La Señora Castillo, vestida de alta costura, me entregó un cheque de 200 mil pesos para que desapareciera de la vida de su hijo Patrick.
Tres años de mi vida, donde fui el mundo de "Leo", el hombre que amé y que ahora recordaba ser Patrick Castillo, el heredero de una fortuna incalculable.
En ese salón inmenso, Patrick me mostró regalos deslumbrantes para su prometida, Diane: un Frida Kahlo, joyas exclusivas, y un pura sangre español.
Recordé el pequeño caballo salvaje que mi "Leo" me había domado en Oaxaca, susurrándome que era el inicio de nuestra vida juntos.
Ahora, ese símbolo de amor era un lujoso regalo para otra mujer, una burla cruel a nuestra promesa de matrimonio, a mi vestido bordado, a mi mezcal preparado para nuestra boda que nunca fue.
Me arrastró a la Ciudad de México, no como su esposa, sino como un secreto, humillada en una habitación de servicio donde los sirvientes me despreciaban.