Elena Castillo observaba la ciudad desde las ventanas de su oficina en el piso 45 del rascacielos que albergaba la sede de su corporación, Castillo Technologies. Las luces de Nueva York parpadeaban bajo el cielo grisáceo, y el ruido constante del tráfico era apenas un murmullo distante. Era el final de otro largo día, pero su mente no encontraba descanso. Cada cifra, cada decisión y cada rostro de sus competidores se reproducían en su cabeza en un ciclo interminable.
Desde la calle, el edificio de cristal se erguía imponente, como un faro de poder y ambición. Para muchos, Elena era un ejemplo de éxito, una mujer que había conquistado el mundo empresarial con una mezcla de inteligencia, tenacidad y una voluntad de acero. Pero la verdad era mucho más complicada. Elena sabía que en las alturas donde se movía, la caída podía ser tan rápida como devastadora.
Miró su reflejo en el vidrio: alta, esbelta, con el cabello oscuro cayendo en cascada sobre sus hombros y los ojos de un ámbar intenso que parecían ver más allá de lo visible. Aparentemente serena, pero en su interior, la presión era constante, una fuerza invisible que la empujaba siempre hacia adelante. En el mundo de los negocios, no había espacio para el error, y menos aún para la debilidad.
Elena suspiró, apartando la vista del horizonte para centrarse en su agenda. Tenía una reunión importante al día siguiente, una conferencia tecnológica que reunía a los pesos pesados de la industria. La conferencia de Innovación Global, un evento que no solo se trataba de exhibir las últimas tecnologías, sino también de medir fuerzas entre las empresas más poderosas del mundo. Elena había asistido a muchas de estas conferencias, pero esta vez sentía una inquietud que no podía ignorar. Había rumores de movimientos inusuales en el mercado, de jugadores invisibles que parecían estar moviendo los hilos desde las sombras.
De repente, su teléfono vibró en el escritorio, sacándola de sus pensamientos. Era un mensaje de Victor Reyes, su jefe de seguridad y confidente más cercano.
"Todo en orden para mañana. Información adicional sobre Wolfe en tu correo. –V."
Elena frunció el ceño. Damien Wolfe, el enigmático CEO de la Corporación Lycanis, asistiría a la conferencia. Había oído hablar de él antes, claro, todos en la industria lo habían hecho. Era conocido por ser un líder implacable, su empresa dominaba el sector de la tecnología de seguridad y defensa privada, un área que Elena siempre había considerado como una posible expansión. Pero había algo más en Damien, algo que la ponía en guardia.
Decidió revisar el correo más tarde. Por ahora, necesitaba prepararse mentalmente para la conferencia. Se levantó de su silla y se dirigió al vestidor adjunto a su oficina, donde guardaba un guardarropa selecto para ocasiones como esta. Mientras se cambiaba de su traje ejecutivo a un elegante vestido negro que realzaba sus curvas, no pudo evitar sentir una chispa de anticipación. Algo le decía que este evento sería diferente.
La conferencia estaba en pleno apogeo cuando Elena llegó al Grand Ballroom del Hotel Astoria, el lugar elegido para el evento de este año. Las luces brillantes y el murmullo de las conversaciones llenaban la sala, un escenario donde los titanes de la tecnología y las finanzas se mezclaban, evaluándose mutuamente con sonrisas calculadas y miradas afiladas.
Elena se movía entre ellos con la gracia de una depredadora que conoce su territorio. Saludó a algunos colegas y rivales, intercambiando palabras corteses y vacías, mientras sus ojos escaneaban la sala en busca de una figura específica. Cuando finalmente lo vio, su cuerpo se tensó ligeramente.
Damien Wolfe estaba al otro lado de la sala, rodeado de un pequeño grupo de ejecutivos. Era imposible no notar su presencia; alto, con una complexión musculosa que se adivinaba bajo su traje perfectamente cortado, y una expresión de calma peligrosa en su rostro anguloso. Su cabello oscuro, peinado hacia atrás, acentuaba sus ojos grises, que parecían absorber todo a su alrededor sin mostrar emoción alguna. Pero cuando sus miradas se encontraron, Elena sintió algo. Fue como un impacto sutil, un choque de energía que le recorrió la columna vertebral.
Damien sostuvo su mirada por un momento que pareció durar una eternidad. Luego, una sonrisa apenas perceptible curvó sus labios antes de que volviera su atención a los hombres que lo rodeaban. Elena respiró hondo, recuperando el control sobre sus sentidos. Aquel hombre era peligroso, eso estaba claro, pero también había algo en él que la atraía de una manera que no podía explicar. Sabía que debía mantenerse alerta.
Elena continuó su recorrido por la sala, conversando con diferentes personalidades del mundo tecnológico, pero siempre consciente de la presencia de Damien, que parecía seguirla, aunque nunca de manera obvia. Era un juego sutil, una danza donde ambos sabían que el siguiente movimiento sería crucial.
Finalmente, cuando la conferencia llegó a su momento de networking, Elena se encontró en una conversación con el presidente de una compañía de software emergente. La charla era interesante, pero sentía que su atención se deslizaba hacia la figura de Damien, que ahora estaba a unos pocos metros de ella, aparentemente inmerso en una discusión sobre seguridad cibernética.
Fue en ese instante cuando él se movió, acercándose lentamente. Elena fingió no notar su proximidad hasta que sintió su presencia justo detrás de ella. El calor de su cuerpo contrastaba con la frescura del salón, y la electricidad en el aire era palpable. Sin darse la vuelta, Elena supo que Damien estaba ahí, observándola.
"Señorita Castillo," la voz de Damien era suave, pero cargada de un poder que hacía que los demás presentes se callaran automáticamente. "Es un placer finalmente conocerla en persona."
Elena giró lentamente, enfrentándose a él. Su corazón latía un poco más rápido de lo que le gustaría admitir, pero su rostro no mostraba ninguna señal de la emoción que bullía bajo la superficie. "Señor Wolfe," respondió, manteniendo su voz firme. "El placer es mío. He oído mucho sobre usted."
"Y yo sobre usted," dijo Damien, inclinándose ligeramente hacia ella, como si estuviera a punto de revelar un secreto. "Aunque estoy seguro de que lo que se dice de nosotros no siempre es la verdad."
Elena sonrió, un gesto que no llegaba a sus ojos. "Eso depende de quién lo diga, ¿no?"
Damien rió suavemente, un sonido que parecía vibrar en el aire. "Muy cierto. Espero que tengamos la oportunidad de hablar más a fondo esta noche, señorita Castillo. Estoy seguro de que tenemos mucho en común."
"Estoy segura de que lo haremos," respondió Elena, sintiendo que cada palabra era parte de un juego más grande. Un juego donde no podía permitirse perder.
Damien la observó por un momento más antes de inclinar la cabeza en un gesto de despedida. "Hasta luego, Elena."
Ella lo miró marcharse, su mente girando con preguntas y emociones contradictorias. Había algo en ese hombre que la hacía sentir como si estuviera al borde de un precipicio, a punto de saltar sin saber qué la esperaba abajo. Pero también sabía que, en su mundo, no podía permitirse temer a lo desconocido.
Con esa determinación renovada, Elena se sumergió de nuevo en la conferencia, sabiendo que esta noche sería el inicio de algo grande. Algo que cambiaría su vida y el mundo en el que se movía para siempre.
Pero esa era una batalla para otro día. Por ahora, la loba debía continuar cazando en la ciudad que había aprendido a conquistar.