Hace ya mucho, pero mucho tiempo; cuando el fabuloso mundo de Nagarta estaba en pleno esplendor y sus reinos y castillos —desde sus colinas dominaban los horizontes— numerosos monarcas, quienes con ese hábito de querer más de lo que poseen, comenzaron a declararse la guerra.
Imperios, antes amistosos, ahora batallaban en nombre de sus reyes, dejando sobre las praderas y bajo los muros de incontables fortalezas a miles de cadáveres que se deterioraban bajo el aliento infernal del dios Diurnuss y se volvían putrefactos cuando los ojos del dios Xetrón, les enviaba su plateada luz en las misteriosas noches en las que cientos de animales y criaturas que no se atrevan a hacerlo de día, aprovechaban la oscuridad para convertir de aquellos cuerpos un festín, necesario para la supervivencia. Tan oscuros se volvieron aquellos lejanos tiempos en Nagarta, que un dios hastiado de tantas matanzas engendró a una criatura que sería tan perversa como los reyes mismos, que prevalecían a costa de miles de vidas y con ellos se ensañaría para demostrarle cuan indefenso puede ser aquel que presume de llevar una corona en su cabeza y ordena asesinar sin remordimiento alguno.
Por esos motivos una entidad siniestra y perversa descendió desde los cielos y pasó desapercibida, ya que se ocultó dentro de un diluvio de húmedas, viscosas y malolientes moléculas oscuras que anegaron con su fetidez grandes extensiones del territorio en el que se precipitó, con el paso de los días comenzó a extenderse y su presencia malévola ensombreció toda tierra conocida, y las calamidades, plagas y muertes se propagó a tales horizontes, que para perdurar al exterminio, cuantos humanos continuaban vivos no tuvieron más remedio que buscar amparo en las cavernas y cuando estas no eran tan profundas, cavaron sin secar ahondando más su fondo hasta donde el horrendo ente no estaba destinado a influir. Cientos de especies animales, también se ocultaron en cavernas, más pocas fueron las que sobrevivieron a tan cruel encierro.
Muchos años las únicas bestias que dominaban Nagarta eran los enormes drakgus, los cuales sobrevolaban los territorios comiendo cualquier cosa que se moviera.
Nunca nadie supo explicar que detuvo tal catástrofe. Si retornó a los cielos, o se desvaneció por no encontrar dónde desatar lo maligno que poseía. Únicamente se enteraron de su desaparición cuando los más osados subían a la superficie y descubrían el cambio. Con el paso de los siglos, la superficie recobró su vitalidad y vida, aunque muchas especies se apagaron, otras nuevas y diferentes surgieron para ocupar sitios vacantes. Nuevos castillos y reinos se consolidaban sobre las ruinas de otros y en lugares nunca construidos. Porque ahora Nagarta se les mostraba muy incomparable a lo que conocieron los ancestros de aquellos nuevos repobladores, quienes a su vez engendraron nuevas generaciones.
Sobre tal suceso, acaecido en él antaño, ya se abrigaba la esperanza de no ser más que una terrible historia de un pasado olvidado, o que se intentó desconocer, aun cuando era transmitido de concepción en concepción por aquellos que se resistieron a ser aniquilados; sin embargo, lo lúgubre aguarda pacientemente adormecido para que se cumpla el plazo y de nuevo desatar el motivo de su arribo, pues se ha llegado a creer que su despertar será invocado por esos sentimientos adversos que perduran y también brotan poniéndose de manifiesto una y otra vez con fuerzas imparables. Como esa maldad que se alberga muy dentro, muy agazapada en esas almas que se expresan con rostros indescifrables y que cubren muy bien el odio, la traición, el engaño, el egoísmo, y la envidia.
Por todo ello y tal vez más, la negra bestia durmiente, atraída por tanta putrefacción espiritual, se volverá a despertar y abandonará su retiro para alimentar su ímpetu de seres inferiores…
En el presente: Territorios medios; al este de los grandes valles rocosos
La numerosa partida ya divisa en el horizonte a las elevadas cúspides de los peñones del polvoriento cañón. Los habituales vientos que llegan temprano con la estación, esparcen sobre ella, el amarillento polvo que natural de la región y la envía a otras circundantes, por lo que quienes se aventuran a viajar relativamente cerca, sufren las consecuencias. Como ahora lo hace el príncipe, Rándat, quien cabalga a la cabeza de una fracción de la corte del próspero reino de Lenmar, que desde hace ya décadas es codiciado por otros reinos y hordas, no solo por sus riquezas y poderío, ya que también cuenta con esos místicos y pequeños, aunque innumerables lagos que durante la noche suelen moverse de posición irrigando las exuberantes tierras y abasteciendo de agua toda la región, convirtiéndola en la más hermosa, y asequible para la vida.
—Los dioses, se empeñan en cegar nuestros ojos, mi príncipe— le manifiesta uno de los fieles que cabalga a su costado.
Él, apenas gira el cuello, pues el cegador viento llega desde ese costado y ya no puede cerrar más los ojos para evitarlo.
—Y ni mencionar que nuestras ropas se saturan del molesto polvillo, ya no siento que cabalgo sobre una montura, desde hace horas creo que tengo las nalgas puestas sobre un balde con arenisca y traquetean como lo hace el mortero al machacar granos de avena— suelta de repente el desenfadado Vravat, que cabalga a su costado.