La Mansión de Villa Esmeralda, como era conocida, famosa en la región por su historia trágica y sus leyendas sobrenaturales. Durante décadas, la mansión había permanecido en silencio, susurros de antaño flotando en el aire como fantasmas que buscaban ser liberados, ubicada en medio de la espesa selva del alto Orinoco, en el estado Bolívar, Venezuela
Alguna vez testigo de la grandeza y el esplendor de un pasado ya lejano, un velo de incertidumbre envolvía su abandono, dejando a los curiosos visitantes preguntándose qué tragedia o secreto oculto habría llevado a su desolación.
Lo curioso es que, a pesar del paso del tiempo, los objetos que una vez adornaron sus salones y habitaciones permanecían en su lugar. Muebles de época, cubiertos por viejas sabanas desgastadas por los años, parecían esperar pacientemente el regreso de sus dueños. Retratos ennegrecidos por el tiempo colgaban de las paredes, capturando miradas perdidas y sonrisas desvanecidas. Cada rincón de la mansión guardaba una historia, un eco del pasado que se resistía a desvanecerse.
Isabella Vidal Roche, una joven y talentosa fotógrafa fue contratada, para hacer una reseña fotográfica del inmueble, por el enigmático y desconocido nuevo propietario de la mansión. La Joven Vidal, amante de lo desconocido, había escuchado rumores sobre la mansión y su oscuro pasado. Intrigada por la posibilidad de capturar imágenes evocadoras y descubrir la verdad detrás de las historias que la rodeaban, decidió aventurarse en sus dominios y aceptó el contrato
Al llegar a la imponente mansión y armada con su filmadora, decidió caminar con cautela por los pasillos polvorientos de la imponente mansión abandonada. La puerta principal estaba sin cerrojo, por lo que solo la abrió y pasó. Su corazón latía con fuerza en su pecho, mientras sus pasos de tacón resonaban en la soledad del lugar. Había llegado allí movida por una extraña atracción, una sensación que la empujaba a explorar los misterios ocultos entre aquellas paredes antiguas que inspiraban misterio.
A medida que avanzaba por los pasillos, los rayos de luz que se filtraban por las ventanas rotas que iluminaban su camino, revelando muebles muy antiguos y vestigios de una vida pasada. Cada habitación parecía contar una historia diferente, sentía susurros de acontecimientos olvidados que resonaban en las paredes.
Fue entonces cuando vio, sobre la chimenea del gran salón, una pintura al óleo enmarcada, que yacía en lo alto de la pared. Llena de admiración, la observó con asombro. La imagen al óleo mostraba a una mujer de mirada melancólica y cabello oscuro, vestida con un elegante vestido largo de la época. Junto a ella, un hombre apuesto la abrazaba con ternura, su rostro radiante de amor y felicidad, echado a sus pies la imagen de un hermoso lobo blanco
Isabella quedó cautivada por aquel cuadro, sintiendo una extraña conexión con aquellos rostros desconocidos ¿Quiénes eran? ¿Cuál era su historia? ¿Por qué habían abandonado una mansión tan espectacular? Quería desentrañar el enigma que los rodeaba y darles una voz a través de su cámara.
Decidida a descubrir más, Isabella continuó explorando la mansión. Cada habitación revelaba nuevos indicios, sobre las cómodas viejas cartas y objetos olvidados que parecían contar una historia entrelazada con la de la misteriosa pareja de cuadro.
En su búsqueda, Isabella se adentró en una biblioteca empolvada. Los estantes estaban repletos de libros antiguos y documentos amarillentos. Al examinarlos, descubrió una serie de diarios escritos por una tal Alexandra Leroy Meyer, ¿Será la misma mujer retratada en la fotografía? Se preguntaba, los toma entre sus manos temblorosas y piensa
-¿Será que estos diarios revelaban una vida marcada por el amor y la tragedia, pero con una historia de pasión y sacrificio? -
Mientras Isabella se sumergía en las páginas de los diarios, escuchó pasos detrás de ella. Se volvió rápidamente y se encontró con Gabriel Moreau Bonnet, un historiador local, también apasionado por la historia de la mansión y sus secretos ocultos, quien se acercó a ella, al ver a Isabella entrar a la mansión, entonces ella se sobresaltó con su presencia
--Hola, soy Isabella, me asustaste, no te escuché llegar- dijo ella, extendiendo la mano con una sonrisa tímida.
Gabriel la miró con curiosidad antes de estrechar su mano. Sus ojos oscuros brillaban con una mezcla de intriga y fascinación.
--Encantado de conocerte, Isabella. Parece que has encontrado algo intrigante aquí -- dijo Gabriel, señalando los diarios que tenía en las manos.
Isabella asintió emocionada, compartiendo su descubrimiento con él.
--Parece que estos diarios pertenecen a la mujer de esta fotografía y a la del cuadro del gran salón. Me han llevado a presumir que hubo una historia de amor y misterio que estoy decidida a desvelar a través de mi fotografía-