Ese príncipe es una chica: La compañera esclava cautiva del malvado rey
Mi esposo millonario: Felices para siempre
Novia del Señor Millonario
El arrepentimiento de mi exesposo
Extraño, cásate con mi mamá
El réquiem de un corazón roto
El dulce premio del caudillo
No me dejes, mi pareja
Renacida: me casé con el enemigo de mi ex-marido
Los Mellizos del CEO
Una mañana, Camila y Geli Walters se encontraban sentadas en el balcón de su casa, trabajando y conversando.
Camila daba puntadas a un bordado de vívidos colores, mientras que Geli dibujaba sobre un lienzo
que sostenía en las rodillas. Hablaban poco, con largos intervalos de silencio,
y, cuando lo hacían, parecía que expresaran pensamientos que de tanto en
tanto cruzaban al azar su mente.
En ese momento, Geli preguntó:
—Hermana, ¿de verdad quieres casarte?
Camila dejó el bordado sobre su regazo y alzó la vista.
La expresión de su cara era serena y meditativa mientras respondía:
—No lo sé. Depende de lo que hayas querido decir.
Geli se quedó levemente sorprendida y miró durante unos instantes a su
hermana.
Luego, con ironía comentó:
—Bueno… por lo general, casarse sólo significa una cosa.
De cualquier forma, ¿no crees que estarías...?
En ese punto, la expresión de Geli se hizo levemente sombría, y agregó:
— ¿ No crees que estarías en una mejor situación que en la que te encuentras ahora?
Una sombra cruzó la cara de Camila mientras respondía:
—Quizás. Pero tampoco lo sé con certeza.
Una vez más, Geli guardó un breve silencio, sintiéndose algo irritada.
Quería concretar más, por lo que preguntó:
—¿No crees que es necesario vivir la experiencia de casarse?
—¿Y tú crees que estar casada representa siempre una experiencia?
Fríamente, Geli contestó:
—Forzosamente, en algún aspecto u otro. Quizás sea una experiencia
desagradable, pero una experiencia al fin.
—Lo dudo. Lo más probable es que el matrimonio signifique el final
de las experiencias.
Geli, sentada, inmóvil, meditó esas palabras, luego dijo:
—Claro, siempre hay que tener en cuenta esa posibilidad.
Con eso, la chica terminó la conversación por el momento. Luego, con un gesto casi
irritado, tomó el borrador y comenzó a borrar parte de su dibujo.
Camila, por su parte, continuó dando puntadas, absorta.
Poco después, Geli preguntó:
—¿Tomarías en consideración una buena oferta matrimonial?
Camila replicó:
—He rechazado varias.
Al escuchar las palabras de su hermana, Geli se sonrojó intensamente y replicó:
—¡No me digas eso! Pero ¿ha habido alguna que realmente mereciera tenerse
en cuenta?
—Unas mil al año, y se trataba de un muchacho realmente encantador, a quien le
tenía una simpatía enorme.
—Increíble... ¿Y no sentiste una tentación tremenda de decirle que sí?
Camila contestó:
—De una manera abstracta, sí, Pero en concreto no. Cuando llega el
momento de tomar la decisión, ni tentaciones se sienten. Si realmente tuviera
tentaciones, me casaría con la velocidad del rayo. Ocurre que sólo tengo
tentaciones de no casarme.