La Rosa de la Muerte
ta monotonía del paisaje. Verde. Más verde. Un molino. Vacas. Ovejas. Árboles torcidos por
arruaje, de tapicería borgoña, olía a cuero, polvo viejo y a las flores de lavanda que la d
logr
ntra el respaldo a cada bache, y la ausencia de cualquier conversación humana la e
uró, mirando la ve
vez que el cochero gritó a los caballos para que subieran una cuesta resbaladiza. El paisaje, au
sobre los adoquines, los gritos de los vendedores ambulantes, el
arecía moverse en silenci
l vidrio, buscando el fr
Frederick. Sir Frederick
últ
bía sido el más... dulce. Tísico, encorvado, con una tos que parecía desgarrar
quería ver
siendo en su pañue
amos ir a Italia. Roma. V
duele verlo. Las ruina
la mano por el cabello ralo y le prome
rido. Pronto
a que el tiempo de Frederick no se contaba ya
a planificar
ril, mientras Eveline le
uspiro fue
ali
húmeda y ordenó a los sirvientes que
cadena. Y ella, por más que el mundo la acusara de ser una ca
de Frederick. Por la promesa rota d
los ojos, dejando que el movimiento la meza, casi como si regresara a aquella tar
ía, con esa dulzura fatigada suya, maravillándose de la niebla en l
surró Eveline, entre u
sacándola de sus cavilaciones. La doncella, se
ino está... -in
o una mano enguantada-. Dudo que este lugar
como un pájaro asustado. Eveline no podía culparla. S
a que detrás había mucho más -¿un intento desesperado de su padre por sacarla de Londres? ¿Un plan
ropuestas indignas, las cartas
iscutían quién sería el próximo tonto en caer bajo su embrujo. Incluso los diarios, con su hipocresía
a embalado sus vestidos, sus joyas, su arsenal de indiferencia, y hab
hora
na mansión rural, entre parientes remilgados y un herede
t Mon
su mente, como un
mores: que era un hombre
sionado, traicionado por una joven que prefirió a un vizconde más prometedor. Desde entonces, Ellio
esta vez con g
ra sí-. Al menos es
ma. Una construcción imponente, de piedra oscura, con torres que desafiaba
e a las escaleras principal
cendió después, dejando que su capa ondeara dramáticamente tras e
stro pétreo les hi
la Residencia Monderlai. Lord Ell
impasible, aunque una chispa de em
l hacia su destino, consciente de que, de alguna manera qu