Juego de Reyes
as y ahora, estaban a solo un kilómetro de su destino, la que ellos pensaban última batalla por aquellas tierras. Diez mil jinetes de rinoceronte liderados por un raptor. La caballe
n, habían pasado años esperando ese enfrentam
ra resistir tanto: muros de granito y puertas de acero no pararían una embestida de tales bestias. Realmente estaban en desventaja, pero el saberlo
na lluvia de flechas, ella cargaba contra la vanguardia a lomos del raptor, y esta vez no sería diferente. Se había vestido de gala para aquel encuentro. Mientras que sus jinetes vestían armaduras completas de cuero o acero ella iba embutida en unas malla
sus yelmos en pico y chaquetas de cuero hablaron por sí solas, la elite de Carthus, los caballeros del lobo. Az
last
bajo de aquella colina tras la carrera de aquel raptor, pero el gri
ueg
dirlas gracias a la agilidad de su montura, pero sus tropas no corrieron la misma suerte, la tercera parte
as del raptor, momento en el que dos rayos rojos serpentearon los cielos hasta caer en sus
lto velozmente del raptor hacia los otros caballeros. El crujir de los huesos se hizo evidente, los gritos agónicos y la sangre bañaron a la guerrera mientras hundía
-, dijo antes de sacar sus la
brazo izquierdo, dirigiendo la punta a la cabeza de l
habían eliminado a tres mil jinetes más, usando como barricadas a los rinocerontes muertos y los cuerpos de sus jinetes como escudos humanos. Aun así, esa ventaja era pasajera, poco a poco los espadachines caían producto al cansa
os que podían jactarse de haber aguantado un asalto contra su c
r, y podrían dejar descansar al menos unos minutos a los rinocerontes, error que Atzara pagaría caro. De pronto, dos impactos de proyectilo de plata y a su lado las jabalinas que usaba como flechas. Add le devolvió una mirada sin expresión, casi de lastima mientras
us hombres es
tando Atzara, mis hombres no son
de, suelta ese arco y p
ra beneficiar las tuyas?, anda sube t
s palabras y mejilla izquierda de Atzara, antes de impactar con
esperando -dijo Add, justo
la vista a sus tropas, cuatro mil hombres re
món tras montar un rinoceron
ados que aun mantenían sus monturas se formaron en V al lado de su comandante
arg
patio interior, los soldados de a pie marcharon en formación cerrada hacía el interior pensando que ya habría acabado la batalla, nada más lejos de la realidad. Tras los muros de
taba bien, sin sus monturas la infantería de Carthus los establa aplastando, aun así, lograron mantenerlos a raya una vez quedaron contra los muros, poniendo sus lanzas y alabardas en ristre y formándose en falange. Add no se inmuto con la situac
i ya hubieran podido diezmar a su ejército, aun no lo hacen?, las respuestas vinieron adheridas a la ardiente explosió
plosión. Atzara solo pudo mirar con temor como pedazos calci
como no hacerlo, ella era ajena a la magia, la nación de la que provenía eran intolera
cuerpos habían sido carbonizados e incluso las espadas y armaduras se habían derretido, solo quedaba ella, de rodillas en aquel mar de cadáveres, mir
bruscamente el espadón, abriendo aún más la herida. Sus ojos se cerraron con pesar, viendo por primer