El aroma a café recién hecho llenaba el aire en el café donde Valeria Armenta solía refugiarse cuando necesitaba pensar. Era un lugar discreto, con mesas de madera desgastada y paredes adornadas con estanterías llenas de libros viejos. La lluvia también golpeaba los ventanales, pero en este rincón del East Village, todo parecía más tranquilo. Valeria estaba absorta revisando notas en su libreta, su cabello castaño recogido en un moño desordenado y una pluma bailando entre sus dedos.
Había sido una semana particularmente frustrante. Su última investigación, una exposición sobre prácticas corruptas en una empresa farmacéutica, había sido enterrada por el editor en jefe del medio donde trabajaba. "Demasiado riesgo legal," había dicho, aunque ella sabía que el verdadero motivo era la presión de los anunciantes. La impotencia la carcomía. Sentía que su pasión por el periodismo se estrellaba contra las barreras del poder y el dinero.
Estaba tan inmersa en sus pensamientos que apenas notó al hombre que entró al café. Aunque se movía en una silla de ruedas con la destreza de quien ha aprendido a dominar cada movimiento, su porte elegante y el cabello perfectamente peinado destacaban entre los clientes habituales. Llevaba un abrigo oscuro y su presencia proyectaba autoridad, incluso en un lugar tan informal como aquel. Cuando su mirada se encontró con la de Valeria, algo en sus ojos oscuros y penetrantes hizo que ella se detuviera por un instante. Era Damián Ferreira.
-¿Valeria Armenta?-preguntó él con voz firme, acercándose a su mesa. Su silla de ruedas apenas hizo ruido mientras se desplazaba.
Valeria parpadeó, sorprendida. Había visto su rostro en revistas y artículos, pero jamás había esperado conocerlo en persona. Se incorporó ligeramente en su asiento, tratando de disimular su confusión.
-Sí, soy yo. ¿Le puedo ayudar en algo?-respondía con precaución. Su instinto de periodista se activó al instante. ¿Qué haría un magnate como Damián Ferreira en su café habitual, y por qué estaría buscándola a ella?
-Soy Damián Ferreira. Creo que nuestra conversación podría ser mutuamente beneficiosa,-dijo, dejando entrever una leve sonrisa que no llegaba a suavizar su expresión severa.
Valeria frunció el ceño. El nombre de Damián no solo era famoso en los negocios; también estaba rodeado de rumores y secretos. Era conocido por su habilidad para manipular situaciones a su favor. Algo en su interior le decía que aceptar aquella charla podía ser peligroso, pero su curiosidad innata era más fuerte.
-De acuerdo,-respondió finalmente, señalando con un gesto la silla frente a ella, aunque de inmediato corrigió, recordando la situación. -O... bueno, siéntese aquí, por favor.
Damián maniobró su silla de ruedas con fluidez para colocarse frente a ella. Durante un momento, el silencio entre ambos estuvo cargado de tensión. Fue él quien rompió el hielo.
-He seguido tu trabajo durante un tiempo,-comenzó, su tono medido pero directo. -Tienes una reputación de no rendirte, incluso cuando los poderosos intentan silenciarte.
Valeria lo miró fijamente. Sabía que aquello era un cumplido disfrazado de advertencia.
-No suelo rendirme, es cierto. ¿Eso le molesta?
Una sonrisa casi imperceptible se dibujó en el rostro de Damián.
-Al contrario. Es exactamente por eso que quiero proponerte algo.
Valeria inclinó la cabeza, intrigada. Damián Ferreira no era un hombre que desperdiciara tiempo en pequeñeces. Lo que fuera que estaba a punto de ofrecerle, sin duda sería significativo. ¿O peligroso?
-Estoy escuchando,-dijo, cruzando los brazos sobre la mesa.
-Necesito una esposa,-soltó él, tan directo que Valeria casi derrama su taza de café.