''Queridos padres, ustedes no tienen la culpa de lo que suceda en mi mente y en mi cuerpo, yo solo ya no aguanto vivir con el vacío en el que vivo y cada vez siento que la oscuridad de este vacío me consume más y más, no quiero ser un fantasma ni un espectador de mi propia vida, lo siento, ustedes fueron los mejores padre que he tenido''
La pequeña Elize escribió aquella carta y la dejó reposar sobre la mesa, seguidamente de tomarse todos los somníferos posibles, todos lo que necesitaba. Lo de la carta era cierto. Había sido hija única y mis padres solo me han dado lo posible y más, pero algo en mi cerebro estaba mal, lo supimos cuando comencé a tener ataques de ansiedad y pánico en el instituto, luego, fueros al médico que les derivó con un psiquiatra y explicó que el cableado de su cerebro necesitaba de píldoras, que necesitaba ansiolíticos, antidepresivos y mucha mierda más. Era muy joven cuando comenzó, luego se hartó, ya no quería estar tomando una farmacia para sentirse bien. Estaba harta. Así que esa era su realidad, la de Elize. Ahora tenía 16 años y estaba por terminar el instituto, pero no tenía ni la más mínima idea de lo que estudiaría, y no quería pensar en eso.
Tomó 180 píldoras, sus padres trabajarían toda esa mañana, así que todo indicaba que estaría bien, dijo que no tenía clases, aunque les mintió. Sí tenía, solo que quería estar sola en casa. Así que todo comienza a darle sueño, las cosas comienzan a verse granuladas, empieza a sentirse torpe moviéndome por la habitación y esboza una sonrisa, éste era su sueño, irse sintiendo esto. Quería bailar, pero no podía, estaba muy drogada para hacerlo y todo significaba un esfuerzo, de golpe todos los muebles eran enormes, un obstáculo y la habitación era mucho más pequeña de lo que recordaba, así que dejó de intentar moverse y comenzó a relajarse, se recostó sobre la cama y echó un suspiro de alivio. Mañana ya no estaría. No enfrentaría nada más. Honestamente, ya no le importaba si había un cielo o un infierno, de existirlo, creía que iría al infierno, así que no la depararía algo muy bonito así que mejor era no pensar en ello. Y luego, comenzó a bostezar. Esto indicaba el final, dormiría y no volvería a despertar. La etapa final.
No sabía si había sido un sueño o estaba muy drogada, pero antes de cerrar los ojos por completo, vio la silueta de alguien allí. Un chico, con el cabello naranja, había leído que las personas que tenían el cabello de ese color significaban mala suerte, o al menos les hacían bullying por eso. Así que su mente interceptó que eso significaba el adiós.
Pero no lo hizo.
Se despertó. En una maldita cama de hospital.
—¿Porqué? —intentó balbucear.
La realidad es que no lo dijo de esa manera, o al menos no sonó así. No sé si escucharon hablar a una persona que tuvo una sobredosis intentando modular después, nunca dicen nada coherente.
La enfermera que se encontraba cercana se dirigió a ella con la mirada.
—Así que despertaste, que bueno. Bienvenida a la vida nuevamente.
Ve a lo lejos a sus padres hablar con un doctor, y sus padres la ven a lo lejos alegrados de verla viva. Estaba entubada hasta el estómago, así que supuso que le habrán hecho un lavado de estómago, sentía la boca adormecida del lado del tubo y tenía muchísima sed. Pero estas cosas suceden cuando te quieres morir y las cosas no salen como las planeas, ¿verdad? Así que se preguntó mirando el techo del hospital si luego de esto quizás no podría hablar, si quedaría medio imbécil o ya lo estaba y no se había dado cuenta, sabía que una sobredosis además de provocarte la muerte también podía provocarte otras cosas. El problema es que justamente había hecho todo lo necesario para que me muriera y no tuviera que pasar por esto.
Resumiendo esta parte porque no es entretenida, varios días en el hospital cuando eres una estúpida que no puedes llevar a cabo la muerte. Leí en algún lugar que el porcentaje de personas que llevaban con éxito el exterminio de su vida con pastillas, era muy ínfimo. Normalmente hay alguien que te salva, no te tomas las suficientes pastillas o quedas idiota. En el caso de Elize, no sabía cual fue, pero tuvo suerte de no quedar idiota, según lo que le dijeron a sus padres, había vomitado una enorme cantidad de pastillas y eso hizo que su cuerpo no recibiera tanto daño más que las primeras que sí se derritieron con el ácido estomacal. Sus padres lo llamaron milagro, porque ninguno de ellos estaba allí y ella no se había metido los dedos para vomitar, recuerda haber cerrado los ojos. Pero supuso que su cuerpo de todos modos expulsó por sí mismo y que no lo recuerdaba porque estaba drogada. De todos modos, daba igual, estaría tres meses intentando volver a ser como antes, así que escapó una tarde.
Recuerda haber corrido tan rápido de su casa y de haberse metido en lugares que nunca se imaginarían que iría, así no la encontrarían rápido. Pero la verdad es que aún no estaba bien, pero encuentra la costa del río que estaba cerca de su casa y del vecindario y en la sola baranda tambalea y cae en el agua. Sonreía para sus adentros, genial, nuevamente se iría. Apenas pudo moverse por sí misma, ni siquiera tendría instintos de salvarse, pensó, porque de quererlo no podría porque ni siquiera sabía nadar. Aunque, algo la sujeta el cuerpo y la eleva. Tenía los ojos empadados y balbuceaba.
Su cerebro funcionaba al menos para darse cuenta que esto era obra de una persona, porque estaba siendo llevada en los brazos de alguien que la deja en el suelo intentando hacerle primeros auxilios.
¿Quien rayos es? Y ahí mientras le escupe agua, ve finalmente el joven. Matyas, el chico más popular del instituto. Elize quiso le tragara la tierra misma y no la vuelva a escupir. Ahora ha quedado oficialmente como una suicida para todo el instituto.
—Que suerte que te vi, ¿perdiste el conocimiento?
Intentó balbucear algo y afirmó con la cabeza, no sabía realmente que balbuceaba pero temía que no fuera algo coherente.
—¡Allí estabas! —comentó un joven pelirrojo.
No sabía si había tragado mucha agua, pero el joven era el mismo de sus sueños, le resultaba muy familiar y mucha coincidencia.
—¿La conoces? —inquirió Matyas.
—Soy nuevo en su vecindario, ella no se sentía muy bien y por eso vinimos a pasear para que tome un poco de aire, pero por lo que veo, la has salvado...
—Sí, así que no fuiste de mucha ayuda—espetó Matyas.
—Me disculpo, ya puedes seguir haciendo lo que estabas haciendo, y te agradezco por haberla ayudado. La puedo llevar a su casa, estaré al pendiente de ella —sigue el pelirrojo.
Matyas mira sospechosamente a Elize y busca respuesta en su mirada, pero ella solo pudo abrirle los ojos con vehemencia pero no podía atreverse a decirle algo, porque se daría cuenta que no estaba bien. No sabía quien era este sujeto y tampoco que buscaba, así que no podía demostrar que estaba débil.
—¿Y cómo sé que lo que dices es verdad? Puedes ser un desconocido. Yo al menos voy a su instituto —insistió Matyas.
—Si vas a su instituto has notado que no ha ido en tres meses, ¿verdad? —agrega el pelirrojo.
Matyas queda con gesto dubitativo.Yo también, ¿como un extraño puede saber cuanto tiempo he faltado a clases?
—No lo sé hermano, no nos conocemos tanto, pero sí no la he visto por estos días.
—Quizás deberías prestar más atención entonces. Yo sé donde vive, yo la puedo cuidar, la llevaré a su casa. Ella está estuvo hospitalizada y por eso no ha ido al instituto. Cuando comience el semestre, nos verás a ambos, confía en mí —espetó el pelirrojo.
Matyas vuelve a mirar a Elize y parece hasta olvidarse de su presencia mientras seguía conversando con el sujeto, éste, derrochaba simpatía y calidez, el pelirrojo comienza a sacarse el abrigo y a tapar con él a Elize.
—¿Porque estuvo hospitalizada?
—Nada grave, se operó los senos. Así que necesitó reposo.
Matyas queda enrojecido e intenta no mirarle los senos, Elize impávida, intentaba decirle que no con los ojos, pero cuando menos se estaba dando cuenta, el sujeto extraño me cargaba en sus brazos.
—¿Te puedo dar mi número y me avisas cuando ella esté en su casa?
—Claro—le contesta el pelirrojo —.Pero ya ves que tengo los brazos ocupados, anota mi número, es 954-2244957.
—Genial. Gracias hermano.
Y Matyas se marcha, así que comienza a rezar para sus adentros para que sus órganos no terminen en Corea. Es decir, lo que dijo de que quería morir, quizás no era tan enserio, no quería sufrir, estaba claro o que la vayan a desmembrar. Pero curiosamente, el pelirrojo se dirige realmente a su casa.
—Deja de hacer estupideces. Ahora no te dejarán salir de tu casa hasta que demuestres que realmente no te vas a quitar la vida.
—No haré nada más—intentó decir. Aunque no sabía si eso realmente sonó como quería.
Él toca el timbre de su casa y lo recibe su padre sorprendido de verla empapada.
—Por dios, ¿que sucedió? La estábamos buscando, Elize, hija ¿dónde estabas?
—Solo se escapó porque había una fiesta en la costa. Ya sabe, los jóvenes y el verano.
—Ni siquiera es verano —espetó su padre —¿Y tú quien eres?
—Soy un compañero de la escuela. Me llamo Sasha, de todas maneras, solo venía a acompañarla. Lo siento señor.
—Está bien...supongo—dijo su padre tomando a Elize en sus brazos —¿Vives por aquí?
—Oh, sí, vivo en el edificio nuevo que está a una cuadra de aquí. Me he mudado recientemente.
—Sí, están construyendo muchos edificios por aquí—respondió su padre pensativo.
—Exacto. Es una linda zona. Bueno, me iré, ya sabe donde buscarme si me necesita.