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CEO EL BARON

Capítulo 4 Nada de historias tristes

Palabras:1430    |    Actualizado en: 26/02/2024

oso, y luego sus labios se contrajeron nuevamente en una casi sonrisa. -Te daré un minuto. O llame a una grúa y retire su automóvil de aquí y aún así recibirá una multa. - ¡No! - Parecía dem

. Dios, hasta dónde he llegado. También podría volver a mi apartamento. Tenía algunas joyas que pensaba vender, ropa cara y algunos objetos de valor. No sería posible iniciar un negocio, pero sí pagar algo de alquiler por una casa sencilla. Sin embargo, cuando decidí irme, todo en mi vida podría haber sido peor. Giré la llave y el auto casi arrancó y se detuvo. Lo intenté de nuevo, dijo "nhenhenheeeee..." y nada, ni siquiera una señal de vida. Respiré profundamente otra vez, porque eso era todo lo que necesitaba. Hola Dios, soy yo otra vez. Permitan que esta pobre hija al menos aleje el auto de la casa de este imbécil... no, no fue mi intención decir malas palabras en medio de la oración. Lo siento, Dios. Sacudí la cabeza como si el gesto pudiera poner en práctica mis ideas. Respira, Betina. Sólo respira. Nuevamente tomé la llave del auto y se iluminó todo, entonces no era batería, giré para encenderlo y... nada. - ¡Maldita sea! Me bajé del auto y abrí la tapa delantera, como si supiera algo de mecánica, miré el motor y parecía normal. No hay señales de humo o fuego. Lo cual fue bueno. Puse mi mano en mi cintura y vi que los guardias de seguridad me miraban desde adentro del portón, a punto de salir a ayudarme, pero para no humillarme tanto cerré la tapa del auto y sonreí. Volví a entrar y un vago recuerdo del tipo de la gasolinera diciéndome que el indicador de gasolina estaba roto cruzó por mi mente y mi cuerpo se calentó. No podía ser que hubiera recorrido un centenar de kilómetros y me hubiera quedado sin combustible allí mismo, frente a la casa del hombre incomible, para humillarme más. Salí nuevamente del auto, me apoyé en el vehículo y me tapé los ojos con las manos. - ¡Infierno! - Pateé la llanta sacando mi enojo. Miré a lo lejos, buscando una salida, hasta que una simpática señora, que no había notado cerca, se acercó y puso su mano en mi hombro. - ¿Esta todo bien? Su cara era afectuosa y decidí explicarle la verdad. - No, no está bien. ¡Cualquier cosa! - Mis ojos se llenaron de lágrimas y el extraño me abrazó. Hacía tiempo que no recibía un gesto de cariño así. Ella no dijo nada, sólo me abrazó y siguió así. Después de unos minutos se separó y me miró con una sonrisa. - ¿Necesita ayuda? - Asenti. - ¿Que necesita? - Necesitaba tantas cosas que no podía elegir sólo una. Ella, al notar que yo no sabía ni cómo empezar, dijo: - Ven,

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