omenzado a cambiar. El niño, con solo seis meses de vida, había logrado penetrar en su alma de una manera que ni ella misma compren
rillantes, eran un reflejo puro de sus emociones. Sus risas, aunque simples, lograban llenar la mansión de una alegría palpable. Y en esos momentos, Miurel se
mbado sobre su pancita, mirando las figuras de peluche que ella había colocado cuidadosamente a su alrededor. Cuando ella se acercó, Alex la miró con una gran sonrisa, estirando sus mani
la cabeza. Alex comenzó a reír, una risa ligera y contagiosa, como si el
cía sentir como si el peso de sus propios pensamientos y preocupaciones se desvaneciera por un momento. Alex, con su ino
lnerable, le ofrecía una sensación de paz que nada más en la mansión podía proporcionarle. No importaba lo distante que fuera Ángel,
que Miurel aún trataba de comprender, el hombre que, a pesar de su aparente indiferencia, había dejado entreve
hojas creando un ambiente tranquilo y sereno. Era el lugar perfecto para que el niño respirara aire fresco y disfrutara de la naturaleza mientras Miurel aprovechaba para despejar su mente. Aunque
taba las manos, completamente ajeno a la realidad que lo rodeaba, sumido en su propio mundo de risas y descubrimientos. Miurel lo observaba con una mezcla
a su pecho mientras él reía, disfrutando del contacto. Su pequeño cuerpo, tan ligero y cálido, encajaba perfectamente en los brazos de Miu
n un viejo amigo-. A veces, cuando te miro, todo lo de
aire. Miurel, por un segundo, cerró los ojos y permitió que su corazón latiera a su ritmo. Era como si el tiempo se hub
, sino que se había convertido en una parte de su vida, en una especie de refugio emocional que le ofrecía consuelo sin pedir nada a cambio. Cuando se se
ntenía en constante reflexión. Ella no podía negar que, a pesar de su frialdad, había algo en Ángel que también la atraía. Había algo en su tristez
es. El niño, con su inocencia, le ofrecía un tipo de consuelo que ni ella misma podía describir. No importaba si Ángel era distante o cerraba su co
había convertido en una fuente de fortaleza para ella. Él, sin querer, la había ayudado a sanar de las cicatrices in
sol en los días nublados, en el consuelo que nunca habí
abía cambiado dentro de ella. Ya no estaba sola en este espacio frío. Ya no estaba sola en su propio mundo. Había encontrado un refugio en el pequeño bebé que, sin saberlo, le ofrecía lo que Ángel nunca le había dado: la