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El papá de mi bebé

El papá de mi bebé

Fleur-Marieu

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Capítulo

Tras ser despedida de su empleo, una mujer obsesionada con el trabajo decide seguir el consejo de su mejor amiga y tomarse unas vacaciones fuera de control que la ayuden a salir de la depresión. Lo que no sabia es que un fin de semana de locura cambiaria tanto su vida, cuando dos meses después descubre que estaba embarazada y no tiene idea de quien de sus citas ocasionales de aquel viaje, es el padre.

Capítulo 1 Dos minutos

— Ya no puedo más con esto, ¡Ashh! ¿Por qué tarda tanto? Llevo una vida sentada aquí —

La desesperación se estaba apoderando de mí, me parecía una eternidad el tiempo que había que esperar por el tonto resultado. El corazón se me subió a la garganta y mi pierna no dejaba de moverse, mientras apretaba en mi mano la estúpida paleta de prueba. En eso, por fin sonó la tan ansiada alarma.

Me arme de valor y miré, entonces, una sensación gélida recorrió mi cuerpo, claramente se dibujaron dos líneas en forma de cruz que indicaban una sola cosa.

— ¡POSITIVO! — Grité en mi mente tal y como lo hubiese hecho mi madre si hubiese estado a mi lado.

— Ahora que se supone que voy a hacer… esto tiene que ser una broma ¡Es que como se me ocurre! — Refunfuñé como loca caminando de un lado a otro dentro del diminuto cuarto de baño.

— Cálmate Cándida, respira, puede que sea un falso positivo… Relájate, mejor vamos y compramos otra en la farmacia para estar segura ¡Sí! Eso voy hacer… — Me dije a mi misma, con la esperanza que se tratara de un chiste.

Sin embargo, la misión fue fallida, las otras tres pruebas que compré solo confirmaron el resultado cada dos minutos. Sentí que el suelo bajo mis pies se tambaleaba ¿Cómo se supone que sería la madre de un bebé cuyo padre no recuerdo?, sin duda debía tratarse de una cruel broma de la vida.

— ¡Dios mío! ¿Qué voy a hacer?... no estoy preparada para traer a un niño al mundo, además ni siquiera estoy segura de quien es su padre — Me deslicé por la pared, hasta sentarme en posición fetal en el rincón, cual pequeña de dos años, con ganas de que la tierra se abriera y me tragara.

Se preguntaran quien soy y como llegamos hasta esta estremecedora escena, la respuesta es simple y al mismo tiempo más compleja de lo que creen. Para empezar, me presento, me llamo Cándida Ruiz, tengo 30 años, soy licenciada en contaduría, soltera y sin compromisos (hasta este momento). Una apasionada del trabajo que solo vivía para darlo todo por la empresa, sin embargo, eso cambió hace unos meses.

Es aquí donde, en teoría aparece la segunda parte de la respuesta, pero verán, mi carrera era el centro de mi mundo, mejor dicho todo para mí. Me había dedicado en cuerpo y alma a crecer como profesional, comprometiéndome al máximo con la empresa para la que trabajaba (con la esperanza de más pronto que tarde, pertenecer a la junta directiva) Que nunca pude conservar una sola relación estable, ni mucho menos tener un círculo familiar cercano, era feliz en mi ejecutiva soledad.

Pero, lo irónico de las cosas, es que nunca salen como se planean, bien dice el dicho “Si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes”, — Y vaya que los míos le hicieron gracia — Para entender que tiene que ver mi carrera, con este embarazo debemos regresar un poco al pasado, hasta el día que todo inicio.

Dos meses antes…

— ¡Candy!... Víctor te espera en su oficina.

— ¡Gracias! Enseguida subo.

Apreté los puños de la emoción, había esperado ese momento desde que entre a la compañía y al fin se haría realidad. Respiré profundo, cerré la laptop, me aseguré que mi ropa estuviera presentable y con una enorme sonrisa, aborde el ascensor a la oficina del gerente.

No cabía en mí de la emoción, es más, me costaba creer que por fin me darían la noticia de mi ascenso, había trabajado tanto para lograrlo, tenía los mejores índices de productividad, sin mencionar que mis contribuciones eran las mejores, sin duda, era mi momento. Además un lindo pajarito, ya me había comentado que era un hecho. Estaba tan segura que iban a promoverme que jamás vi venir lo que sucedió después.

— Toc, toc — Emocionada toqué la puerta.

— Adelante — Gritaron desde el interior de la oficina.

Con una enorme sonrisa en el rostro salude a Víctor Peña, quien hasta ese momento, fue el mejor jefe que se le puede pedir a la vida.

— ¡Candy! Que gusto me da verte, por favor toma asiento.

Hubo algo en su expresión que hizo que me diera una punzada en el estómago, como una especie de presentimiento, mala espina, palpito, o como quiera llamarle, lo cierto es, que la sonrisa que llevaba poco a poco se esfumó.

— Hola Víctor, me dijeron que querías verme ¿Sucede algo? — de pronto se me hizo un nudo en la garganta.

Todo el lenguaje corporal de mi jefe me gritaba que las cosas no iban precisamente bien, me miraba con cierto aire de lástima, sin mencionar que hubo un incómodo silencio antes de darme su respuesta.

— Candy, como sabes, las cosas acá no han ido bien así que…

No hay que ser muy inteligente para adivinar hacia donde iba la conversación, pero en el fondo quería que me lo dijera en mi cara, mejor dicho, lo necesitaba, pues de otra forma jamás lo habría creído.

— ¿Así que qué? Que quieres decirme, que te cuesta tanto.

Víctor se acomodó en su asiento, aflojándose el nudo de la corbata. Mantenía su mirada esquiva, le era imposible verme a los ojos, supongo que no tenía el valor suficiente para hablar, pero de mi parte, no le facilitaría las cosas. Con mi orgullo a flor de piel, lo mire altiva, fijamente con una leve sonrisa de esas que anuncias guerras. Sin embargo, no valió de nada y ocurrió lo inevitable.

— Candy, no es fácil para mí comunicarte esto, pero… la empresa ha decidido prescindir de tus servicios.

No importa cuánto intuyas los que van a decirte, de igual manera se siente del asco cuando por fin lo oyes. Lo primero que sentí fue una rabia inmensa, combinada con indignación, pero especialmente decepción.

— Pero, no entiendo, ¿Por qué? ¿Acaso no le he dedicado mi vida a esta empresa? Víctor, tengo el mejor rendimiento del departamento… ¿De qué se trata todo esto?

— En verdad lo siento… De mi parte quiero agradecerte por todos los años de contribución con nuestra compañía y desearte lo mejor — Me extendió su mano para estrecharla.

La verdad, no sé si fue la rabia, el sentirme burlada o simplemente la sangre se me subió a la cabeza. Pues, lo siguiente que pasó, no fue muy decoroso de mi parte.

— ¡A la mierda tus agradecimientos Víctor! — Lo dejé pasmado con mi reacción — Le dediqué los mejores años de mi vida a esta puta empresa, no tengo familia, amigo o algún ápice de vida social, por estar sembrada en ese maldito escritorio dándolo todo por ustedes ¿Y así me pagan?

Estaba fuera de control, caminé de un lado a otro, en esa perfecta oficina llena de adornos y antigüedades exóticas, así pues me dejé llevar por mis instintos y cuando quise darme cuenta, había destruido gran parte de la decoración. Obviamente, esta demás decir que fui echada como perro a la calle por los de seguridad, tirando por la borda una carrera intachable de muchos años.

Se podría pensar lo primero que haría al llegar a casa sería ponerme a llorar como magdalena, pero no. Estaba hirviendo de rabia, me sentía estafada, traicionada pero sobre todo, explotada; es más, me atrevo a afirmar que para ese momento seguía sin creer que lo que estaba pasando era real, creía que se trataba de un mal sueño, pero como siempre la realidad me golpeo en la cara.

Las vibraciones desesperadas de mi teléfono, hicieron que reaccionara de a poco, cuando vi que se trataba de Azucena, respondí enseguida.

— ¡Candy! ¿Qué está pasando? ¿Por qué te sacaron así de la empresa?... esto aquí es un caos, el chisme se rego por todos lados, incluso se dice que te demandaran o algo así, ¡Estoy muy preocupada! — parloteó casi sin respirar.

— ¿Demandarme? Encima que me echan como perro, ahora quieren demandarme... pues que lo hagan, ya no tengo nada que perder.

— Candy, no digas eso… dime que está pasando, no entiendo nada, por favor amiga, esto aquí es una locura, están diciendo cosas horribles sobre ti.

La cabeza me iba a explotar de la rabia, escuchar que ando de boca en boca en la oficina, que me señalan después de tantos años de servicio y dedicación, en serio me provocaba ganas de vomitar.

— Azu, es muy complicado de contar por teléfono, a parte que no quiero hablar sobre eso ahora… luego te llamo.

— ¡Candy! — Colgué.

Destape una botella de vino que tenía guardada para la celebración, por mi ascenso y me la bebí entera a pico.

— Que patética eres Candy, ahogando tus penas con el vino de celebración, ¿Qué se supone que harás ahora?, no eres nadie sin tu trabajo. No tienes familia, amigos ni perro que te ladre, eres una miserable.

Me dije empinándome la botella con la intención de hacer fondo blanco. Me deje caer en el sofá con la ropa desaliñada, el maquillaje corrido y el cabello alborotado, maldiciendo mil veces como desperdicie mi vida por nada, pues al final allí estaba absolutamente sola, sin nada que le diera sentido a mis días.

— ¡Candy! ¡Candy! — Azucena toco el timbre con desesperación. A la fuerza y de mala gana me levante para abrirle.

— ¡Ay cariño! Eres un desastre, ven aquí — me extendió los brazos y me deje ir en llanto cual niña pequeña en pocos segundo.

— Déjalo salir, déjalo salir, llora todo lo que tengas que llorar que tan pronto termines, me encargare de ponerle sabor a tu vida.

Dijo con total convicción, debo confesar que no entendí a la primera que quería decir, pero, no tardé mucho en averiguarlo.

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