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La mañana era fría y gris cuando Sofía Martínez entró en la oficina, como todos los días, con una taza de café humeante entre las manos. El sonido de los teclados llenaba el ambiente, mezclado con el murmullo suave de las conversaciones de los compañeros de trabajo. Aunque los lunes siempre traían consigo un aire pesado, ella ya estaba acostumbrada a la rutina. Como secretaria personal de Héctor Valdés, el exitoso CEO de la empresa, su vida estaba regida por agendas apretadas, reuniones interminables y la constante necesidad de ser eficiente.
Sofía era una mujer de poco hablar y menos llamar la atención. Se había ganado el respeto de sus colegas no solo por su impecable desempeño profesional, sino por su capacidad de mantenerse en segundo plano. Para muchos, era casi invisible, pero para Héctor Valdés, su jefe, era más que una simple asistente. Aunque su relación había sido siempre estrictamente profesional, en los últimos meses había algo en él que la desconcertaba. Algo en la forma en que la miraba, en los gestos sutiles que solo ella parecía notar. Pero Sofía no estaba dispuesta a permitir que esos pensamientos la distrajeran de su trabajo.
Aquella mañana, mientras organizaba la bandeja de entrada de su correo, un sobre blanco llamó su atención. Estaba dirigido a ella, y el remitente solo decía: "Héctor Valdés". Lo abrió con rapidez, esperando encontrar alguna tarea más de última hora. Pero al leer el contenido, su expresión cambió, y no pudo evitar fruncir el ceño.
"Sofía, te invito cordialmente a nuestra fiesta anual de disfraces. Este año, se celebrará el próximo viernes a las 8:00 p.m. en la mansión Valdés. El evento es obligatorio para todos los empleados de la compañía. Espero verte allí. Héctor Valdés."
El papel en sus manos parecía volverse más pesado a medida que lo leía una y otra vez. ¿Una fiesta de disfraces? Ella nunca había sido de asistir a ese tipo de eventos. Las fiestas, el bullicio, las personas con las que nunca lograba conectar... No era su ambiente. Además, si había algo que había aprendido durante su tiempo trabajando con Héctor era que él tenía un control absoluto sobre todo lo que sucedía en la empresa, incluyendo las reuniones sociales. Por supuesto, como secretaria personal, sería difícil evadir la invitación. La idea de acudir a la fiesta y pasar una noche rodeada de colegas, muchos de los cuales no conocía bien fuera de la oficina, la llenaba de incomodidad.
Pero algo en las palabras de Héctor la hizo dudar. ¿Por qué "espero verte allí"? No era común que un jefe, en especial uno como Héctor, fuera tan directo y personal en una invitación de ese tipo. En su mente, se formaron una serie de preguntas y su curiosidad creció. ¿Qué clase de fiesta era esa? ¿Qué esperaba de ella? Era la típica fiesta de la empresa, ¿verdad? Entonces, ¿por qué sentía que algo más se escondía tras esas palabras?
-¿Sofía, tienes un momento?
La voz de Héctor la sacó de sus pensamientos. Sofía levantó la vista y vio a su jefe de pie junto a su escritorio. Era un hombre alto, de presencia imponente. Siempre había sido tan profesional, tan distante. Casi nunca intercambiaban palabras que no tuvieran que ver con su trabajo. El hecho de que estuviera ahí, frente a ella, no era normal.
-Claro, ¿en qué puedo ayudarte? -respondió ella, tratando de sonar tranquila.
Héctor asintió y se acercó un poco más. Aunque su rostro se mantenía serio, Sofía notó que sus ojos la observaban con una intensidad que no le era familiar.
-Solo quería asegurarme de que recibieras la invitación para la fiesta de disfraces -dijo con una sonrisa apenas visible, la cual, para Sofía, fue casi imperceptible.
El ambiente de la oficina parecía desvanecerse en ese momento, como si el ruido de fondo se hubiera silenciado. Sofía asintió con la cabeza, intentando esconder la inquietud que empezaba a tomar forma en su pecho.
-Sí, la recibí -respondió, manteniendo una sonrisa cordial.
Héctor la miró durante un segundo, como si estuviera esperando algo más. Después de un par de segundos, agregó:
-Me alegra. Es importante que estés allí, Sofía. -Dijo su nombre con una suavidad que nunca había usado antes, como si esa invitación tuviera un peso mayor.
Sofía no sabía cómo reaccionar. Él era siempre tan profesional, tan controlado. Esta nueva faceta de él, que se manifestaba en pequeños gestos, la desconcertaba. Y a pesar de su desconcierto, había algo en esa mirada, algo en esa forma de dirigirse a ella que la hacía sentir... diferente. No era solo una invitación a una fiesta. Era un mandato disfrazado de amabilidad.
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