión de Angel había sido, desde el primer día, un ejercicio de orden y precisión. Había una calma en la estructura de l
to, cada movimiento. Con el tiempo, Miurel comenzó a notar pequeñas cosas que indicaban la naturaleza de Alex: su risa baja y profunda cuando le hacían cosquillas, su curiosidad insaciable por todo lo que veía, y su
céspedes cuidados y árboles que proporcionaban sombra, y Alex disfrutaba de estar al aire libre. Aunque no podía caminar, parecía disfrutar de las sua
asa, los pasillos adornados con cuadros que nunca parecían ser tocados. Las paredes eran frías, de un color gris claro, como el reflejo de la indiferen
estaba
uando él comenzaba a bajar de su oficina, o de alguna de las salas de reuniones donde pasaba la mayor parte de su tiempo. Su presencia siempre
a mañana, cuando pasaba brevemente por el salón para ver al niño antes de irse al trabajo. Solo una mirada rápida, un gesto ca
fuera un hombre reservado; había una especie de muro invisible entre él y el resto del mundo, algo que lo separaba de todos los
a escaso, solo unas pocas personas encargadas de la limpieza y la cocina, todos discretos, eficientes y siempre en su lugar. Nadie hablaba demasiado entr
el pequeño crecía sin que pudiera evitarlo. Aunque solo se había comprometido a ser su niñera, algo en su interior le decía que lo que sent
mpiaba las habitaciones, ordenaba el salón y preparaba el almuerzo. Durante las tardes, a veces aprovechaba el tiempo para hacer pequeñas compr
rel se preguntaba si algún día llegaría a comprender realmente a Angel. Si algu
ás comenzaba a germinar en el corazón de Miurel: la sensación de que su
ara ella. Un pequeño rincón donde, a través de los ojos de Alex, veía algo más allá del orden metic
raba su lugar, algo le decía que las sombras de la mansión, y de Angel