Mariana:
Elevando la vista al plano techo del salón de baile, me concentro en puntear mis pies y realizar la técnica de Hawkins, orientada por la meticulosa bailarina Camagüeyana Berta Mustelier.
—Enfatizen en el uso de los movimientos fluidos que se inician desde el centro gravitacional del cuerpo, aprendiendo a moverse utilizando el mínimo esfuerzo muscular —orienta mientras se pasea entre la fila de jovencitas delgadas que me acompañan—. ¡Vamos Hernández, desde el principio! ¿No desayunó hoy o ha venido con ganas de ser requerida?
Detesto cuando me llama por mi primer apellido, no merezco que me eche en cara ensayo tras ensayo que soy hija de un delincuente. Retomo mi posición inicial y despliego mis brazos a la altura de mis hombros, doy un giro libiano y muevo mis caderas con la sensualidad que nos exigen. Necesito mejorar mis pasos si quiero que quite su dedo de encima mío.
—Mucho mejor, ahora Cunningham con el ritmo del excelentísimo tema musical "Arcade", versión en español por Kevibraz. ¡Las quiero a todas en perfecta sincronía! Y un, dos, tres... —Chasquea sus dedos índice y pulgar al tiempo que la música da inicio y comenzamos la rutina más importante del año.
Me sumerjo en las letras de la canción y cierro mis ojos para disfrutar de mi propia danza. Dos piruetas, un sensual arte de caderas y es suficiente para terminar enredada con dos compañeras más en el piso.
—¡Mierda! Lo... lo siento. —Cubro mi boca con mis manos al pronunciar tal palabrota en pleno ensayo y luego me dedico a ayudar a mis compañeras a levantarse.
Y bien, ya desperté a la ogra.
—¿Te tengo que recordar que estás recibiendo clases totalmente gratis y aún así te empeñas en molestarme? —me reprende Mustelier por novena vez al menos, de brazos cruzados.
Esta mujer es horrorosa. No solo por sus abultadas arrugas pese a su no tan avanzada edad, sino también por sus redondos y saltones ojos y esa belleza perdida de su rostro, porque la verdad, su encanto es imposible de encontrar.
—Disculpe, usted nos dice que nos dejemos llevar y pues...
—Pues nada. Te voy a pedir de favor que te salgas, suficientes desastres por hoy, espero que para la próxima clase hallas reflexionado lo suficiente, no desperdicio mi tiempo en...
Perfecto, mi paciencia tiene un límite y esta viejucha lo ha rebasado. No lo pienso un segundo más y adelanto dos pasos hasta quedar a menos de un metro de su posición.
—¿En qué? ¿En la hija de un delincuente verdad? —la enfrento y Melissa, mi prima, me agarra un brazo para impedirme continuar—, suéltame Meli, estoy cansada ya.
—Te he dicho que salgas de mi salón —repite Berta con altivez y siento mi piel arder de impotencia.
—¿Tú salón? ¿Le tengo que recordar que usted está aquí de favor porque la embarró en la Compañía más importante de Camagüey?
—¡Mariana no me toques las palmas! ¡Retírate! —exclama y sus mejillas se tornan rojizas y escandalosas. Mis compañeras murmuran lamentando mi situación y un aura de desprecio me rodea completa.
«Si esta mujer me odia, mucho más la odio yo».
Giro sobre mi propio eje y tomo mi neceser en la esquina de las barras. Retiro la liga que sostiene mi cabello estrictamente y dejo caer mi melena hasta poco más abajo de mi cintura.
—Moría por hacer esto —digo al pasar rozando el hombro de mi ex profesora y me volteo para lanzarles unas últimas palabras a mis compañeras—. Niñas, esos ridículos peinados nos estaban ensanchando la frente y no lo sabíamos ¡Soy libre! —despeino mi cabello en burla y ellas se echan a reír bajo la mirada asesina de la tutora—. Y por cierto, Señora Berta Mustelier, estoy agradecida de no volverla a ver.
Ella no me responde, lo cual agradezco porque una palabra más de su sucia boca sería suficiente para abofetearla.
—¡Dile a tía que en la tarde paso a verla! —me grita mi prima y le muestro mi dedo pulgar.
Atravieso los pasillos de la escuela como si hubiese ganado un campeonato de danza, aleteando mis brazos y desplazándome entre las amplias lozetas del suelo. Paso desapercibida por el portón de la entrada y las pobladas calles que rodean el parque Calixto García me reciben. Dejo mis cosas sobre una banca y me inclino para quitarme las zapatillas y ponerme mis converses. La brisa de abril me golpea el rostro y suspiro profundamente. Un aroma de libertad inunda mis pulmones y admito que se siente demasiado bien. Pero entre tanta supuesta libertad y mis giros de gloria, la pregunta se asoma robándome una mala cara: «¿Qué vas a hacer ahora Mariana?».
* * *
—¿Tú aquí, tan temprano? —me recibe mi madre mientras desliza la brocha de esmalte sobre la uña del dedo pulgar de una clienta.
—Acabo de dejar la compañía —suelto y le lanzo un beso al aire.
Dejo caer mi cuerpo sobre el sofá de la sala y me abanico con la cartulina de un blog de notas que encuentro sobre la mesita del florero.
—Mmm, me alegro —dice y se encoge de hombros.
Mi madre detesta que "desperdicie mi tiempo" en un salón de danza contemporánea. Según ella, este país no está preparado para cumplir los sueños de los artistas. Y, a pesar de que no estoy muy de acuerdo con su criterio, le cabe un poco de razón a su argumento.
—Elena se fue ayer para el yuma —comenta la mujer rubia y sopla su mano derecha para secar su pintura.