La Baronesa de la Mafia
isma
ia, P
a
nacen con la sangre fría para hacerlo. Algunos se conforman con vivir a la sombra de un enemigo más grande, como árboles torcidos que nunca alcanzan la luz. Otros prefieren cerrar los ojos al peligro, como corderos que se convencen de que el lobo nunca llegará. Y luego están
uencias, una guerra entre familias, un derramamiento de sangre que teñiría las calles de rojo, o peor aún, que la policía metiera sus narices y nos arrastrara a todos a la cárcel. Pero, ¿q
quedaríamos con sus territorios, con sus conexiones, con el tráfico de droga en toda Italia y el resto de Europa. Seríamos los amos de un imperio sin fisura
ent
ar con los últimos resquicios de su linaje. Pero no. Don Lorenzo Costello aún pensaba como
on pasos firmes, mis zapatos resonando contra el mármol, el eco de m
ano entre los dedos, la mirada fija en la chimene
ente, sin oculta
sbo de satisfacción en su rostro, pero solo me encontré con su habitual expresión imperturbable-. Ahora a
anada de humo con una calm
Franco sigue siendo poderoso. Tiene hombres leales que lucharán por
niendo la frustración q
ra cortante, cargado de impaciencia-. No podrá
slayo, con una expresi
el silencio pesara sobre mí-. Pero no tengo intención de espe
sin apartar la m
nco es un viejo mañoso.
una carcajada
estilaba ironía-. ¿Poner a su nieto
también riesgos. El mejor momento para atacar era aho
o. -Su tono se volvió más grave-. No es buena para e
onteniendo la ir
eles a dirigir sus negocios? -Mi voz sonó
el cenicero, inclinándose
os míos, duros como el acero-. Ninguno de los jefes de familia apo
lón y sentenció con
hable más
a comenzado, al punto de estar pendiente de lo que sucedía con Franco Gambino. Y si bien el desgraciado no p
es, Oriana no era más que una muchachita deslumbrada por Vito, una cara bonita, una so
mayúsculas
a necesario. Se ganó el título de Baronesa de la mafia. Y no sé qué fue lo que realmente me atrajo a aceptar una reunión con Franco
éxito. Traía dinero, contactos y el control absoluto de nuestras rutas. Esperaba ser recibi
en el pecho. Mi padre estaba sentado en su butaca de cuero, con el ceño fruncido y
ladeada, quitándome el abri
gaba el abrigo en el respaldo de una silla-. Te dije que traigo buenas n
nto y medido, deslizó su celular sobre la
el teléfono y leí el
e crisparon alrededor del dispositivo-.
uello. Otra vez. Esa maldita muj
ojos con la paciencia de un hombre que ya había pensad
ono fue firme, sin apresurarse-. Y solo se
mesa y me incliné apenas, f
controlada, aunque mis entr
piro por la nariz, entrelaza
s. -Se tomó un segundo antes de continuar-. Si yo estuviera en s
intiendo la tensión ac
, notando que no t
da se e
otros, él no co
ante, dejando caer el
e las familias
ero escucharlo en voz alta le daba otro significado. Deslicé la lengua por
poca estabas interesado
buscando en mi expresión una reacc
ncio se extendiera un poco más de lo necesario. Finalme
esfuerzo, con una convicción que no necesitaba ad
como si hubiera esperado esa
ruel e indomable, no será fácil que acceda a la boda -añadí con mi voz inqui
tranquilo, y eso era una señal que tení
o de la mesa y un asiento vacío que debería estar ocupado por Oriana. La cena estaba destinada a sellar los detalles
seducirla, hacer que ella misma aceptara el matrimonio. Como si fuer
ricas que apenas disfrazaban su desprecio, y después, una excusa tan patética que ni se mol
escapa solo de recor
lar. No me interesas. No s
Franco juega su papel de buen anfitrión, llenando mi copa de vino con una calma que solo me irrita má
es todavía. Oriana debe estar
ntrecerrando los oj
tú te crees
, observando el líquido roj
beber un sorbo lento, degustando el sabor metálico del vino-. Te mintió con esa
lla con el gesto de un hombre que car
no sin rastro de preocupación-. Y pensándolo bien, no ha sido una noche
tan tranquilo, tan casual
esa con un golpe seco,
que te estás
ay una sola grieta en su fac
tá revolcándose con el ruso y yo c
os tamborilean contra la mesa, su expresión sigue s
gusta la dirección que ha tomado la conversación-. Soy un hombre de honor. No tengo por qué pre
cada palabra, cada inflexión
éstra
cada sílaba lleva el
sa, dejando la copa a un lado
incline la bala
ausa
sin rodeos, pero su silencio y esa mirada eni