Las llamas de la venganza
lver a tener sexo con él? No tenía absoluta idea de nada, pero t
egunté curiosa y con c
—. Tranquila, no te haré daño, nunca te haría daño. —susurró cerc
cer, cómo si estuviese sintiendo el roce de sus manos nuevamente, cómo si tan solo sus p
regunté tratando de mantener una conversación y
cir, esta vez eran mis huesos los que se sentían en completo hielo, en el instante mismo qu
mirada penetrante me estaba llevando a un punto de no reto
ombres, ahora dime, ¿Te molesta de alguna fo
queño detalle, yo no me acordaba de su nombr
ones electrizantes enviadas desde mi pecho a todas las terminaciones nerviosas de
us ojos color miel que parecían querer arr
nas me conozcan por mi alias
cer. —¿Qué es lo que quieres hace
rriles para cruzar la valla que cerraba el callejón, sonreí por la hermosa vista—.
que el sol se escondiese en el horizonte, tal como una película romántica, s
arte de mi pantalón y trasero, sonreí burlona de lo que me había pasado, Greco se me quedó viendo seriamente hasta que sonr
e viven sus días así? Pensando que el sol volverá a aparecer y seguirán con sus monótonas y aburridas vidas, pensando que todo siempre será ig
vantándome un poco—. ¿Qu
e recordase algo que quisiera evitar. Sus ojos llameantes en resentimiento me miraron, sonreí tímidamente si
estaba a mi lado asintió y nos dirigimos hasta su moto, esta vez, por el pa
to desdén en sus palabras, ¿Qué había p
e para evitar su malestar me saqué mi chaqu
e iremos en moto, el aire chocará c
e ensucie tu moto. —comenté, tímida, cohi
eso no era necesario—. Tómala, si te enfermas será mi culpa, no deseo ve
sus palabras, él sonrió mirándome con ter
amente las provocó aquel idiota que te dejó ir. —mencionó el hombre que tenía a mi lado—.
me? —pregunté con cierta
lexandra. —mencionó en apenas un susurro que me estremeció por completo—. Aho
que le había dado la última vez, no nos demoramos m
de vives realmente. —mencionó sonrien
había hecho—. Gracias por llevarme a aquel lugar, la verdad, sí
z? —preguntó mirándome extraño, no sup
lejándome de él, mirándolo hasta que emprendió
ado hace horas después de la universidad, subí a mi habitación y me metí en mi closet a buscar mi pijama, por alg
mis ojos se clavaron en un punto muy específico «La chaqueta de Greco», dios mío, no se la había devuelto, ¡Es
me en la cama—. Ahora tenemos una