"¡Oye, preciosa!".
Maya Mo se llevó la mano entumecida al cuello y se ajustó la bufanda color carmín. Luego, con una mueca de impaciencia en el rostro, bailoteó tratando de entrar en calor, mientras murmuraba, sorprendida de sí misma: 'Qué frío hace en invierno. Crosby Liu, en verdad debo quererte mucho. Si no, ¿cómo explicarías esta estúpida salida en medio de una helada para buscarle a tu mascota un veterinario?'.
Mientras continuaba avanzando casi a rastras por el camino, le pareció escuchar vagamente el tintineo de una agradable voz masculina, gritando detrás de ella. Aunque algo confundida, siguió su camino sin voltear. Recordaba claramente que Crosby le había aconsejado alguna vez que nunca se volviera cuando alguien la llamara en la calle, particularmente por nombres como "preciosa". Así podía evitarse la vergüenza de descubrir que, seguramente, no le hablaban a ella.
Sin embargo, al alzar la vista, se fijó en dos chicas, a unos pasos frente a ella, ataviadas con ropas demasiado ligeras como para un día tan frío, que se habían detenido en el acto al escuchar la voz llamando, convencidas de que la apelación iba dirigida a ellas. Sus entusiasmadas exclamaciones le causaron un sobresalto: "¡Oh Dios mío!, ¡es tan guapo!". Dijo una de las chicas, refiriéndose al hombre de quien la voz provenía.
"¡Oh, cielos!, ¿crees que me esté llamando a mí?, ¿será a mí?", preguntó la otra chica, con una risilla emocionada. Parecía que estaba viendo al dicho hombre directamente a los ojos, y bailoteó con entusiasmo.
Maya puso los ojos en blanco, decidió que no se molestaría en seguir contemplando la escena. Además, a juzgar por la reacción de las chicas, Maya supuso que, lo más seguro es que no conocieran al atractivo extraño que las llamaba, y ella, por lo general, no pensaba bien de los hombres que coqueteaban con mujeres desconocidas en plena calle.
"¡Espera un segundo, preciosa!".
Sonó de nuevo la voz desconocida, que tenía, innegablemente, un timbre agradable. Esta vez, sin pensarlo, Maya se sorprendió echando un vistazo hacia atrás.
"¡Preciosa, oye, preciosa!".
"¡Oh, no me está llamando a mí!". Entonces, Maya notó que las dos chicas de enfrente parecían completamente decepcionadas y la miraban con cierto rencor. Se sintió incómoda al pensar que el extraño podría, en efecto, estarle hablando a ella.
La voz se escuchaba cada vez más cerca, y los pensamientos de Maya fueron súbitamente interrumpidos. Entonces se detuvo, y sin más cavilaciones, se dio la vuelta, para ver a un hombre alto y muy atractivo de pie, apenas a unos centímetros de ella. Justo en ese momento, los ojos del extraño se iluminaron mientas daba un respingo de alegría, como si sus exclamaciones por fin hubieran dado en el blanco.
Ella se quedó de una pieza. Aunque no era como que se hubiera enamorado en el acto (se había topado con muchos hombres atractivos a lo largo de su vida, y hacía falta mucho más que una cara agradable y un cuerpo alto para impresionarla), tenía que reconocer que había algo en aquel hombre, algo fuera de lo común, ¿cómo podía ponerlo en palabras? ¡Sería inolvidable! El hombre era perfecto de pies a cabeza; su rostro era impecable, su sonrisa brillante, sus ojos claros como el cristal, sus cejas se arqueaban con gracia, enmarcando una mirada digna y elegante. Su nariz era recta y sus labios levemente rosados, la línea de su quijada era firme y angulosa.