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El cielo de Umika estaba teñido de un azul profundo, salpicado por los relucientes rascacielos que parecían rozar las nubes. Desde la ventana de mi penthouse, podía ver la ciudad despertar, el ajetreo constante de una metrópolis que nunca dormía. Aunque este panorama era el fondo de mi vida cotidiana, hoy parecía distinto, más inquietante.
La alarma de mi teléfono sonó a las siete en punto, marcando el inicio de otro día cargado de responsabilidades. Me levanté y me dirigí al vestidor, donde la ropa colgaba ordenadamente como soldados listos para una batalla. Opté por un conjunto elegante pero femenino: una blusa de seda color lavanda y una falda lápiz negra.
Mientras me arreglaba frente al espejo, recordé las palabras de mi abuelo: "Alice, el mundo es un tablero de ajedrez y tú eres nuestra reina".
La presión de estar a la altura de sus expectativas siempre pesaba sobre mí, pero también me daba fuerzas.
Salí de mi habitación y caminé por el pasillo adornado con obras de arte y fotografías familiares, recordatorios de la historia y el legado de los Nilzen.
Al llegar al comedor, mis abuelos ya estaban allí, como siempre. Mi abuelo, un hombre imponente con una mirada que podía derretir el acero, y mi abuela, cuya calidez era el pegamento que mantenía unida a nuestra familia.
"Buenos días, abuelos", dije, dándoles un beso en la mejilla a cada uno.
"Buenos días, querida", respondió mi abuelo, con su usual voz firme. "Hoy tienes una reunión importante en la oficina. Quiero que prestes especial atención a los detalles del contrato con los Kuri".
"Sí, abuelo. Estoy lista", afirmé, aunque una parte de mí siempre dudaba si realmente lo estaba.
Mi abuela me sonrió con ternura y deslizó una taza de té hacia mí.
"Recuerda, Alice, que estamos orgullosos de ti, no importa lo que pase", dijo suavemente.
"Gracias, abuela. Eso significa mucho para mí", respondí, tomando un sorbo de té.
Justo en ese momento, mi hermano Eddie entró en la cocina, con su habitual aire despreocupado. A diferencia de mí, él nunca se sintió atraído por los negocios familiares. Su pasión eran las artes, y aunque nuestros caminos eran diferentes, siempre nos apoyábamos mutuamente.
"Buenos días, hermanita. ¿Lista para otro día de conquistas empresariales?", bromeó, dándome un ligero empujón en el hombro.
"Siempre lista", sonreí, aunque mi mente ya estaba enfocada en la reunión que tenía por delante.
"Eddie, ¿has considerado alguna vez unirte al negocio familiar?", preguntó mi abuelo, sin poder evitarlo.
"Lo he considerado, abuelo, pero sabes que mi corazón es de un artista, no de un buen empresario", respondió Eddie con sinceridad.
"Lo sé, hijo y estamos orgullosos de eso también", dijo mi abuelo con una sonrisa.
"Gracias, abuelo lo sé y me alegra que así sea", respondió Eddie, levantando su taza en un gesto de agradecimiento.
El desayuno transcurrió entre conversaciones triviales y risas, algo que siempre apreciaba.
La calidez de mi familia era mi ancla en un mundo lleno de expectativas y presiones.
"Imagíname como CEO de la empresa, nos llevaría a la ruina en menos de un mes seguramente", dijo Eddie riendo.
Los demás no pudimos contener la risa y asentimos estando de acuerdo con él, "Así es abuelo, mejor contratémoslo para que haga un mural en las paredes de la empresa, eso sería genial", propuse con entusiasmo.
La mirada de mi abuela y de mi hermano brilló al escucharme, y mi abuelo no pudo resistir ante tal escena: "Mmm lo pensaré...", hubo un breve silencio y enseguida continuó, "Está bien, pero tiene que ser algo impresionante, empieza cuando quieras".
Luego de eso, todos nos emocionamos y felicitamos a Eddie por su nuevo trabajo.
Después del desayuno, mi chofer me llevó a la universidad. Las miradas de los estudiantes se posaban sobre mí con una mezcla de admiración y envidia a pesar de que la mayoría provenían de familias adineradas, sin embargo la mía y la de Zac eran las mas poderosas de la ciudad.
"Mira, es Alice Nilzen. Siempre tan elegante", comentó una chica a su amiga.
"Sí, y esa bolsa... debe costar una fortuna", respondió la otra con cierto anhelo en sus palabras.
"Ni hablar del chofer. Es la vida que cualquier persona normal desea", dijo con desdén.
Al llegar a la Universidad de Umika, me dirigí a mi primera clase del día. Los pasillos estaban llenos de estudiantes apresurados, cada uno inmerso en su propio mundo. Me encontré con Kas, mi mejor amiga, en el pasillo. Su energía contagiosa siempre lograba calmar mis nervios.
"¡Alice! ¿Estás lista para la presentación de hoy?", preguntó con entusiasmo.
"Sí, lo estoy, gracias a tus consejos", respondí, agradecida por su apoyo incondicional.
"Vamos a dejar boquiabierto a todo el mundo", dijo Kas, guiñándome un ojo.
Nuestra presentación trataba sobre estrategias de expansión internacional para una empresa ficticia, un tema que, irónicamente, no estaba tan lejos de la realidad de mi vida diaria.
La preparación había sido ardua, pero Kas y yo éramos un equipo formidable.
Al entrar al aula, sentí todas las miradas sobre nosotras, pero me concentré en el contenido de nuestra presentación. Confiaba en que nuestro esfuerzo daría frutos.
"Alice, Kas, adelante", dijo el profesor, indicando que era nuestro turno.