Dormir de día para poder mantenerse alerta durante la noche resultó ser más inconveniente de lo que había previsto.
Estaba casi segura de que antes de arrastrarla al inquietante dormitorio que compartía con tres desconocidas le habían inyectado algo para hacerla dormir, pero había abierto los ojos unas horas después, no tenía manera de calcular cuantas ya que no había ni relojes ni ventanas en esa habitación, y no había podido volver a conciliar el sueño.
¿Sería posible que llevara más de un día inconsciente en ese lugar? No, era muy improbable, no la habían llevado hasta ahí a dormir.
No sabía que esperar de las siguientes horas, no tenía ninguna estrategia para ganar ni tampoco le parecía que tuviera alguna cualidad en particular de la que pudiera servirse para asegurar su supervivencia, pero con todo, su cerebro había decidido obsesionarse con tonterías que le molestaban en vez de centrar su energía en algo útil.
Le inquietaba no saber cuanto tiempo tenía antes de que cayera la noche y con eso iniciara el grotesco espectáculo del que había decidido formar parte, no tenía idea de donde estaba y no había ninguna de sus pertenencias a la vista, ni siquiera la ropa que llevaba puesta cuando la trajeron.
Lo único que alcanzaba a ver eran cuatro muros simples de color blanco, cuatro camas iguales con sabanas del mismo color, una pequeña mesa de noche a lado de cada una y un pequeño baúl a los pies.
Seguramente no sería esa la única habitación ¿verdad? Había supuesto que llevarían a más personas y dudaba mucho que los juegos se llevaran a cabo ahí mismo porque tenía entendido que habría una audiencia y era imposible que pudieran acomodarla en el pequeño dormitorio, pero ¿Contaría el edificio con las instalaciones que los humanos necesitaban para sobrevivir al menos el tiempo que pensaran tenerlos ahí? ¿Se preocuparían si quiera por permitirles asearse, alimentarlos y cubrir sus otras necesidades básicas? ¿Cómo era posible que no hubiera pensado en eso hasta ese momento?
Bueno, la habían hecho dormir en una cama y una habitación que si bien era austera estaba muy lejos de poder compararse con una celda, así que esa era una buena señal.
¿Cuanto tiempo llevaba despierta? Nunca había tenido una buena noción del tiempo.
¿Debería intentar volver a dormirse igual que sus compañeras? ¿O ya faltaba poco para que fueran a buscarlas?
No pudo evitar resoplar, fastidiada. La espera y la incertidumbre eran insoportables. Ojala que, lo que fuera que estaba por suceder, empezara de una vez para que terminara cuanto antes.
Se quedó dando vueltas en la cama, suspirando molesta de vez en cuando, por quién sabe cuanto tiempo, hasta que se escucharon golpes en la puerta, cuya intención con toda certeza era despertarlas.
— Arriba. Tienen 10 minutos para estar listas.
Anunció en tono autoritario una voz masculina.
Se levantó con un suspiro y apenas se permitió darle un vistazo a la habitación, ahora iluminada por una potente lampara que acaban de encender.
Descubrió que había un pequeño lavabo en una de las esquinas, bastaría para lavarse la cara.
La ocupante de la cama contigua a la suya, una chica morena de cabello rizado, fue la primera que se aventuró a abrir el pequeño baúl que estaba a los pies de su cama.
Encontró una especie de overol color gris con el que remplazar el camisón blanco que tenía puesto y un par de zapatos deportivos negros, así como un modesto neceser de artículos personales.
Todas la imitaron, poniéndose el uniforme rápidamente.
A Alana le sorprendió que la chica se movía con tanta eficiencia que además le dio tiempo de sujetarse el cabello en una coleta, hacer su cama y doblar su camisón para dejarlo en el baúl. Sorprendente, sí, pero no estaba segura de que preocuparse por esos detalles fuera a servirle de algo.
¿A quién le importaba dejar su cama hecha cuando sabía que había una alta
probabilidad de que no volviera a ella.