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La esposa despreciada del CEO

La esposa despreciada del CEO

Autor: DaniM
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Capítulo 1 Señora Santos

Palabras:1042    |    Actualizado en: 12/02/2025

Juan, el hombre que la había vendido como si fuera una simple mercancía. Sus lágrimas caían

suplicó Ana Victoria entre sollozos

a negar con la cabeza, su

partir de hoy eres la esposa de Javier Santos. Esto salvará

ba la escena con una mezcla de burla y satisfacción. Bajó lentamente,

vier es impotente y que apenas puede mover la cabeza. Nunca te tocará, y además tendr

, pero se mordió la lengua para no respo

La última notificación del banco antes del embargo final había llegado, y los asesores financieros de Javier Santos ofrecieron una solución: diez millones de dólares a

ctoria, a quien siempre había considerado una carga, sino que además garantizaría un fu

nte a los ojos-, ¿cuánto de ese dinero será mío? Si me ve

Cuando nació, Anabella, la esposa de Juan, expulsó a la madre de Ana y trató a la niña como una sirvienta más. Desde los doce años, Ana Victoria realizaba l

o había logrado encontrar a un hombre rico dispuesto a casarse con ella. Pero ahora, co

ntos de Ana Victoria. Era el chofer de Javier

ados -dijo Juan con severidad. Tomó la m

damente, con una so

eñorita Hernández esté lista -dijo el chofer, abr

paralizado por el miedo. Fue Melissa quie

eñor Santos. Demuestra algo de edu

cercó al automóvil. Sin em

as personales -dijo, mientras tomaba las maletas de Ana y l

n silencio. El chofer cerró la puerta d

lejaba. En sus rostros había satisfacción y alivio. Para ellos, la partida de Ana Vict

z menguante del atardecer. Ana Victoria miraba por la ventana, su rostro pálido reflejaba una mezcla de incredulidad

antaba una imponente mansión de piedra gris, rodeada por jardines perfectamente cuidados que contrastaban con el ambiente frío y

pronunciar palabra. Ana vaciló unos segundos antes de bajar. Cuando lo hizo,

on voz grave, señalando hac

valor que le quedaba, y cruzó el umbral. La puerta se cerró detrás de ella con un eco que resonó en el eno

n la penumbra, su rostr

ro antes, deberá seguirme. Hay ciertas

palda. Las palabras del mayordomo, aunque

más pesado con cada paso. En ese instante, comprendió que lo que había dejado atrás, p

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