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Las flores crecían con una hermosa belleza. Era primavera.
Una joven mujer se paseaba tranquilamente por el jardín del palacio real, sus manos acariciaban las rosas que adornaban y embellecían el lugar. Ni en los mejores sueños de la mujer se había visualizado en esa posición, con toda esa responsabilidad sobre sus hombros.
A pesar de ese peso, era feliz.
Un hombre joven y que muchas mujeres en el reino consideraban atractivo ase acercó a su esposa que acariciaba las rosas con suma delicadeza. Entre más se acercaba a la mujer de vestido dorado se dio cuenta que ese sentimiento de nerviosismo seguía con él justo como el primer día que la observó entre la multitud: «Es hermosa» se dijo a sí mismo y entre más se acercó a ella se dio cuenta que la mujer era hermosa tanto en su interior como en su exterior.
—¿Estas bien, querida?, todos te esperamos adentro.
El joven rey puso una mano sobre la espalda de su esposa, que de inmediato se tensó mientras que su rostro adoptaba un tono rojizo que confundió mucho al rey.
Estaba nerviosa y ambos lo notaban, pero, solo uno de ellos conocía la verdadera razón del nerviosismo de la joven reina.
Antes de que el rey pudiera decir algo, su esposa alzó la cabeza con una sonrisa hermosa que aún le cortaba la respiración al rey.
—Lo sé, sólo... quería algo de aire.
—¿Segura estás bien?—preguntó preocupado el rey recordando la actitud de su esposa hace pocos segundos—, ¿Llamó a los médicos?
—Estoy bien querido—aseguró ella tomando la mano de su esposo—, es sólo... que tengo que decirte algo importante.
Pensar en lo que la joven reina tenía que decirle al rey la asustaba muchísimo, porque su esposo era reacio al tema y lo evitaba con tanta firmeza que la joven reina temía que sus palabras fueran causa de una discusión que no pudiera solucionar.
Por su lado, el joven rey se sintió todavía más preocupado por la salud y seguridad de su esposa pues las cosas fuera del reino eran demasiado tensas y peligrosas. Temía que su esposa se sintiera abrumada o desprotegida, incluso en peligro, eso era lo último que quería conseguir.
—¿Qué pasa, Kelyha?
La tensión y preocupación se sentía en el ambiente. La joven reina fue incapaz de mirar esos ojos grisáceos por lo que volvió la vista a las rosas antes de llenar sus pulmones de tanto aíre como le fue posible.
—Estoy embarazada.
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El sol se alzó desde el horizonte calentando la tierra. Era verano.
Una feliz pareja yacía bajo la sombra de un árbol, sentados en el suelo como si fueran cualquier persona y no los reyes de una nación, abrazándose mientras miraban a sus pequeños hijos jugar en el jardín.
La princesa, quien sería la heredera de la corona era una niña alegre, que siempre buscaba la forma de ayudar a todos los que la rodeaban, pero también era poseedora de una gran belleza. Su cabello era negro como la obsidiana, sus ojos al igual que los de su padre asemejaban el color de las nubes que acompañan a la lluvia, su piel pálida era en exceso suave y tenía un hermoso grupo de delicadas pecas en las mejillas y nariz, que parecían haber sido hechas a mano.
Y con esa misma elegancia natural, lanzó una bola de barro que tenía su vestido azul lleno de manchas y que impactó directamente en el pecho de su hermano menor.
El príncipe, quien era solo un año menor que la princesa era bastante activo, escurridizo de sus clases y siempre planeaba alguna travesura contra la princesa. Además, pronosticaba ser bastante atractivo en el futuro con su cabello del color del chocolate recién preparado, de ojos azules como el cielo y un pequeño lunar cerca de la oreja izquierda, características que había heredado de su abuelo paterno.
Con toda la energía que poseía lanzó una bola de barro que tenía sus ropas llenas de suciedad y que impactó con el rostro de su hermana mayor.
La princesa tiró al suelo las bolas de barro que todavía le quedaban y se llevó las manos a la cara mientras que su cuerpo temblaba. El rey se tensó solo de ver a su pequeña a punto de romper en llanto y la reina solo rió por lo bajo porque sabía que la princesa no se había lastimado enserio, las bolas de barro que ambos hijos hicieron eran pequeñitas.
—¡Eso es trampa!—gritó la princesa con indignación mientras se embarraba más la cara en lugar de limpiársela—, ¡Dijimos que en la cara no, Caius!
El príncipe soltó una carcajada ante la indignación de su hermana mayor lo que hizo que la princesa moviera su mano en un movimiento elegante que llenó cada centímetro del cuerpo del príncipe de barro.
Los reyes se rieron ante los chillidos de indignación del príncipe que trataba de limpiarse la cara aunque tenía las manos llenas de barro, lo que hizo el trabajo casi imposible.
—¡Usar magia es trampa, Dayra!
El chillido del príncipe hizo que la reina se riera y limpiará el rostro del príncipe antes de llevarlos a ambos a la ducha.
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Las hojas se apilaron en el suelo bajo los árboles. Era otoño.
Los príncipe pasaban por la edad adolescente y aunque seguían siendo un par de chicos traviesos que se gastaban bromas de vez en cuando, cada uno tenía responsabilidades que no podían ignorar que los hacía extrañarse entre ellos.
En el palacio, todo estaba extrañamente silencioso, los sirvientes murmuraban cada vez que pasaban por el salón principal y los príncipes estaban especialmente nerviosos.
Sin su padre que se encontraba en las fronteras atendiendo situaciones importantes con las naciones vecinas, ninguno de los jóvenes príncipes sabía cómo reaccionar ante la situación.
La reina por otro lado, se encontraba fatigada, recostada contra el sofá que los sirvientes habían movido junto a la chimenea a petición del príncipe. Su piel estaba pálida, sus labios rojizos ahora tenían un tono morado casi enfermizo, unas ojeras profundas marcaban ese rostro hermoso.
—¿Y los médicos dónde demonios están?
La queja del príncipe logró que la princesa separará su mano de su boca para mirarlo con esa preocupación que la atormentaba desde el momento en que su padre partió.
—Albert envió el llamado hace unos minutos.
Informó la princesa mirando a su madre que tenía los ojos cerrados y la frente cubierta de un sudor frío que preocupaba todavía más a la joven princesa.
—¿Le has confiado esa tarea a ese inútil?—las palabras del príncipe fueron firmes y heladas—, cualquier maldito sirviente hubiera cumplido la tarea con mayor rapidez que ese incompetente.
—No maldigas, Caius—susurró la reina que fue ignorada por sus hijos.
—Es el consejero, Caius—respondió la princesa con algo de suavidad—. No deben tardar en llegar, al igual que la carta que enviamos a padre hace unos días.
Esas palabras dichas por la dulce voz de la princesa solo lograron que el príncipe soltará un bufido lleno de desesperación y frustración por no saber que tenía su madre, que ella no se permitiera ver a un médico y que su padre estuviera ausente.
—¿Y enserio crees que vendrá?—el tono venenoso del príncipe dejo a la princesa sorprendida y casi asustada—, le importamos una mierda, lo único que quiere es que no se desmorone su maldito reino.
—Hay muchas personas en el reino que nos confiaron su seguridad, Caius—respondió la princesa con dulce calma—. Padre solo hace lo que puede por mantener a salvo a las personas bajo nuestra protección.
—¿Y de que le servirá?—ambos príncipes se miraron como si estuvieran a punto de comenzar una batalla—, ¿De qué le va a servir el maldito reino si deja que se muera?
El príncipe señaló a su madre que trataba de llamar la atención de los príncipes para terminar la discusión pero ambos la ignoraron. La princesa se levantó del sillón donde había estado sentada dejando que su vestido dorado resplandeciera.
—Padre no está haciendo nada más de lo que le dicta su deber—aseguró la princesa con firmeza—. Mamá no morirá así que deja de pensar de esa manera.
—¿Qué no morirá?—el príncipe dio un paso en dirección a su hermana—, ¿Es que la has visto siquiera?
—¡Por supuesto que la he visto pero no creo que encontrar un maldito culpable la haga sentir mejor!, ¡¿O es que te está ayudando en algo a ti, Caius?!
La acusación de la princesa hizo que el príncipe retrocediera un paso y ella, de inmediato se sintió culpable. Su hermano estaba tan preocupado como ella y no era justo tratarlo de esa manera.
Si, su padre no estaba y eso solo empeoraba la situación pero él no tenía la culpa de lo que pasaba con el reino y mucho menos de lo que enfermaba a su madre.
—Todos estamos asustados, Caius—susurró la princesa con dulzura acercándose a su hermano que solo miraba el suelo—. No podemos comenzar a atacarnos entre nosotros porque eso solo le traerá más dolor a mamá.
—Estoy bien—habló la reina con voz cansada, atrayendo la mirada de los príncipes—, no había necesidad de alertar a los médicos y mucho menos a su padre.
—Mírate mamá—susurró el príncipe dejando ver por fin su nerviosismo—, hace días que no eres capaz de caminar sola ni siquiera a tu habitación.
—Es solo una gripa—los príncipes hacía tiempo dejaron de creer esa excusa de su madre—, mejor díganme ¿Dónde está Atlas?
La princesa se apresuró a acercarse a su madre que trataba de incorporarse del largo sofá donde estaba acostada, obligándola a mantenerse acostada, tomó el paño con el que llevaba toda la tarde secándole el sudor de la frente.
Atlas era el recién nacido y último hijo de los reyes. Era idéntico a su madre de cabellos dorados al igual que sus ojos, con pecas delicadas pecas por todo su rostro.
—Lo tiene la niñera—respondió el príncipe de nuevo tenso—, sobra decir que no vas a verlo.
—Es mi hijo—respondió la reina frunciendo el ceño—, ¿Quién crees que eres para prohibirme verlo?
La princesa miró a su hermano que la miraba fijamente para que le hablará con delicadeza a su madre, el príncipe notó la intención en los grisáceos ojos de su hermana por lo que alzó las manos y les dio la espalda a ambas para no poner más tensa la situación.
—Voy a esperar a los médicos afuera—espetó con firmeza.
—Mamá, no estás en condiciones de estar cerca de Atlas—respondió la princesa con dulzura—. No sabemos qué tienes y Atlas está muy pequeño para sobrevivir a una gripe de este tamaño.
—Lo que tengo no es gripa—susurró la reina mirando con dolor a su hija—y lo sabes, ¿No es cierto?
La princesa había escuchado a su madre decir que era lo que tenía en realidad y no había querido decirle a su hermano porque sentía que revelar aquel secreto lo haría realidad. Y la princesa se negaba a que aquello fuera a suceder.