¡Demonios, tenía que verme bien hoy! Era la bendita presentación del nuevo CEO. Un nuevo jefe que decidiría sobre nuestras vidas. Hasta mi jefe estaba nervioso, y eso no era buena señal. Decían que era joven, rico… y atractivo.
Me quedé horas frente al armario pensando que ponerme. Ayer mismo mi mamá me había dado, una mirada de arriba a abajo, criticando mi peso. Mejor dicho, mi falta de compromiso con bajar de peso.
Ahora no es que me viera mal: tenía un pantalón negro de tiro alto, con una blusa verde brillante y una chaqueta negra. Si no eres flaca como un espagueti, ni alta, ni esbelta, ni una modelo de pasarela o de redes sociales, eres de las mías, y sabes que el color negro es tu mejor amigo desde que eres adolescente. Quizás hasta desde antes. Y el verde creo que combina con mi cabello castaño, abundante y algo ondulado. Me gusta pensar que también con mi piel morena clara.
—Solo estoy nerviosa por lo del nuevo jefe —me repetí, pero tenía una mala sensación que no me podía quitar del todo. Tenía que dejar mi mejor imagen, dar una buena impresión. Pasé el fin de semana en casa de mi madre y siempre la pasaba mal ahí.
—¡Parece que tuvieras varios kilos menos! ¿No es maravilloso?
—Tengo una dieta buenísima que te haría bien. ¡Te verías estupenda! ¡Con la cara hermosa que tienes!
Era el tipo de halagos que no me hacen bien, aunque parezcan con buena intención. Y eso que no estaba mi hermana: ella es aún peor. Se reía de mi peso, de no ser como ellas, que son naturalmente esbeltas, flacas como palos. Pero no es mi caso. No, señor. Ahora mismo me veía en el espejo: mis piernas anchas, mi obvio sobrepeso, mi torso ancho, brazos gruesos y trasero, ni se diga. Siempre ha sido mi mayor inseguridad: mi peso. Es como si, solo con venir a su casa, aparecieran de la nada todos mis demonios y anduvieran sueltos haciendo lo que quieren con mi cabeza, con mi tranquilidad y mis esperanzas.
Prefieron quedarme en casa, en mi mundo. En mi pequeño departamento con mi compañera de cuarto, Liz: ella es tranquila y comprensiva, siempre está dispuesta a escucharme y es amable. Liz se morirá de la risa cuando le cuente todo esto; los chismes de la oficina, nos sentaremos a tomarnos una copa de vino y a reírnos, agradeciendo que el día terminó y mañana será un nuevo día. Eso es, tengo que pensar en eso.
—Quizás este nuevo CEO traiga los cambios que son necesarios —pensé entusiasmada. Hay probabilidades de que me coloquen a cargo de uno de ellos. Es una probabilidad remota, pero existe. Es lo que más deseo en el mundo. ¿Me pregunto cómo será este CEO? ¿Qué hará? Es obvio que lo buscaron por una razón.
Pero mis esperanzas se caen rápidamente, porque la realidad es que será como todos los CEOs: un viejo ricachón. Para estar en ese puesto, no creo que sea un hombre humilde; debe ser alguien que tuvo realmente buenas oportunidades.
Sin embargo en cuanto llego a la oficina, hay conmoción por el nuevo CEO.
—¡Es sexy!
—¡Es joven!
—¡Es soltero! —dicen mis compañeras. Así que los CEO podían ser diferentes, eso era algo nuevo. Quizás ni lo conozca después de un tiempo; no creo que venga precisamente a nuestra área. No es que yo piense que el nuevo CEO tenga algun tipo de interés en mi. En lo más minimo. Soy soñadora, pero no tanto; me puedo morir de la risa de solo pensarlo.
Claro que no soy el horror que me hicieron creer en los últimos años de la escuela, donde se rieron de mi peso y me llamaron por nombres horribles.
Aún los recuerdo.
—¿Una verdadera cerdita?
—Una ballena.
—¿Quién querría a una chica como esa?
En el colegio era el hazmerreír, todo por culpa de un chico. Uno que era mi amigo… uno que me gustaba. Había dicho en voz alta que no era mi amigo, ni tenía ningun interés en mi, que yo era ridícula y daba vergüenza. Y eso me marcó de por vida. A veces quiero olvidarlo, pero no puedo. Él se fue a la universidad y yo me quedé con esos apodos por años. Durante todo el colegio fui ballena y otros apodos ingeniosos que se les pudieran ocurrir. De más está decir que nadie quiso salir conmigo ni ser mi amigo. Estuve sola y deprimida por meses.
Lloraba todos los días antes de ir al colegio; no quería ir, inventaba excusas y me retraía como nunca. Mis calificaciones se vieron afectadas, mi rendimiento, todo. Intentaba pasar desapercibida lo más que podía, no me anotaba en actividades extra y la mayoría del tiempo decía que estaba enferma, cosa que no era mentira. Me sentía mal todo el tiempo.
Todo fue culpa de él, y lo odiaba. Tenía años sin verlo. Brandon Clark. Y juré no volver a verlo más. En la adultez, muchas personas me decían que para gustos están los colores y que a los hombres les gustan las mujeres con más carnes… en mi experiencia, no es tan así.
Tengo mucho tiempo sin novio y sin citas. Mis exnovios fueron bastante regulares; yo era demasiado insegura. Nada de enamoramientos, flechazos y pasión… parecía más bien una necesidad de no estar solos, algo de compañía.
—Adelaida, Mike te busca —me dijo una compañera, sacándome de mis pensamientos, de mi pasado, de mi oscuro pasado.
—¿Necesitas algo? ¿Es por lo del CEO? —pregunté al verlo tan estresado, casi al borde de arrancarse los pelos.
—Si supieras, Adelaida… Es un tipo bastante exigente y con mucho poder. Todos los demás jefes están encantados, y no sé si eso es buena noticia o no, pero… somos la primera área con la que quiere reunirse.