Soy Suya Señor Karl.
a
ó salir del país. Solté un suspiro largo y pesado,
l, mirándolos con furia-. ¿Cómo es que no
trificados, mient
-intentó explicar uno
cándome a ellos-. ¿Cuánto dinero les he dado para que vivan bi
r, pero..
n presas frente a un dep
la mercancía por la frontera.
dejé te
ncía al tren. No pienso perder más tiempo. Necesito que el opio llegue a destino. Así que, todos los millo
reocupe. Haremos tod
i mano derecha en estos
la frontera y asegúrate
órdenes
pero antes debía ver a la chica. Me quedé en el salón, esperando a que terminara de vest
o la voz-, ve y trae a la
a-. La apresuraré y me aseguraré de
í en el club no era un mal comienzo. Tal vez después podría usarla como una esclava. La idea de verla desnuda, recibiendo castigo
y oscuridad, un reflejo de mi alma. En la pared, colgaba un retrato de mi padre, su sonrisa maliciosa me obser
piel... ese maldito color. Lo odiaba. Me recordaba el desprecio de mi padre. Él nunca quiso que fuera rubio. Me lo recriminaba, como si yo hubiera
mirada cuan
ando su rostro con un dedo-. Quiero qu
pondió, con una
gusta
e. Le tomé la mano y la hice girar, mientras mi otra mano se desli
dola fijamente-. Recuerda que esto
ó sa
que eres para
señ
escucharlo d
ñor -murmuró,
Me acerqué a su altura, disfrutando
le dije, casi en un susurro-.
zo mientras caminábamos hacia la limusina. Cuando ent
o listo? -
, s
rá hoy, quiero
e guste
-ordené, acomodán
eñor -dijo con su
hacia
llamas? -l
e es Nair
sonido en mi boca-. Un nombre c
, s
paredes tienen ojos y hasta las cercas pueden ser
aré lo que usted quiera, pero... por favor,
ando una mano
omo si estuviera saboreando su desesperación. -¿Y quién es tu
ó ella, con un hilo de v
endo cómo evitaba mi mirada,
as desafiarme, podrás verla de
, s
s pequeñas y deterioradas por las que pasábamos, sombras pasajeras de un mundo que poco me interesaba. Desp
gunos me saludaron con gestos
o. Ya está la mejor mesa para usted -dijo u
re por favor -respond
ecido en silencio todo el tiempo, caminaba a mi lado, con los hombros tensos y los ojos inq
unos dueños de condados, otros magnates de la ganadería. A su lado, cada uno tenía una mujer; algunas reían nerviosas, otras
ia, se acercó a nuestra mesa co
ón para lo que usted quiera -dijo,
ición -respondí sin siquiera mirarla. Sabía que mi
a, quien seguía sentada, nerviosa. Me giré hacia
a mirada -
do y rencor, pero obedeció. Alzó la cabe
a que parecía más bien una burla-. Qué herm
quisiera recordarme algo. Susurró algo,
a habitación siempre es
ara el señor Karl.-Mencionó
a lentamente hacia Tania, con una mirada que dejab
bajo pero firme-. Y eso lo sabes muy bien. Ahora, s
bra, comenzando a atender a los demás hombres de la
ber algo?
té mi mano y le pedí al mesero una copa para ella. No me importaba
eb
ente, viendo cómo arrugaba la frente al sentir el ardor del licor en la g
y le tend
a par
. Ella comenzó a moverse, insegura al principio, pero luego se fue soltando al compás de la música. Yo la observaba con una
te, sin decir una palabra. El tipo, intimidado, retrocedió y vol
a copa, pero aún con gesto de disgusto. Quería romperla, hacerla sentir viva, porqu
pie, alza
l espacio-, es mía. No permito que la miren con otro
n todos al unísono, sin
mente, pero podía sentir su miedo. Le sonreí y acerqué mis labios a los suyos. Fue un
ad, que iba a cumplir con mis deseos más oscuros, i