Ese príncipe es una chica: La compañera esclava cautiva del malvado rey
Destinada a mi gran cuñado
Demasiado tarde para arrepentirse: La heredera genio brilla
Novia del Señor Millonario
Regreso de la heredera mafiosa: Es más de lo que crees
Mi esposo millonario: Felices para siempre
Enamorarme de nuevo de mi esposa no deseada
El arrepentimiento de mi exesposo
No me dejes, mi pareja
Renacida: me casé con el enemigo de mi ex-marido
Helena Hall estacionó el auto en la cochera de su casa con total tranquilidad y salió del vehículo. Era una mujer de cuarenta y cuatro años, con una figura curvilínea que destacaba su elegancia natural. Sus ojos marrones, profundos y expresivos, irradiaban una calidez que contrastaba con su porte distinguido. Su cabello castaño caía en suaves ondas sobre sus hombros, añadiendo un toque de juventud a su apariencia serena. Vestía de forma fresca, acorde a la estación del año.
Llevaba puesta una blusa de lino blanco, ligera y vaporosa, que se combinaba con una falda larga de tonos pastel que se movía de manera grácil en sus piernas. A su edad y con la experiencia que había obtenido a lo largo de los años siempre sabía cómo vestirse de manera apropiada, sin perder su encanto ni caer en excesos, mostrando una modestia innata que la hacía aún más atractiva. Su tono de piel era blanco, dándole una tez de color a sus mejillas. Su figura gruesa era de sus mayores atributos. Aunque las malas lenguas de manera equivocada podían llegar a comentar que estaba gorda, cuando en realidad solo gozaba de una envidiable talla extra que la hacía destacar ante los demás.
Se detuvo a contemplar el panorama a su alrededor. Era primavera, y la naturaleza se desplegaba ante ella en un espectáculo vibrante de colores y vida. Las flores crecían en abundancia, salpicando el jardín con tonos de rojo, amarillo, rosa y morado. Los árboles, cubiertos de hojas nuevas, se mecían con suavidad con la brisa, como saludándola. Los arbustos estaban en plena floración, exudando fragancias dulces que se mezclaban en el aire, creando una atmósfera de un mundo mágico, como si estuviera en el país de las maravillas, cuando solo estaba en su acogedora morada a la que siempre llegaba, en la mañana, tarde o noche, esa había sido su hogar desde hace años, y no tenía ningún deseo de cambiarse o de mudarse de residencia, porque le gustaba allí.
El paisaje que se extendía ante sus ojos era un símbolo de nuevos comienzos, de renovación y de rejuvenecimiento. Esa temporada siempre había tenido un significado especial. Era una época que no solo transformaba el mundo exterior, sino que también traía consigo una sensación de esperanza y de oportunidades por venir. Sentía una conexión profunda con esa estación, como si cada flor que se abría y cada hoja nueva que brotaba fuera un recordatorio de que siempre había espacio para crecer y florecer, sin importar las circunstancias y la edad de la persona. Moldeó una sonrisa de alegría y se permitió unos minutos para disfrutar del sol suave que acariciaba su rostro, cerrando los ojos y respirando de manera profunda. Recordó cómo su madre solía decir que la primavera era el momento perfecto para dejar ir lo viejo y abrazar lo nuevo. Esas palabras resonaban en su mente mientras observaba las mariposas revoloteando de flor en flor, y los pájaros cantando de manera emocionada desde las ramas. Pero su instante de meditación fue interrumpido.