-¡No te vayas! ¡No nos abandones, por favor! -la voz de David temblaba de desesperación mientras corría hacia ella. El peso de las palabras que acababa de escuchar lo aplastaba. Él estaba en shock, incapaz de procesar la fría decisión de Sam. Su cuerpo temblaba, sus manos sudaban. ¿Cómo habían llegado a este punto?
Sam estaba empacando sus cosas, indiferente al dolor de David. Cada movimiento que hacía, cada prenda que metía en la maleta, parecía una puñalada más al corazón de él. Con cada prenda, ella se alejaba un paso más de su vida, de su familia, de su hija.
-¡Sam, por favor, no! -gritó nuevamente, esta vez con más rabia que tristeza. Los gritos de David resonaron en la habitación, pero Sam no los escuchaba. Su corazón parecía hecho de hielo, y la indiferencia en su rostro era lo único que él veía. -¡Mira a nuestra hija, Sam! ¡Mírala! ¡Hoy está cumpliendo un año! ¡Es su primer cumpleaños, y tú...! -las palabras se le atoraron en la garganta. La angustia lo estaba consumiendo por dentro, pero nada podía detenerla.
Sam continuó con su tarea, como si las palabras de David no significaran nada. Su rostro estaba vacío, distante, como si la mujer que él había amado ya no existiera. Solo quedaba una desconocida frente a él, alguien que no le importaba el amor ni la familia. La rabia y el dolor lo invadieron, pero él luchaba por mantener la calma.
-David, ya te dije que me voy. No me hagas cambiar de opinión -dijo Sam con voz fría, sin emoción alguna. -Ya no te amo. Esto fue un error, un enorme error haber dejado que Alessia naciera. Me arrepiento, ¿entiendes? No nací para vivir toda mi vida en la pobreza. Quiero algo más, algo mejor. Me voy a estar con alguien que me ofrece una vida cómoda, una vida que tú no puedes darme. Así que, déjame ir de una vez por todas. No quiero seguir aquí.
Las palabras de Sam cayeron sobre él como una lluvia helada. Cada sílaba lo atravesó profundamente. Sus rodillas cedieron, y se desplomó en el suelo, incapaz de soportar el peso de lo que acababa de escuchar. ¿Cómo podía ella decir algo tan cruel? ¿Cómo podía abandonarlos de esa forma? ¡Su hija tenía apenas un año! ¿Acaso no le importaba?
Sam, sin mirarlo, continuó empacando sus cosas. Sin darle ninguna importancia a su sufrimiento, sin siquiera volverse para ver la angustia que reflejaba el rostro de David. Lo dejó allí, en el suelo, con las palabras ahogadas en la garganta.
David, con la respiración entrecortada, se levantó lentamente. Las lágrimas caían por sus mejillas, pero trató de mantener la compostura, de no derrumbarse por completo. Sin embargo, algo dentro de él se rompió, y no podía contener el dolor que lo consumía.
-Está bien, Sam. Vete -dijo, su voz llena de amargura. Estaba tan herido que apenas podía hablar. -Pero cuando cruces esa puerta, nosotros ya no existimos para ti. No eres más que una extraña. Firma este papel, donde renuncias a ser la madre de Alessia, donde renuncias a su custodia total.
Él le pasó las hojas que había preparado con frialdad. La miró a los ojos, intentando transmitirle que no había vuelta atrás. Sam tomó el bolígrafo sin decir una palabra, y con rapidez firmó los papeles. Era como si nada le importara. David la observó mientras firmaba, cada movimiento suyo era como una puñalada directa al corazón. La mujer que amaba, la madre de su hija, ya no existía en su vida.