Termino de arreglar mi cabello bajo el hijab[1], ya estaba bastante largo, pero no podía cortarlo gracias a nuestra economía y que si alguien me llegase a ver que no fuese una mujer podría como una buscona y morir de una forma escalofriante.
Cuando termino de organizar mi ropa, para salir de mi habitación y llegar a la cocina.
—¡Por Ala, Ali! —escucho a mi madre como intenta no gritar—, Están a punto de quitarnos la casa los talibanes a causa de la deuda del supuesto negocio que colocaste con el tonto de tu amigo que no sirvió para nada.
—¡Ala, Ala! —grita mi padre y escucho como se levanta de su silla de forma violenta—, ¿¡No puedes hacer más nada que recordarme mis desgracias!? ¿Quieres que te enseñe a respetar? Mejor ve a por tu hija y trae el desayuno.
—Buenos días, querido padre y querida madre.
—Buenos días, cariño —me respondió mi madre y en cambio mi padre ni siquiera me determino.
Me senté en la silla donde normalmente me sentaba agachado mi mirada para evitar que mi padre creyese que lo estaba retando y me ganase una cachetada o volver al hospital, otra vez.
Creía que mis padres nos odiaba a mi madre y a mí, cuando mi madre tenía 15 años y él 30, cuando Estados Unidos abandonaron Afganistán, dejándonos a nuestra suerte, sumados en el dolor y el desconsuelo, los talibanes invadieron Afganistán y mi padre se casó con mi madre, cuando ella ni siquiera quiso.
Este era nuestro destino como mujeres en Afganistán, sin voz, voto, poder siendo sumisas de los hombres.
Los platos de comida se posaron frente a nosotros, lo mismo de ayer…
Esto iba a terminar mal.
—¿Qué es esto? ¿Acaso quieres matar a tu esposo comiendo siempre la misma porquería? ¿Sabías que por eso te pueden apedrear?
—No es así… no hay más nada. No hay dinero para comprar comida.
—¡Lo peor que me pudo haber pasado fue haberme casado contigo y haberme sumado a la pobreza!
Mi padre se levantó de golpe, pero antes de que pudiese empezar a golpear a mi madre el timbre de la casa se escuchó.
Mi padre le dio un fuerte golpe a la mesa para empezar a caminar hacia la puerta principal, nos hubiese hecho abrir la puerta si eso no fuese mal visto.
—Ali —se escuchó una voz cuando mi padre abrió la puerta.
—Abdul… bienvenido —saludo mi padre a aquel hombre.
—Vengo por mi dinero, si no quieres pagarme me puedes dar tu casa y todo lo que tienes para saldar la deuda.
—Abdul te juro que estoy buscando la forma de pagarte… —dijo mi padre temblorosamente.
—¿Se puede saber cómo carajos vas a sacar toda esa cantidad? La quiero ahora mismo —replicó el hombre.
El hombre caminó hacia el comedor que estaba a escasos pasos de la entrada
—Está bien… está bien, acepta como medio de pago a mi hija.
En ese momento empecé a tiritar del miedo.
—Si aceptas, prométeme que el dinero quedaría olvidado.
Mis ojos se abrieron de golpe.
¿Mi padre era capaz de venderme?
—Querido… por favor no.
—¡Cállate!
Mi corazón se encogió cuando me dedicó una mirada llena de odio.
—No la quiero más en mi casa, ya está en una edad suficiente como para que se case y ayude a su padre y a su madre.