El mundo de Sofía era una jaula dorada, un hogar de lujos y el aroma perfecto de los platillos creados por su padre, el aclamado chef del presidente.
Pero esa burbuja de perfección estalló cuando el presidente colapsó en un banquete, acusando a su padre de envenenamiento y sentenciando a su familia a una vida de desesperación.
Para salvarlos de la furia del tirano, Sofía tomó una decisión drástica: se ofreció como asistente personal del presidente, un aparente sacrificio que la arrojaría a los lobos.
Sin embargo, el primer día de selección, el presidente, con una sonrisa cruel y mirada depredadora, anunció una nueva regla: "Todas las asistentes que lleven un delantal morado serán ejecutadas".
Sofía, junto con todas las demás candidatas, vestía el fatídico color. El pánico la invadió; era una trampa, una broma sádica.
"Este tipo está completamente loco", pensó, una furia impotente hirviendo en su interior.
Pero el presidente la miró, clavando sus ojos en ella como si leyera su alma. "¿Qué es lo que acabas de decir?", preguntó.
El terror helado reemplazó la rabia. ¿Cómo era posible? No había movido los labios.