Ese príncipe es una chica: La compañera esclava cautiva del malvado rey
Mi esposo millonario: Felices para siempre
El arrepentimiento de mi exesposo
Novia del Señor Millonario
No me dejes, mi pareja
Extraño, cásate con mi mamá
El réquiem de un corazón roto
Renacida: me casé con el enemigo de mi ex-marido
El dulce premio del caudillo
Diamante disfrazado: Ahora mírame brillar
"Tengo tres autitos. Van muy rápido por el piso. Muy, muy rápido. Uno es rojo. Otro es verde. Otro es amarillo. Me gusta el verde. Es el mejor. A mami también le gustan. A mí me gusta cuando mami juega con los autitos y conmigo. El rojo es su preferido. Hoy está sentada en el sofá mirando a la pared. El autito verde se estrella en la alfombra. El autito rojo lo sigue. Luego el amarillo. ¡Pum! Pero mami no lo ve. Apunto a sus pies con el autito verde, pero el autito verde se mete debajo del sofá. No puedo agarrarlo; mi mano es demasiado grande para el hueco. Mami no ve nada.
Quiero mi autito verde, pero mami sigue sentada en el sofá mirando a la pared. <¡Mami! Mi autito> No me oye. <¡Mami!> Le tomo la mano y se hecha hacia atrás y cierra los ojos.
Abro los ojos y mi sueño se desvanece en la luz de primera hora de la mañana. ¿Qué fue todo eso? Intento atrapar algunos fragmentos antes de que desaparezcan, pero todos se me escapan.
Me olvido del sueño, como hago casi todas las mañanas, salgo de la cama y busco unos pantalones deportivos recién lavados en el vestidor. Fuera, un cielo plomizo augura lluvia, y hoy no estoy de humor para mojarme. Decido ir al gimnasio de la planta de arriba, enciendo el televisor para ver las noticias de economía de la edición matinal y me subo a la cinta de correr.
Centro mis pensamientos en el día que me espera. Solo tengo reuniones, aunque he arreglado con el entrenador personal un poco más tarde para una sesión en la oficina: Bastille siempre supone un reto estimulante.
¿Y si llamo a Elena?
Sí, tal vez. Podríamos cenar ésta semana.
Paro la máquina de correr, sin aliento, y bajo para darme una ducha. Luego me dispongo a enfrentarme a un nuevo día monótono.
-Hasta mañana- murmuro para despedir a Claude Bastille, que está de pie en el umbral de mi oficina.
-Grey, ¿jugamos al golf ésta semana?- Bastille sonríe con arrogancia porque sabe que tiene asegurada la victoria en el campo de golf.
Se da vuelta y se va y yo lo veo alejarse con el seño fruncido. Lo que me ha dicho antes de irse solo echa sal en mis heridas, porque a pesar de mis heroicos intentos en el gimnasio esta mañana mi entrenador personal me dio una buena paliza. Bastille es el único que puede vencerme y ahora pretende sumar otra victoria en el campo de golf. Odio el golf pero se hacen muchos negocios en los campo, así que tengo que soportar que me dé lecciones ahí también... Y aunque no me guste admitirlo, Bastille ha conseguido que mi juego mejore.
Mientras miro la vista panorámica de Seattle, el hastío ya familiar se cuela en mí mente. Mi humor está tan gris y aburrido como el cielo. Los días se mezclan unos con otros y soy incapaz de diferenciarlos. Necesito algún tipo de distracción. He trabajado todo el fin de semana y ahora, en los confines siempre constantes de mi despacho, me encuentro inquieto. No debería estar así después de varios asaltos con Bastille. Pero así me siento.
Frunzo el ceño. Lo cierto es que lo único que ha captado mi interés recientemente ha sido la decisión de enviar dos cargueros a Sudán. Eso me recuerda que se supone que Ros tendría que haberme pasado ya los números y la logística. ¿Por qué demonios se estará retrasando? Miro mi agenda y me acerco para tomar el teléfono con intención de descubrir que está ocurriendo.
¡Oh, Dios! Tengo que soportar una entrevista con la persistente señorita Kavanagh para la revista de la facultad. ¿Por qué demonios habré accedido? Odio las entrevistas: preguntas insulsas que salen de la boca imbéciles insulsos, mal informados e insustanciales que pretenden hurgar en mi vida personal. Y, encima, es una estudiante. Suena el teléfono.
-Si- le respondo bruscamente a Andrea como si ella tuviera la culpa. Al menos puedo hacer que la entrevista dure lo menos posible.
-La señorita Anastasia Steele está esperando para verlo, señor Grey.
-¿Steele? Esperaba a Katherine Kavanagh.
-Pues es Anastasia Steele quien está aquí, señor.
Frunzo el ceño. Odio los imprevistos.
-Dile que pase.
Bueno, bueno... parece que la señorita Kavanagh no ha podido venir... Conozco a su padre: es el propietario de Kavanagh Media. Hemos hecho algunos negocios juntos y parece un hombre listo y un tipo racional. He aceptado la entrevista para hacerle un favor, uno que tengo intención de cobrarme cuando me convenga. Tengo que admitir que tenía una vaga curiosidad por conocer a su hija para saber si son de tal palo tal astilla.
Oigo un golpe en la puerta que me vuelve a la realidad. Entonces veo una maraña de largo cabello castaño, blanquísimas piernas y botas marrones que aterriza de bruces en mí despacho. Pongo los ojos en blanco y reprimo la irritación que me sale naturalmente ante tal torpeza. Me acerco enseguida a la chica, que está en cuatro patas en el piso.lq sujeto por los hombros delgados y la ayudo a levantarse.
Unos ojos azul luminoso, claros y avergonzados se encuentran con los míos y me dejan petrificado. Son de un color de lo más extraordinario, un azul empolvado cándido, y durante un momento horrible me siento como si pudieran ver a través de mí, me siento... expuesto. Qué desconcertante.
Tiene la cara pequeña y dulce y se está ruborizando con un inocente rosa pálido. Me pregunto un segundo si toda su piel será así, tan impecable, y que tal estará sonrosada y caliente después de un golpe con una caña.
Carajo.
Freno en seco mis díscolos pensamientos, alarmado por la dirección que están tomando. Pero ¿qué carajos estas pensando, Grey? Esta chica es demasiado joven. Me mira con la boca abierta y yo vuelvo a poner los ojos en blanco. Sí, sí, nena, no es más que una cara bonita, no hay belleza debajo de la piel. Me gustaría hacer desaparecer de esos grandes ojos azules esa mirada de admiración sin reservas. Ha llegado la hora del espectáculo, Grey. Vamos a divertirnos un poco.
-Señorita Kavanagh. Soy Christian Grey. ¿Está bien? ¿Quiere sentarse?
Otra vez ese rubor. Ahora que ya he recuperado la compostura y el control, la observo. Es bastante atractiva, dentro del tipo desgarbado: menuda y pálida, con una melena color caoba que apenas puede contener la gomita para el pelo que usa.
Una chica morena...
Si, es atractiva. Le tiendo la mano y ella balbucea una disculpa mortificada mientras me la estrecha con su mano pequeña. Tiene la piel fresca y suave, pero su apretón de mano es sorprendentemente fuerte.
-La señorita Kavanagh está indispuesta, así que me ha mandado a mí. Espero que no le importe, señor Grey. -Habla en voz baja con una musicalidad vacilante y parpadea como loca agitando las pestañas sobre esos grandes ojos azules.
Incapaz de mantener al margen de mi voz la diversión que siento al recordar su algo menos que elegante entrada en el despacho, le pregunto quién es.
-Anastasia Steele. Estudio literatura inglesa con Kate... Digo... Katherine... bueno... la señorita Kavanagh, en la Estatal de Washington.
Un ratón de biblioteca nervioso y tímido, ¿eh? Parece exactamente eso; está vestida de una manera espantosa, ocultando su complexión delgada bajo un pulóver sin forma, y una discreta pollera plisada marrón. Dios, ¿es que no tiene gusto para vestir? Mira mi despacho nerviosamente. Lo esta observando todo menos a mí, noto con una ironía divertida.
¿Cómo puede ser periodista ésta chica? No tiene ni una pizca de determinación en el cuerpo. Está tan encantadoramente ruborizada, tan dócil, tan cándida... tan sumisa. Niego con la cabeza, asombrado por la linea que están siguiendo mis pensamientos, y me pregunto si las primeras impresiones son de fiar. Le digo alguna formalidad y le pido que se siente. Despues noto que su mirada penetrante obseva los cuadros del despacho. Antes de que me de cuenta, me encuentro explicandole de donde vienen.
-Un artista de aqui. Trouton.
-Son muy bonitos. Elevan lo cotidiano a la categoría de extraordinario -dice distraída, perdida en el arte exquisito y la técnica perfecta de Trouton. Su perfil es delicado (la nariz respingada y los labios suaves y carnosos) y sus palabras han expresado exactamente lo que yo siento al mirar el cuadro
Murmuro algo para expresar que estoy de acuerdo y vuelve a aparecer en su piel ese rubor. Me siento frente a ella e intento dominar mis pensamientos. Ella saca un papel arrugado y una grabadora digital de un bolso demasiado grande. ¿Una grabadora digital? ¿Eso no va con cintas VHS? Dios... Es muy torpe y deja caer dos veces el aparato sobre mi mesa de café Bauhaus. Es obvio que no ha hecho esto nunca, pero por alguna razón que no logro comprender todo esto me parece divertido. Normalmente esa torpeza me irritaría sobremanera, pero ahora tengo que esconder una sonrisa tras mi dedo índice y contenerme para no colocar el aparato sobre la mesa yo mismo.
Mientras ella se va poniendo mas nerviosa por momentos, se me ocurre que yo podria mejorar sus habilidades motoras con la ayuda de una fusta de montar. Bien utilizada puede domar hasta a la mas asustadiza. Ese pensamiento hace que me revuelva en la silla. Ella me mira y se muerde el labio carnoso.
¡Carajo! ¿Cómo no he podido fijarme antes en esa boca?
-Pe... perdón. No suelo utilizarla.
Está claro, nena, pienso irónicamente, pero ahora mismo me importa una mierda porque no puedo sacar los ojos de tu boca.
-Tómese todo el tiempo que necesite, señorita Steele. -Yo tambien necesito un momento para controlor éstos pensamientos rebeldes.
Grey... para ahora mismo.
-¿Le importa que grabe sus respuestas? -Me pregunta con expresión expectante e inocente.
Estoy a punto de echarme a reir. Oh, Dios mio...
-¿Me pregunta ahora, despues de que le ha costado preparar la grabadora?
Parpadea y sus ojos se ven muy grandes y perdidos durante un momento. Siento una punzada de culpa que me resulta extraña.
Deja de ser tan idiota, Grey.
-No, no me importa. -No quiero ser el responsable de esa mirada.
-¿Le explicó Kate... digo... la señorita Kavanagh para donde era la entrevista?
-Si. Para el último numero de este curso de la revista de la facultad, porque yo entregaré los títulos en la ceremonia de graduación de este año. -Y no sé por qué demonios he accedido a hacer eso. Sam, de relaciones públicas, me ha dicho que es un honor y el departamento de ciencias medioambientales de Vancouver necesita la publicidad para conseguir financiación adicional y complementar la beca que les he dado.
La señorita Steele parpadea, solo grandes ojos azules de nuevo como si mis palabras la hubieran sorprendido. Carajo ¡Me mira con desaprobación! ¿Es que no ha hecho una investigación para la entrevista? Debería saberlo. Pensar eso me enfría un poco la sangre. Es... molesto. No es lo que espero de alguien a quien le dedico parte de mi tiempo.
-Bien. Tengo algunas preguntas, señor Grey. -Se coloca un mechón de pelo tras la oreja, y eso me distrae de mi irritación.
-Si, creo que deberia preguntarme algo. -Murmuro con sequedad. Vamos a hacer que se incomode un poco. Ella se retuerce como si hubiera oido mis pensamientos, pero consigue recobrar la compostura, se sienta erguida y endereza sus delgados hombros. Quiere aparentar profesionalidad. Se inclina y pulsa el botón de la grabadora y despues frunce el ceño al mirar sus notas arrugadas.
-Es usted muy joven para haber amasado este imperio. ¿A que se debe su exito?
¡Oh, Dios! ¿No puedes hacer nada mejor que eso? Qué pregunta mas aburrida. Ni una pizca de originalidad. Qué decepcionante. Le recito de memoria mi respuesta habitual sobre la gente excepcional que trabaja para mí, gente en la que confío (en la medida en que yo puedo confiar en alguien) y a la que pago bien, bla, bla, bla... Pero, señorita Steele, la verdad es que soy un puto genio en lo que hago. Para mí es pan comido: compro empresas con problemas y que están mal gestionadas y las rehabilito o, si están hundidas del todo, les extraigo los activos útiles y los vendo al mejor postor. Es cuestión simplemente de saber cuál es la diferencia entre las dos, y eso invariablemente depende de la gente que está a cargo. Pera tener éxito en un negocio se necesita buena gente, y yo sé juzgar a las personas mejor que la mayoría.
-Quizá solo ha tenido suerte -Dice en voz baja.
¿Suerte? Me recorre el cuerpo un estremecimiento irritado. ¿Suerte? Esto no tiene nada que ver con la suerte, señorita Steele. Parece apocada y tímida, pero ese comentario... Nunca nadie me habia preguntado si he tenido suerte. Trabajar duro, elegir a las personas adecuadas, vigilarlas de cerca, cuestionarlas si es preciso y, si no se aplican a la tarea, librarme de ellas sin miramientos. Eso es lo que hago, y lo hago bien. ¡Y eso no tiene nada que ver con la suerte! Bueno, a la mierda. Mierda... En un alarde de erudición, le cito las palabras de mi industrial norteamericano favorito.
-Parece usted un maniático del control. -Responde, y lo dice completamente en serio.
Pero ¿que carajo...? Tal vez esos ojos candidos si que ven a través de mí.
Control es mi segundo nombre.
La miro fijamente.
-Bueno, lo controlo todo, señorita Steele. -Y me gustaria controlarte a ti, aquí y ahora.
Sus ojos se abren mucho. Ese rubor tan atractivo vuelve a aparecer en su cara una vez mas y se muerde de nuevo el labio. Sigo yéndome por las ramas, intento apartar mi atención de su boca.
-Además, decirte a ti mismo, en tu fuero mas íntimo, que has nacido para ejercer el control te concede un poder inmenso.
-¿Le parece a usted que su poder es inmenso? -Me pregunta con voz suave y serena, pero arquea su delicada ceja y sus ojos me miran con censura. ¿Me está provocando deliberadamente? ¿Y me molesta por sus preguntas, por su actitud o porque me parece atractiva? Mi irritación aumenta por momentos.
-Tengo mas de cuarenta mil empleados, señorita Steele. Eso me otorga sierto sentido de la responsabilidad... poder, si lo prefiere. Si desidiera que ya no me interesa el negocio de las telecomunicaciones y lo vendiera todo, veinte mil personas estarian en apuros para pagar la hipoteca en poco mas de un mes.
Se le abre la boca al oir mi respuesta. Asi está mejor. Chupese esa, señorita Steele. Siento que recupero el equilibrio.
-¿No tiene que responder ante una junta directiva?
-Soy el dueño de mi empresa. No tengo que responder ante ninguna junta directiva -le contesto cortante. Ella debería saberlo ya. Levanto una ceja inquisitiva.
-¿Y cuales son sus intereses, aparte del trabajo? -continúa apresuradamente porque ha identificado mi reacción. Sabe que estoy molesto y por alguna razon inexplicable eso me complace muchísimo.
-Me interesan cosas muy diversas, señorita Steele. Muy diversas -le sonrio. Imagenes de ella en diferentes posturas en mi cuarto de juegos me cruzan la mente: esposada a la cruz, con las extremidades estiradas y atada a la cama de cuatro postes, acostada sobre el banco de azotar... ¡Carajo! ¿De donde sale todo esto? Fijate... ese rubor otra vez. Es como un mecanismo de defensa. Calmate, Grey.
-Pero si trabaja tan duro, ¿que hace para relajarse?
-¿Relajarme? -Le sonrío; esa palabra suena un poco rara viniendo de ella. Además, ¿de dónde voy a sacar tiempo para relajarme? ¿No tiene ni idea del numero de empresas que controlo? Pero me mira con esos ojos azules ingenuos y para mi sorpresa me encuentro reflexionando sobre la pregunta. ¿Qué hago para relajarme? Navegar, volar, coger... Poner a prueba los límites de chicas morenas como ella hasta que las doblego... Solo de pensarlo hace que me revuelva en el asiento, pero le respondo de manera directa, omitiendo mis dos aficiones favoritas.
-Invierte en fabricación. ¿Por qué en fabricación en concreto?
-Me gusta construir. Me gusta saber como funcionan las cosas, cuál es su mecanismo, cómo se arman y se desarman. Y me encantan los barcos. ¿Qué puedo decirle? -distribuyen comida por todo el planeta, llevan mercancías a lo que pueden comprarlas y a los que no y despues de vuelta otra vez. ¿Cómo no me iba a gustar?
-Parece que el que habla es su corazón, no la lógica y los hechos.
¿Corazón? ¿Yo? Oh, no, nena.
Mi corazón fue destrozado hasta quedar irreconocible hace tiempo.
-Es posible. Aunque algunos dirían que no tengo corazón.
-¿Y por qué dirían algo así?
-Porque me conocen bien. -Le dedico una media sonrisa. De hecho nadie me conoce tan bien, excepto Elena tal vez. Me pregunto que le parecería a ella la pequeña señorita Steele... Esta chica es un cúmulo de contradicciones: tímida, incómoda, claramente inteligente y mucho más que excitante.
Si, de acuerdo, lo admito. Es un bocado muy atractivo.
Me suelta la siguiente pregunta que tiene escrita.
-¿Dirían sus amigos que es fácil conocerlo?
-Soy una persona muy reservada, señorita Steele. Hago todo lo posible por proteger mi vida privada. No suelo ofrecer entrevistas. Haciendo lo que yo hago y viviendo la vida que he elegido, necesito privacidad.
-¿Y por qué aceptó ésta?
-Porque soy mecenas de la universidad, y porque, por más que lo intenté, no pude sacarme de encima a la señorita Kavanagh. No dejaba de llamar a mis relaciones públicas, y admiro esa tenacidad. -Pero me alegro de que seas tú la que ha venido y no ella.
-También invierte en tecnología agrícola. ¿Por qué le interesa éste ámbito?
-El dinero no se come, señorita Steele, y hay demasiada gente en el mundo que no tiene qué comer. -Me la quedo mirando con cara de póquer.
-Suena muy filantrópico. ¿Le gusta la idea de alimentar a los pobres del mundo? -Me mira con una expresión curiosa, como si yo fuera un enigma que tiene que resolver, pero no hay forma de que esos grandes ojos azules puedan ver mi alma oscura. Ésto no es algo que esté abierto a discusión pública. Nunca.