Amor continua por Diario

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Gavin

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Capítulo

Mi matrimonio con Mateo Herrera duraba ya diez años. Nuestra vida transcurría, aparentemente, en una rutina normal. Pero hoy la verdad explotó. Descubrí que me engañaba con Camila, mi prima. Él, con una frialdad espeluznante, no solo se negó al divorcio, sino que me culpó a mí por su infidelidad, tildándome de aburrida y descuidada. La humillación pública fue insoportable. Mis propios tíos me exigieron perdonarlo "por el bien de la familia", priorizando cínicamente la "delicada salud" de Camila. Fui abofeteada por mi tío mientras Mateo, a mi lado, coqueteaba descaradamente con ella. Esa misma noche, mi esposo me destrozó con palabras crueles y luego intentó forzarme en nuestra propia cama. Me sentía destrozada, traicionada, reducida a la nada. Una rabia e impotencia indescriptibles me ahogaban. ¿Cómo podía la vida ser tan absurdamente cruel e injusta conmigo? Justo cuando la desesperación parecía mi única compañía, encontré un viejo diario de Mateo, de cuando tenía diecinueve años. Para mi absoluto asombro, un Mateo más joven (M19), lleno de amor y promesas, me respondió a través de sus páginas. Mi 'yo pasado' prometía protegerme, incluso si eso significaba sacrificarse para liberarme. ¿Sería este eco improbable del pasado mi única y desesperada tabla de salvación? Una oportunidad única de reescribir mi historia se abrió ante mí, y decidí que era hora de luchar.

Introducción

Mi matrimonio con Mateo Herrera duraba ya diez años.

Nuestra vida transcurría, aparentemente, en una rutina normal.

Pero hoy la verdad explotó.

Descubrí que me engañaba con Camila, mi prima.

Él, con una frialdad espeluznante, no solo se negó al divorcio, sino que me culpó a mí por su infidelidad, tildándome de aburrida y descuidada.

La humillación pública fue insoportable.

Mis propios tíos me exigieron perdonarlo "por el bien de la familia", priorizando cínicamente la "delicada salud" de Camila.

Fui abofeteada por mi tío mientras Mateo, a mi lado, coqueteaba descaradamente con ella.

Esa misma noche, mi esposo me destrozó con palabras crueles y luego intentó forzarme en nuestra propia cama.

Me sentía destrozada, traicionada, reducida a la nada.

Una rabia e impotencia indescriptibles me ahogaban.

¿Cómo podía la vida ser tan absurdamente cruel e injusta conmigo?

Justo cuando la desesperación parecía mi única compañía, encontré un viejo diario de Mateo, de cuando tenía diecinueve años.

Para mi absoluto asombro, un Mateo más joven (M19), lleno de amor y promesas, me respondió a través de sus páginas.

Mi 'yo pasado' prometía protegerme, incluso si eso significaba sacrificarse para liberarme.

¿Sería este eco improbable del pasado mi única y desesperada tabla de salvación?

Una oportunidad única de reescribir mi historia se abrió ante mí, y decidí que era hora de luchar.

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El olor metálico de la sangre llenaba mis fosas nasales, espeso y mareador. Estaba tirada en el frío suelo de mármol de mi propio recibidor, con un dolor agudo que me partía el abdomen. Desde el suelo, vi sus pies: los carísimos zapatos italianos de Ricardo, mi prometido, y los tacones de aguja de Elena, mi propia hermana, posicionándose a centímetros de mi cara. "Ricardo, ¿está bien? Se golpeó muy fuerte" , susurró Elena, con una falsa preocupación que me revolvió el estómago, mientras la boca de Ricardo devoraba la suya, ignorando mi cuerpo casi inerte. El dolor de la traición era mil veces peor que el golpe. Dos días después, en el hospital, la enfermera me confirmó lo inevitable: "Lamento informarle que perdió el embarazo" . Regresé a casa, la escena de mi dolor, para encontrarlos en la cocina, riéndose, Elena con una de mis batas de seda, Ricardo dándole fresas con una ternura que nunca me había mostrado. Ellos me vieron, Elena puso su máscara de actriz y Ricardo, ni se molestó en fingir. Abrí Instagram en mi nuevo teléfono y vi la prueba de su traición documentada para todo el mundo, mientras yo yacía en un hospital: "Encontrando la felicidad en los lugares más inesperados. A veces, el amor verdadero tarda en revelarse" , decía una de las fotos. La náusea subió por mi garganta, y con ella, una pregunta que me quemaba la garganta: "¿Dónde está mi vestido? ¿El que robaron?". Ricardo se rio, cruel: "¿Bebé? No seas dramática, Sofía. Fue un accidente. Además, ¿cómo sabes que era mío?" . Esa fue la última gota. Mientras empacaba mis cosas, Ricardo bloqueó la puerta, exigiendo que me quedara, acusándome de estar "histérica" . Le di una bofetada. En ese momento, su teléfono sonó, era Elena, fingiendo un malestar para arrastrarlo de vuelta a su lado. Cuando él volvió a subir, mi hijo, Leo, apareció en la puerta, manipulado, repitiendo lo que Elena le había dicho: "¡Mi mamá está llorando! Dice que eres mala. Que la quieres lastimar. ¿Por qué eres tan mala, tía Sofía?" . Mirando a Ricardo, dije con una calma que lo desarmó: "No tenemos nada de qué hablar. Quiero el divorcio" . Él se burló: "¿Divorcio? Ni siquiera estamos casados. Y si te vas, te vas sin nada. Todo está a mi nombre, ¿recuerdas?" . "No quiero tu dinero. Quiero mi libertad" . Mi madre me llamó, furiosa, confirmando mi desvío como peón defectuoso: "¡Inútil! ¡Siempre has sido una inútil! ¡Tu hermana, ella sí sabe cómo conseguir lo que quiere! ¡Tú solo sabes dibujar tus garabatos estúpidos!" . Colgué. "Tú dejaste de ser mi madre hace mucho tiempo" . Con la maleta en la mano, me juré que no volvería a mirar atrás.

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