La ciudad estaba envuelta en una niebla densa aquella noche, como si el mundo se hubiera olvidado de sí mismo y se hubiera quedado atrapado en un suspiro gris y frío. Las luces de los faroles apenas lograban perforar la neblina, dibujando halos amarillentos que se fundían con la oscuridad. En ese ambiente silencioso y casi fantasmal, una figura caminaba con prisa por las calles desiertas, el eco de sus pasos resonando contra las paredes de edificios altos y olvidados.
Vanessa y Valeria eran idénticas, gemelas en apariencia y en sonrisa, pero aquella noche solo una caminaba por esas calles solitarias. Vanessa. Su chaqueta oscura estaba ligeramente humedecida por la llovizna que empezaba a caer, y su mirada inquieta se perdía entre las sombras. Había salido de casa temprano esa tarde, con una excusa sencilla que apenas convenció a su madre: una reunión con amigos, dijo. Pero nadie supo a dónde iba realmente.
Valeria, en su habitación al otro lado de la casa, esperaba impaciente una llamada que nunca llegó. Habían pasado horas desde la última vez que hablaron por teléfono, y esa ausencia de noticias comenzó a encender una alarma silenciosa en su pecho. Algo no estaba bien.
A las nueve de la noche, cuando el reloj dio la última campanada, Valeria decidió salir a buscarla. La casa familiar, una construcción antigua en el barrio céntrico, parecía más fría sin Vanessa. La ausencia de su gemela era un vacío tangible, como si el aire mismo se hubiera vuelto más denso.
Salió a la calle, y la niebla la envolvió al instante. Con cada paso, su ansiedad crecía. Llamó a Vanessa por teléfono, pero la línea solo devolvió el tono de llamada sin respuesta. Intentó llamarla a la casa de sus amigos, al trabajo, a cualquier lugar donde pudiera estar, pero nada. La desesperación empezó a hacerle temblar las manos.
Mientras caminaba por la ciudad, Valeria recordó la última vez que vio a Vanessa. Fue esa misma tarde, cuando la gemela salió con una expresión inquieta, casi temerosa. Intentó preguntarle qué le pasaba, pero Vanessa se limitó a sonreír con una mezcla de tristeza y desafío.
-No te preocupes por mí -le dijo, con una voz que no convenció a Valeria-. Solo necesito un poco de tiempo para pensar.