Ese príncipe es una chica: La compañera esclava cautiva del malvado rey
Mi esposo millonario: Felices para siempre
El arrepentimiento de mi exesposo
Novia del Señor Millonario
No me dejes, mi pareja
Extraño, cásate con mi mamá
Diamante disfrazado: Ahora mírame brillar
Renacida: me casé con el enemigo de mi ex-marido
Destinada a mi gran cuñado
El réquiem de un corazón roto
— Ya no puedo más con esto, ¡Ashh! ¿Por qué tarda tanto? Llevo una vida sentada aquí —
La desesperación se estaba apoderando de mí, me parecía una eternidad el tiempo que había que esperar por el tonto resultado. El corazón se me subió a la garganta y mi pierna no dejaba de moverse, mientras apretaba en mi mano la estúpida paleta de prueba. En eso, por fin sonó la tan ansiada alarma.
Me arme de valor y miré, entonces, una sensación gélida recorrió mi cuerpo, claramente se dibujaron dos líneas en forma de cruz que indicaban una sola cosa.
— ¡POSITIVO! — Grité en mi mente tal y como lo hubiese hecho mi madre si hubiese estado a mi lado.
— Ahora que se supone que voy a hacer… esto tiene que ser una broma ¡Es que como se me ocurre! — Refunfuñé como loca caminando de un lado a otro dentro del diminuto cuarto de baño.
— Cálmate Cándida, respira, puede que sea un falso positivo… Relájate, mejor vamos y compramos otra en la farmacia para estar segura ¡Sí! Eso voy hacer… — Me dije a mi misma, con la esperanza que se tratara de un chiste.
Sin embargo, la misión fue fallida, las otras tres pruebas que compré solo confirmaron el resultado cada dos minutos. Sentí que el suelo bajo mis pies se tambaleaba ¿Cómo se supone que sería la madre de un bebé cuyo padre no recuerdo?, sin duda debía tratarse de una cruel broma de la vida.
— ¡Dios mío! ¿Qué voy a hacer?... no estoy preparada para traer a un niño al mundo, además ni siquiera estoy segura de quien es su padre — Me deslicé por la pared, hasta sentarme en posición fetal en el rincón, cual pequeña de dos años, con ganas de que la tierra se abriera y me tragara.
Se preguntaran quien soy y como llegamos hasta esta estremecedora escena, la respuesta es simple y al mismo tiempo más compleja de lo que creen. Para empezar, me presento, me llamo Cándida Ruiz, tengo 30 años, soy licenciada en contaduría, soltera y sin compromisos (hasta este momento). Una apasionada del trabajo que solo vivía para darlo todo por la empresa, sin embargo, eso cambió hace unos meses.
Es aquí donde, en teoría aparece la segunda parte de la respuesta, pero verán, mi carrera era el centro de mi mundo, mejor dicho todo para mí. Me había dedicado en cuerpo y alma a crecer como profesional, comprometiéndome al máximo con la empresa para la que trabajaba (con la esperanza de más pronto que tarde, pertenecer a la junta directiva) Que nunca pude conservar una sola relación estable, ni mucho menos tener un círculo familiar cercano, era feliz en mi ejecutiva soledad.
Pero, lo irónico de las cosas, es que nunca salen como se planean, bien dice el dicho “Si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes”, — Y vaya que los míos le hicieron gracia — Para entender que tiene que ver mi carrera, con este embarazo debemos regresar un poco al pasado, hasta el día que todo inicio.
Dos meses antes…
— ¡Candy!... Víctor te espera en su oficina.
— ¡Gracias! Enseguida subo.
Apreté los puños de la emoción, había esperado ese momento desde que entre a la compañía y al fin se haría realidad. Respiré profundo, cerré la laptop, me aseguré que mi ropa estuviera presentable y con una enorme sonrisa, aborde el ascensor a la oficina del gerente.
No cabía en mí de la emoción, es más, me costaba creer que por fin me darían la noticia de mi ascenso, había trabajado tanto para lograrlo, tenía los mejores índices de productividad, sin mencionar que mis contribuciones eran las mejores, sin duda, era mi momento. Además un lindo pajarito, ya me había comentado que era un hecho. Estaba tan segura que iban a promoverme que jamás vi venir lo que sucedió después.
— Toc, toc — Emocionada toqué la puerta.
— Adelante — Gritaron desde el interior de la oficina.
Con una enorme sonrisa en el rostro salude a Víctor Peña, quien hasta ese momento, fue el mejor jefe que se le puede pedir a la vida.
— ¡Candy! Que gusto me da verte, por favor toma asiento.
Hubo algo en su expresión que hizo que me diera una punzada en el estómago, como una especie de presentimiento, mala espina, palpito, o como quiera llamarle, lo cierto es, que la sonrisa que llevaba poco a poco se esfumó.
— Hola Víctor, me dijeron que querías verme ¿Sucede algo? — de pronto se me hizo un nudo en la garganta.
Todo el lenguaje corporal de mi jefe me gritaba que las cosas no iban precisamente bien, me miraba con cierto aire de lástima, sin mencionar que hubo un incómodo silencio antes de darme su respuesta.
— Candy, como sabes, las cosas acá no han ido bien así que…
No hay que ser muy inteligente para adivinar hacia donde iba la conversación, pero en el fondo quería que me lo dijera en mi cara, mejor dicho, lo necesitaba, pues de otra forma jamás lo habría creído.