Bajo dos lunas
iedra y tapices que representaban batallas épicas, sentía una creciente sensación de desorientación. La luz de la luna plateada, que se filtraba a t
romesas rotas, resonaran entre los muros. Selene caminaba en silencio, sus pasos sonando sobre el suelo de mármol, mientras su escolta la seguía de cerca. El c
eciera una entrada a otro mundo. Selene no necesitó que nadie le dijera que era la puerta que la llevaría directamente al príncipe Aric. Su estómago dio un
y, con un gesto fir
c la espera -dij
de entrar era vasta, con paredes cubiertas de antiguos tapices que representaban escenas de la historia de la Luna P
inado. En lugar de la imagen de un monstruo cruel, lo que vio fue un hombre que irradiaba poder, pero también una profunda tristeza. Su cabello oscuro caía con desorden sob
nada al principio, simplemente la miró, como si estuviera evaluando cada detalle de su ser. Selene, aun
z grave y serena, pero con un toque de frialdad que hizo que un esc
sonrisa que, aunque tímida, buscaba ocultar el t
dió, intentando que su voz sonara firme
ia una mesa cercana, invitándola a sentarse. Selene dudó un momento antes de avanzar hacia la mesa, sus ojos recorriendo cada rinc
palabras eran directas, pero no agresivas-. Estaba preparado para una recepci
y por un momento, todo lo que había planeado decir o hacer se desvaneció. En ese instante, la figura del príncipe, lejos de ser un enem
e, intentando recuperar la compostura-. Mis gentes sufren tanto como las
ón. Era una sonrisa cargada de amargura, como si c
a caminar lentamente, como si cada paso lo acercara más a un pensamiento privado, uno que no deseaba compartir con su visi
a guerra ser tan... humano? Y, sin embargo, algo en su actitud la inquietaba más que cualquier acto de crueldad. Hab
no necesitaba dar más explicaciones-. Lo que tengo que ofrecerte ahora no es un matrimonio por amor, como bien sabes. Es un matrimo
a su madre de su lado? Aquel hombre, parado frente a ella, parecía más un espectro de la guerra que un monstruo. Por
suaves de lo que había pretendido. La verdad era que no podía dejar de pe
s ojos fríos, pero con un
ijo, su voz apenas un susurro-. Pero la paz...
as. Pero, por más que lo intentara, no podía. La som
con un tono firme, pero con una tristeza que la invadía-
te matrimonio no solo marcaría el destino de sus reinos, sino que también ca
de lo que significaba la paz. Porque, al final, la guerra no solo había destrozado a sus pueblos. También h