/0/14726/coverorgin.jpg?v=d1e13b96db36c24ec32d4b8796ff67d8&imageMogr2/format/webp)
El sol se ponía lentamente, bañando el horizonte con una luz anaranjada que se deslizaba sobre las suaves colinas y los campos de trigo, mientras la brisa fresca de la tarde acariciaba las casas dispersas en el pueblo fronterizo de Verdansk. Era un lugar pequeño, humilde, donde la mayoría de sus habitantes vivían al margen de las grandes guerras y conflictos que arrasaban las tierras lejanas. Pero incluso aquí, en este recóndito rincón del mundo, los ecos de la oscuridad se sentían como un peso palpable en el aire.
Aiden observaba el cielo desde el taller de herrería que había heredado de su padre, un hombre duro y callado que había dejado este mundo sin pronunciar una palabra sobre su pasado. Era una herencia que Aiden nunca había cuestionado, un destino que había aceptado sin pensarlo demasiado. En sus manos, el hierro se transformaba en espadas, herraduras, y herramientas con la misma destreza que su padre, como si el metal tuviera vida propia en su toque. A sus 22 años, era conocido como el mejor herrero de la región, pero su vida parecía vacía. El trabajo duro no le daba paz, sino que lo sumía cada vez más en una sensación de vacío, como si estuviera destinado a algo más grande, algo que nunca lograría alcanzar.
Fue en una tarde como cualquier otra, cuando todo cambió.
El sonido de cascos golpeando el suelo polvoriento llegó hasta sus oídos, seguido de voces bajas y murmurantes. Aiden levantó la mirada, sus ojos fijándose en la carretera polvorienta que conectaba el pueblo con los dominios más allá de las colinas. Un grupo de viajeros se acercaba, pero no eran comerciantes ni turistas. Sus ropas oscuras y sus caballos veloces denotaban que no pertenecían a ese lugar. En la cabeza del grupo, un hombre mayor, de rostro cansado y ojos penetrantes, montaba un caballo negro, como si el mismo destino lo hubiera marcado para atravesar el mundo.
-Es hora -murmuró Aiden, aunque no sabía por qué.
El hombre desmontó y, al instante, se acercó a él, su mirada fija en los ojos del joven herrero. El aire parecía cargarse de una energía extraña, como si algo invisible hubiera tocado a ambos, conectándolos de alguna manera que ni ellos entendían.
-Eres tú -dijo el hombre en voz grave, sin rodeos-. El último heredero.
Aiden sintió una punzada en el pecho. Un escalofrío recorrió su espina dorsal, como si esas palabras hubieran tocado un lugar profundo dentro de él, algo enterrado, olvidado.
-El último heredero de Eldoria -repitió el hombre, esta vez con un tono más firme, como si intentara que las palabras se grabaran en su mente-. Eres Aiden, hijo de la familia real. El rey de las sombras te ha estado buscando, y no tiene idea de que existes. Pero ahora, no puedes esconderte más.
El joven herrero se quedó paralizado. Su mente no podía procesar lo que acababa de escuchar. ¿Eldoria? La antigua tierra de magia y poder, destruida hace años por un rey oscuro que había sumido al mundo en las sombras... Se había convertido en una leyenda, un mito, un cuento de terror que los ancianos contaban a los niños. Nadie en el pueblo había hablado nunca de reyes, de tierras perdidas, o de magia oscura. La única vida que Aiden había conocido era la de la herrería, un destino de esfuerzo y sudor.
-¿Qué estás diciendo? No puedo ser... -empezó a decir, pero las palabras se ahogaron en su garganta.
El hombre asintió lentamente, su mirada sombría y grave.
-Sé que es mucho para asimilar, pero no hay tiempo. El rey de las sombras te busca. Debes venir conmigo, ahora.
Aiden dudó, mirando a su alrededor, buscando alguna señal de que esto no era más que un sueño o una cruel broma. Pero algo en los ojos del hombre le decía que no era así. Algo en su interior también le decía que no podía ignorarlo.
-¿Quién eres? -preguntó Aiden, por fin, con voz temblorosa.
-El último de los hechiceros de Eldoria. Mi nombre es Valin. Te protegeré hasta que puedas reclamar lo que te pertenece.
Aiden miró sus manos, las mismas manos que habían trabajado durante años la forja, que habían dado forma al hierro y al acero, pero nunca a su propio destino. ¿Cómo podría él, un simple herrero, ser el heredero de un reino perdido?
-¿Por qué ahora? ¿Por qué no antes? -preguntó, confundido.
Valin suspiró, como si ya estuviera acostumbrado a hacer la misma pregunta una y otra vez.
-La magia oscura ha estado tomando fuerza. El rey de las sombras ha comenzado a destruir todo a su paso para asegurarse de que nadie desafíe su dominio. El último de la línea real ha estado oculto por generaciones, protegido por un hechizo que te mantuvo a salvo. Pero la protección está terminando. Es hora de que tomes tu lugar, antes de que sea demasiado tarde.
Aiden, con la mente hecha un torbellino, miró al hombre que lo había llamado heredero. No sabía si debía sentir miedo, incredulidad o incluso ira, pero una cosa estaba clara: su vida había cambiado para siempre.
-¿A dónde vamos? -preguntó finalmente, decidido.
-Al Reino de las Sombras -respondió Valin, su voz firme-. Y allí, comenzará tu verdadero viaje.
El viento comenzó a soplar con más fuerza, llevándose consigo las últimas sombras de la tarde, mientras la quietud del pueblo se disolvía en el bullicio de los viajeros. Aiden permaneció inmóvil, aún procesando lo que acababa de escuchar. Las palabras del hechicero resonaban en su mente con un eco persistente. "El último heredero... de Eldoria..." Cada vez que las repetía, la realidad de lo que le había sido revelado parecía más lejana, como un cuento de hadas o una fantasía delirante. Pero la mirada de Valin, fija y decidida, lo mantenía anclado en la verdad brutal de la situación.
-¿Qué debo hacer? -preguntó, su voz vacilante, pero determinada.
/0/16024/coverorgin.jpg?v=df1f78ec4db2c48117802073c5fa6ebd&imageMogr2/format/webp)
/0/4071/coverorgin.jpg?v=3dfa464fb554666bbd049ea9265cdda3&imageMogr2/format/webp)
/0/571/coverorgin.jpg?v=2f94fc48743444078a86494db4bd923a&imageMogr2/format/webp)
/0/8869/coverorgin.jpg?v=5278dde9d1b13f87dc378ad9b8dfbada&imageMogr2/format/webp)
/0/2702/coverorgin.jpg?v=73c8be932da67302d20c93056586354a&imageMogr2/format/webp)
/0/13922/coverorgin.jpg?v=948ac6a913ff870422d3c6a987335cde&imageMogr2/format/webp)
/0/13232/coverorgin.jpg?v=b5270acaf52d5cc4c37db9a97224391d&imageMogr2/format/webp)
/0/17448/coverorgin.jpg?v=78b9085f3be13b005f21424f3295c9be&imageMogr2/format/webp)
/0/6214/coverorgin.jpg?v=0e00f377a79a04848c6d28a94d8a6d13&imageMogr2/format/webp)
/0/6748/coverorgin.jpg?v=a5f65cfcc5c4e8feca6b98ac257b0fd0&imageMogr2/format/webp)
/0/20771/coverorgin.jpg?v=d04c9fb6471ba3c91549061cfd04fbd6&imageMogr2/format/webp)
/0/10460/coverorgin.jpg?v=793f74a6b4123d915c743e89149b6e80&imageMogr2/format/webp)
/0/17777/coverorgin.jpg?v=daf40ebe93d94f30bd75254a258c2ea2&imageMogr2/format/webp)
/0/13449/coverorgin.jpg?v=6a79b5acc1340abdd80c990565bfacee&imageMogr2/format/webp)
/0/20633/coverorgin.jpg?v=3044e5ca1715f733845f8523d5fc76c6&imageMogr2/format/webp)
/0/17644/coverorgin.jpg?v=869883c81a7f86d05230f352c2029614&imageMogr2/format/webp)
/0/17963/coverorgin.jpg?v=e38607b56afa00ee95f0fb9c78bc3738&imageMogr2/format/webp)
/0/21254/coverorgin.jpg?v=2c2f63c92a69c83495b9f3d03546cf4c&imageMogr2/format/webp)
/0/14761/coverorgin.jpg?v=815e55e234b770005044cf66ed563fca&imageMogr2/format/webp)
/0/19482/coverorgin.jpg?v=c44de368ab92a8f2e8e866af337e5d9f&imageMogr2/format/webp)