Keilita
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El Costo de la Codicia: Una Segunda Oportunidad
Gavin En mi vida pasada, morí apuñalada en el frío suelo de la bodega familiar.
La cuchilla de podar se clavó en mi costado, y la sangre manchó las piedras, tan roja como el vino que tanto amaba.
Mientras mi vida se escapaba, vi a mi prima Isabel susurrarle a Javier, mi prometido, con una sonrisa torcida.
«Sofía, fue Javier quien les dijo que tu tratamiento era una estafa. Dijo que solo querías venderles productos caros», me confesó ella, antes de dejarme morir sola.
El dolor era inmenso, pero la traición me helaba hasta los huesos: Javier, mi prometido, y mi propia prima.
Me culparon, me empujaron, por haber salvado las viñas de los García con mi caro tratamiento orgánico, mientras Isabel prometía una solución barata y rápida con químicos.
Pero esos químicos arrasaron las viñas, contaminaron la tierra y destruyeron todo.
¿Cómo pudimos ser tan ciegos? ¿Cómo mi propia familia y el hombre que amaba me entregarían a la muerte por avaricia y envidia?
Ahora, abro los ojos, de vuelta en el mismo día, justo cuando los García suplican mi ayuda por la misma plaga. ¡Pero esta vez, no caeré en la misma trampa! La millonaria Regresa A Proteger A su Hija
Gavin El sol de México brillaba sobre mi último acuerdo millonario, un triunfo para "Vinos de Ultramar S.A.", el imperio secreto que nadie en España conocía.
Saboreaba mi vino, un "Bodegas del Sol", el mismo que producía mi otra empresa en La Rioja, pensando en mi hija Sofía.
Llevaba meses lejos, construyendo este legado, y planeaba regresar para la vendimia.
Pero justo cuando revisaba fotos en redes sociales, una invitación digital con flores doradas me detuvo el corazón.
"Nos complace invitarles a la boda de Sofía de la Torre y Ricardo Vargas".
¿Ricardo Vargas? ¿Ese empresario cincuentón, casi en quiebra y con fama dudosa?
La copa se me resbaló, el vino tinto esparciéndose como sangre en el mármol.
Un frío infernal me recorrió.
Mi hija, mi única Sofía, ¿casándose con un buitre?
Volé a Logroño, solo para encontrar el caserón en silencio, invadido por mis tres "protegidos" -Mateo, Javier, Adrián-, los huérfanos que crié como hijos.
Pero no estaban solos; Lucía, la hija de mi capataz, se reía en mi sillón, mientras ellos la adoraban.
"¿Qué haces aquí? Creíamos que estabas en México", me espetó Mateo, un tono de fastidio en su voz.
Pregunté por Sofía, y ellos se encogieron de hombros, "Ella tiene gustos extraños. Ricardo Vargas es un buen partido... para la bodega".
Luego la vi entrar: Sofía, mi dulce Sofía, pálida, con los hombros encorvados y un horrible sarpullido rojo en la piel.
"¡Es la hierba mora!", grité, al reconocer esa alergia que la atormentaba desde niña.
Pero ellos se rieron, "¡Solo quiere llamar la atención! ¡Está fingiendo para arruinar el compromiso!".
Me di cuenta: la estaban maltratando, drogando, forzándola a casarse con él para quedarse con mi bodega.
La traición era tan descarada, tan cruel, que me dejó sin aliento.
¿Cómo podían estos a quienes crié y amé convertirse en los verdugos de mi propia hija?
No entendía cómo mis supuestos hijos me hablaban de herederos con la hija de mi empleado, mientras mi propia sangre era entregada a un depredador.
Me tomaron por muerta, por débil, por una mujer del pasado.
Pero lo que presencié en mi propia casa, el estado de mi hija, la malicia en sus ojos...
Me prometí que la protegería con todo lo que tenía.
Y lo que tenía, era mucho más de lo que jamás imaginaron.
Tomé mi teléfono, con una calma que los descolocó por completo.
"¿Estáis seguros de que ya no tengo poder aquí?".
"Mamá", susurró Sofía aferrada a mi brazo, sus ojos anegados en terror.
Sentí la chispa de esperanza en su mirada.
Y supe lo que tenía que hacer.
Mi venganza apenas comenzaba. Encuentro con mi Novio en La Boda de Mi Amiga
Gavin El aire de Sevilla olía a azahar y a traición.
Era el día de la boda de mi mejor amiga, Isabel.
Y él era el novio.
Javier, el hombre que desapareció hace tres años, llevándose mi vida con él, estaba allí, casándose con mi "mejor amiga".
Mi copa de vino casi se cae; el mundo se detuvo.
Isabel me lo presentó con una sonrisa radiante, mientras él me miraba como a una total extraña.
Luego, soltó la bomba: "Lo rescaté de la quiebra. Tuvo que alejarse de todo, especialmente de una exnovia que lo acosaba sin piedad. Una obsesiva, pobre hombre. Esa era yo."
La amiga que secó mis lágrimas, que me consoló durante tres años, era la misma que me había mentido y complotado a mis espaldas.
Sentí que el suelo se abría, mientras Javier pasaba a mi lado con indiferencia, como si yo fuera un mueble.
Detrás de una columna, lo escuché decir: "Sí, es ella. La loca. Sigue obsesionada. Rota. ¿Quién querría estar con alguien así?"
La humillación me quemó por dentro.
Mis muñecas, con las cicatrices de una noche de desesperación de hace un año, ardían.
Un año, mientras yo luchaba por respirar, ellos planeaban su boda en España en secreto.
¿Cómo pude ser tan ciega?
¿Cómo mi mejor amiga pudo traicionarme así, mientras yo llegaba al hospital por intentar apagar el dolor de su ausencia, de SU silencio?
No pude más.
Esa noche, marqué un número que no usaba en años.
"Quiero volver a casa. Dile a papá que acepto el compromiso. Conoceré a ese hombre."
Bloqueé a Javier y a cada falso amigo, dejé las llaves y tomé el último tren lejos de la tumba de mi amor.
Se acabó la espera, se acabaron las mentiras. Amnesia Fingida Me trae Novio Nuevo
Gavin Mi mundo, el escenario, se volvió negro bajo mis pies. La siguiente vez que abrí los ojos, el hospital y el olor a desinfectante me confirmaron que algo andaba muy mal.
Mi novio, Javier, que durante cinco años me profesó amor, estaba a mi lado, pero sus ojos estaban fijos en su teléfono, no en mí.
Con una sonrisa forzada, me dijo que había sido una "mala caída" y una "conmoción cerebral leve".
Pero algo se rompió en mí. Entonces, una idea, fría y afilada, se formó en mi mente.
Con una calma aterradora, fingí no saber quién era.
¿Y qué hizo él? Sin dudarlo, me entregó a su mejor amigo, Mateo, el genio guitarrista que siempre pareció despreciarme, diciendo: "Él es Mateo. Tu novio."
Me quedé helada. ¿En serio? ¿Me desecha tan fácilmente?
Mi corazón se sentía hueco, pero ya no roto. No lloré. En cambio, sentí una calma gélida.
Si Javier quería unas "vacaciones", le daría una jubilación anticipada de nuestra relación.
El juego acababa de empezar. Y yo, Lucía, la "amnésica", no iba a perder. Una Madre sin Nada que Perder
Gavin Durante diecisiete años, vendí frutas humildemente en Oaxaca, criando a mi talentosa hija Luciana con la medalla de mi esposo caído, un infante de marina, como único recuerdo.
Pero un día, mi mundo se hizo pedazos cuando la escuela llamó: Luciana estaba en el hospital, víctima de una brutal agresión por parte de Sasha Salazar, la hija del hombre más rico y poderoso de la ciudad.
El magnate Máximo Salazar llegó al hospital, arrojó dinero a mis pies como limosna por nuestra tragedia y me advirtió que guardara silencio; cuando exigí justicia, su guardaespaldas me golpeó brutalmente.
Fui humillada, mi casa destrozada, mi sustento aniquilado, y la foto de mi esposo y su preciada medalla fueron pisoteadas, mientras la policía y la escuela, compradas por Salazar, me cerraban todas las puertas.
Con el alma desgarrada, las cenizas de Luciana en mis brazos y la medalla intacta de mi esposo en el bolsillo, emprendí un viaje desesperado hacia Veracruz, a la base naval donde él sirvió, buscando un último destello de esperanza.
Pero justo al llegar, Máximo Salazar volvió a aparecer, pateó las cenizas de mi hija por el suelo, y pisoteó la medalla de mi héroe una y otra vez, pulverizando lo poco que me quedaba, hasta que un joven centinela, testigo de la barbarie, activó la alarma.
En ese instante, la base se convulsionó, y el Almirante Roy Lawrence, el mentor de mi esposo y quien le entregó aquella medalla, emergió de la oscuridad, con una furia fría que prometía una justicia devastadora. Mi Corazón de Piedra: Ni Una Mirada Atrás
Gavin El funeral de mi hija fue un espectáculo grotesco, empañado por el aire pesado de la hipocresía de la familia de mi marido.
Mi esposo, Alejandro, ni siquiera me miraba; en cambio, consolaba a Carmen, la viuda de su hermano, que lloraba delicadamente sobre su hombro, visiblemente embarazada.
Pero el horror no terminó ahí: en ese mismo santuario de luto, Alejandro anunció que el hijo de Carmen era la "nueva bendición" de la familia, mientras yo me ahogaba en el dolor.
Lo sabía entonces: mi hija, muerta por un plato de setas venenosas que Carmen le había dado, era ahora solo un preludio para el hijo bastardo que crecía en su vientre.
Sentí una fría desesperación: me había quitado el anillo de bodas, y el leve tintineo al caer fue un trueno solo para mí, mientras todos celebraban la atrocidad; mi mundo se detuvo, esperando el golpe final.
Ese golpe llegó cuando, tras forzarme a cocinar para su amante, Alejandro exigió que le diera mi útero para un trasplante que salvaría a su hijo, revelando que había asesinado a nuestros gemelos conmigo.
La humillación, el dolor y la absoluta malicia de sus acciones encendieron una llama oscura dentro de mí, una promesa silenciosa de venganza.
Fui abandonada en una bodega en llamas, pero emergí de las cenizas sabiendo que mi plan apenas comenzaba, y que Alejandro pagaría cada lágrima y cada injusticia.
Años después, se arrodilló ante mí, un hombre roto y arrepentido, ofreciéndome de nuevo el mundo; pero yo, Sofía, ya había encontrado mi verdadero amor y mi libertad.
El anillo de diamantes voló por el aire, un pequeño destello que caía al mar y arrastraba consigo los últimos vestigios del hombre que había sido mi tormento. El Último Baile del Engaño
Gavin Faltaban solo tres días para mi boda con Isabela, el amor de mi vida, por quien había renunciado a mi carrera como primer bailarín en el Ballet Nacional, un pequeño precio por una vida a su lado.
Pero un "accidente" de caballo me dejó postrado en el hospital, y fue allí donde el velo de mi perfecta vida se rasgó: oí a Isabela, la mujer que decía amarme, conspirar con el médico para que mi pierna nunca se recuperara, para que quedara permanentemente lisiado e infértil.
Descubrí que era solo un peón en su gran plan para heredar la fortuna familiar, mientras ella ocultaba a su verdadero amante, un torero, y a su hija, la que pretendía adoptar "conmigo".
¿Cómo podía una mujer de la que creía estar tan enamorado desear mi destrucción total, arrebatarme mi arte y mi futuro, con una crueldad tan calculada?
Así que, con el corazón roto y la rabia como combustible, decidí que si ella quería un hombre muerto, se lo daría, pero a mi manera: orquesté mi propia desaparición, dejando atrás una fachada de dolor para renacer de las cenizas y asegurar que ella, y solo ella, pagara el precio de su traición.