Encierro
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ugar de Ma
ilenciosos del viento recorren este rincón inhóspito. Las ropas desgarradas y manchadas de t
paso del tiempo, se alzaban como monumentos desgastados por el abandono. A través de esas barras,
s de piedra gastada. Las sombras danzantes, proyectadas por la luz tenue que se colaba entre los barr
mi suerte se entrelazaban en un laberinto de cicatrices, una narrativa vis
rcas impresas por los grilletes en mis muñecas, la i
Susurro para mí misma, mientras la deses
ados, en su corrosión testaruda, revelan el paso ineludible del tiempo, y cada contacto con el suelo irregular resuena con la historia marcada en cicatrices,
de dolor y desesperación, cada momento se vuelve eterno. La escasa noción del tiempo se so
gua fría que corta como cuchillas, empujándome contra la pared. Puedo sentir la crue
imponer más tormento. En verano, el calor sofocante abraza mis heridas, mientras que en el crudo invierno, el frío se convierte en
ue se teje en cada estación, como las pá
n en una rutina desesperanzadora. En este rincón sombrío, Irene, con los grilletes como cadenas de su existencia, lucha cont
de su soledad. En este diálogo consigo misma, Irene confronta la cruel rea
o melancólico. -¿Recuerdas, Irene?. Éramos tan fel
en las sombras, recuerda con nostalgia su infancia, cuando la felicidad fluía en su familia de clase media, viviendo cas
l eco lejano del movimiento Anti luteranos y la quema de conventos de 1924
nsión de la familia Vázquez) se envolvía en la oscuridad. La tradición religios
padres compartirían. La mansión, con sus sombras danzantes, cobr
ces titilaban, proyectando sombras danzarinas en las paredes. Mi cor
os. -Comenzó mi ma
ó consuelo en la fe cristiana. Cada generaci
ujir de las maderas del suelo, creando una atmósfera mística. S
ribiendo escenas de fe y sacrificio. Yo absorbía cada palabra, mi
unda con mi familia y con la historia que nos unía. Aquel rincón de la mansión
mansión Vázquez, se forjó el primer capítulo de mi historia, marcado po
que las sombras de la intolerancia se cernían sobre nosotros. A pesar de la prohib
conventos avanzaba, y el precio de profesar la fe era cada vez más alto. A
tolerancia se hizo palpable. Mis ojos se abrieron de par en par al presenciar cómo
lamas de la intolerancia rugían. Era un recordatorio b
rrable en mi memoria. La familia torturada no eran unos desconocido para nosotro
elebles de la barbarie. Ellos la quemaron con agua caliente frente a todos. Sus risas resonaron en el
del mundo que nos rodeaba. Aquel día, la crueldad y la intoleranci
as normas establecidas. Lo dejaron en un lugar público durante una semana entera, expuesto al escarnio de la gente. La niña, con
un refugio de paz, se volvió un recordatorio constante de los desafíos que enfrentábamos. En ese instante, la fortaleza de nuestra f
me recordó que debíamos seguir siendo testigos de nuestra creencia con
uía siendo la fuerza que nos sostenía, pero en la ciudad, la lucha por la creencia cristiana se volvía cada vez más ardua y peligrosa. Así, la vida e
amenaza siniestra, irrumpieron en nuestras vidas. Con acusaciones de
an para adorar a su Dios. Los oficiales, implacables, advirtieron
s preocupadas, conscientes de la creciente amenaza que se cernía sobre nosotro
teger nuestras vidas y nuestra fe. La incertidumbre colmó la atmósfera, pe
uebrantable, se convertiría en el punto de partida de una travesía incierta hacia la libertad. La
cución finalmente nos alcanzó. Oficiales invadieron nuestro
Subiendo las escaleras, alcancé a ver por unos instantes la figura valiente de mi pa
sin piedad, arrebataron la vida de mi padre. El sonido de los disparos
ón mientras la tragedia se desencadenaba. La oscuridad de la noche se mezclab
escenario de una tragedia que cambiaría nuestras vidas para siempre. La esperanza se desvanecía m
s oficiales rompían la puerta de la habitación donde mi madre nos oc
un disparo después de abusar de ella de manera brutal. Su sacrificio reso
, con sus rostros fríos, me encontraron. Me esposaron sin piedad, llevándo
a fe que una vez nos fortaleció ahora se sostenía en un hilo frágil en medio de la persecución y la pérdida. Así, espo
nó nuestra morada. El jefe de la policía se apoderó de
idas, se convirtió en un recordatorio sombrío de las pérdidas que sufrimos. C
amargura de la opresión. Perdí a mis padres y mi hogar en un mismo
e aquellos días turbulentos en su memoria. -Ellos devora
ve la calma, pues con el tiempo, los ruidos de pasos dejaron de asustarme, al igual
pe el silencio al abrir
chas. -Me dice con
soros en medio de la oscuridad que la rodeaba. Agradecida por el gesto de amabilidad en un lugar donde la bon
rta de su celda y salio decisión, dispue
de voces y el sonido de pasos apresurados. Aunque se sentía abrumada por el caos que la rodeaba, una sensación
oco más a la libertad que tanto anhelaba. Aunque el camino hacia la redención era largo y lleno de obstáculos, estaba
scondida del mundo en un reformatorio hasta alcanzar los 17 años. Lue
me condenaron a muerte. Cada día ha sido una danza monótona ent
n comportamiento que contrasta con las falsas acusaciones que pesan sobre mí. La paradoja de mi existencia se ma