Durante tres años, amé en silencio a mi guardaespaldas, Alejandro. Él era mi roca inquebrantable, la única figura constante en mi solitaria vida tras la muerte de mi madre. Intenté de todo, pero siempre mantuvo un muro de profesionalismo.
Una noche, mi mundo se desmoronó. Lo escuché hablar por teléfono, su voz llena de ternura... pero no para mí. "Sofía es solo una niña mimada y vulgar", confesó. "Camila es un ángel". El desprecio en su tono fue un golpe físico. Él había amado a mi hermanastra, mi supuesto "ángel", durante años, confundiéndola con la chica que salvó un quetzal.