Ese príncipe es una chica: La compañera esclava cautiva del malvado rey
Mi esposo millonario: Felices para siempre
El arrepentimiento de mi exesposo
Novia del Señor Millonario
No me dejes, mi pareja
Extraño, cásate con mi mamá
El réquiem de un corazón roto
Renacida: me casé con el enemigo de mi ex-marido
Diamante disfrazado: Ahora mírame brillar
El dulce premio del caudillo
Heather
Dicen que Sevilla tiene un color especial. Que todo en ella te envuelve de una manera increíble.
Aunque lo cierto es que yo no tengo claro si se trata de la ciudad o de él, pero desde que llegamos hasta hoy, me siento de maravilla. Feliz. Plena. Libre.
—¿Me ayudas con la brocha? —mi pidió, girando el cuello para poder mirarme. Su ceño se frunce divertido y me pone esa sonrisa de lado, esa tan característica ya en él.
Asiento, aunque no me muevo de mi sitio sentada sobre la mesa. Me tiene tan... cautivada. Y la verdad es que estaba disfrutando del espectáculo de sus músculos contrayéndose y relajándose mientras movía el rodillo arriba y abajo contra la pared.
Aparto mi mirada de la suya durante unos segundos para fijarla en el bote de pintura color crema que compramos nada más llegar y sonrío.
Esta mañana me ha despertado a las siete porque teníamos mucho que hacer, y la verdad es que no hemos hecho gran cosa desde entonces.
—¿Ahora te entran las prisas? —Dani alza una ceja—. Has tenido todo el fin de semana para pintar la puta pared.
—Cierto, pequeña —deja el rodillo sobre unos periódicos tirados de cualquier forma en el suelo y viene hacia mí como a cámara lenta—. Pero alguien, por lo que veo muy mal hablada, me ha estado distrayendo.
Introduce su mano en el interior de mi camiseta. Su camiseta. Y acaricia la parte baja de mis pechos, haciéndome suspirar.
—Eso no es verdad.
—Oh sí que lo es. Y eres demasiado tentadora como para decirte que no.
—Touché —le saco la lengua.