La ayuda de cámara que tenía dispuesta siempre para ella la señorita Giulia De Verna, se alistó en su habitación del servicio para salir a trabajar un día más, colocando muy bien su moño perfecto, al tiempo alisando su uniforme de hacía años, el cual consistía en un vestido blanco largo con un chaleco negro y un broche distintivo de las demás doncellas de la casona.
Debía estar en un orden ideal para que nadie pudiera llamarle la atención por mucho que quisiera, y de eso se encargaba desde que tenía uso de razón. Su madre también fue servicio, una dama ejemplar como ella sola, así que seguir sus pasos no era tarea pesada.
La chica de cabellos azabaches caminó desde el área del servicio en el sótano de la gran casa hasta las escaleras que conducían a las habitaciones de los señores, en especial la suya, quien de seguro dormía todavía, así que era su deber ir a despertarla para alistarla y que supiera sus actividades ese día.
Al ser una chica de diecisiete años, próxima a cumplir la mayoría de edad, y pronta a graduarse de la secundaria, tenía que acudir todavía a clases en la escuela privada Edimburgo, la cual solo daba calidad, en vez de cantidad a sus alumnos, quienes aplicaban solo si tenían un mínimo de conocimientos adquiridos, los cuales solo eran capaces de saberse habiendo cursado en escuelas igual de costosas con menor edad, así que todos sabían que esa vida no era para cualquiera.
Pasó saludando a una de sus amigas del servicio, ya que ella atendía al padre y señor de la casa, mientras que las demás se ocupaban de sus propios asuntos. La señora no estaba, ya que se encontraba en un retiro espiritual junto a su coach motivacional y de artes marciales, el cual insistió en hacer un viaje de ese estilo para lograr desestresar a todo el que acudiera. Aunque quiso convencer a todos de ir, lo cierto fue que nadie la escuchó, pues todo lo que hablaba parecían ser barbaridades, de modo que preferían hacer oídos sordos ante su presencia parlanchina.
Las chicas del servicio solo podían reír por lo bajo y dar sus propias opiniones cuando estaban a solas en el área de cocina o en sus alcobas, pero jamás admitirían ante ningún superior que eso ocurría. Si tan solo la señora Eisenberg, quien era el ama de llaves, supiera lo que hablaban, les daría un sermón de cinco horas, exigiéndole a todos cumplir mayor trabajo forzado.
La chica en cuestión sonrió para sí misma antes de entrar a la habitación de bonitas puertas francesas que tenía la señorita Giulia.
Una vez estuvo dentro, cerró la puerta tras de sí, yendo directo a abrir las grandes cortinas de la habitación con aires de antaño, pero decoración innovadora. Cuando la luz entró por los grandes ventanales, esta pegó en el rostro de la adolescente que estaba a su cargo.
Giulia tenía un largo y saludable cabello color castaño brillante, el cual era muy sedoso y abundante. Se veía como un ángel durmiendo.
"Si tan solo fuera así cuando está despierta" pensó el servicio, haciendo una mueca al recordar el carácter mimado de su ama.
Pasados unos segundos, la castaña seguía durmiendo como si nada, de modo que le tocó despertarla a la fuerza. Tocó su hombro varias veces, pero su sueño era tan pesado que parecía que ni siquiera una bola de demolición en su oído podía despertarla, así que de nuevo la zarandeó, esta vez más fuerte, siendo que ella apenas y logró salir de su sueño.
Lo primero que hizo su rostro delicado y hermoso fue contraerse, frunciendo el ceño, dañando cualquier belleza que pudiera tener al ser parte de esa familia de procedencia italiana.
Apenas sus orbes oliva se abrieron y la observaron, se quejó como una niña pequeña, volviendo a dormir en una posición que encontró cómoda.
La chica del servicio rodó los ojos y volvió a intentarlo, esta vez con mucho más énfasis.
—Vamos, señorita, se le hará tarde— habló ella, insistiendo —Tiene que bajar a desayunar, ya sabe que su padre se pondrá furioso si no lo hace a tiempo—.
—¿Tarde para qué? ¡Ya déjame dormir!— exigió la más joven desde su cama, siendo que su voz sonó apagada por estar pegado su rostro a la almohada con funda de seda —Mi papá puede comer sin ayuda, todavía no es un fósil—.
—¡Pero llegará tarde al instituto!— dijo la mujer, sin saber qué más hacer para convencerla.
Entonces, pareció haber tocado una tecla invisible, ya que de un momento a otro, la chica sentó en su cama y la miró, aún un poco dormida.
—Bien, ya estoy despierta ¿Dónde está el uniforme?— quiso saber ella, casi de buena manera, pero no dejaba de tener ese tono de superioridad típico de cualquier hija mimada.
Se levantó de allí en su bata larga de lino color azul Francia, la cual tenía un bonito encaje en tono ceniza.
El servicio le señaló el perchero rodante que llevó la noche anterior a su habitación, donde colgaba el uniforme perfectamente planchado.
Giulia asintió y se dirigió al baño para asearse, así que cuando salió se veía aún más radiante.
La señorita pasó a sentarse en la peinadora para que la mujer le hiciera el arreglo del cabello mientras ella trabajaba en su maquillaje.
Una vez que la peinó, ella también terminó su maquillaje, bastante sencillo, ya que no necesitaba mucho. Sus cejas eran prominentes y gruesas, mientras que su perfil era delicado y unos labios con un bonito arco de cupido le hacían la suficiente justicia para llamar la atención de cualquiera.
Pasó a vestirse luego de esto, siendo que el uniforme constaba de una falda color azul marino con detalles en rojo intenso y una camisa blanca manga larga. Tenían también un corbatín color rojo y azul a rayas las mujeres en forma de lazo, y unas medias negras que llegaban casi a la rodilla. Los varones de esa escuela tenían corbatas con la misma combinación.
Los zapatos no eran cosa del otro mundo, ella prefería mocasines oscuros, los que siempre debían estar pulidos y bien cuidados, ya que el cuero siempre fue una tela delicada y muy complicada de cuidar para mantener en buen estado.
Al estar lista, lo primero que hizo fue tomar su bolso, el que ya debía tener todo lo que ella usaba en un día común, hasta eso le ordenaba la chica que la atendía, de la cual no recordaba ni el nombre, pero era buena en lo que hacía.
Se miró en el espejo antes de salir, y este le devolvió un reflejo de chica alta y esbelta con un tono besado por el sol en la piel, cosa que la hacía sentir superior a los demás, pues el uniforme le quedaba como si fuera un maniquí, cualquiera se derretiría por ella.
"Cualquiera, menos Boris" pensó para sí misma, sin embargo, disipó este pensamiento y bajó las escaleras de la mansión, las cuales tenían un bonito color marfil combinado con madera oscura pero brillante, viéndose elegante y muy impecable.
Al llegar al gran comedor para doce, se sentó en el que solía ser su lugar casi siempre, colocando su bolso en una silla a su lado.
Su padre ya se encontraba ahí leyendo el periódico, el cual bajó de su rostro y le miró con expresión seria.
—Hemos estado esperando por ti casi veinte minutos, eso es inaceptable— exclamó el hombre, dejando ver una vena en su frente muy salida, mientras señalaba a sus cinco hermanos y su propio reloj de muñeca.
Pequeño detalle, tenía tres hermanos y dos hermanas, quienes hacían caso en todo al ogro de su padre.
—Lo que es inaceptable es que no me dejen dormir hasta tarde, las escuelas deberían funcionar de noche— comentó ella, sin ningún pudor, mientras veía cómo una chica pelinegra le servía el desayuno.
Ante su comentario, todos parecieron negar con la cabeza, en desacuerdo con ella, no porque no la comprendieran, sino porque siempre era lo mismo, y si llegaban tarde a clase era por su culpa.
Leyla la miró con reproche cruzada de brazos, mientras que Herminia se hallaba en su celular sin prestarle la más mínima atención, solo a postear su vida en las redes sociales e interactuar con sus seguidores.
En el caso de los chicos, quienes eran todos mayores que las chicas, conversaban entre sí sobre videojuegos y algunos temas actuales, al tiempo que repetían de ración en comida, siendo casi un desastre a la hora de comer, pero no dejaban mucho desorden debido a lo que les esperaba si hacían quedar mal a su progenitor, siempre tan perfeccionista.
Dos de ellos eran muy relajados, mientras que el mayor de todos, quien iba la universidad era todo lo contrario, así que miraba su reloj constantemente, irritando a todos, incluyendo al cabecilla de la familia, quien sentía la presión sobre sus hombros de hacer todo de la forma correcta.
Giulia comenzó a degustar su desayuno, el cual constaba de dos tostadas francesas con canela y miel esparcidas por encima, un smoothie de moras, bananas y proteína en polvo, sumándole un vaso de agua, nada de eso podía faltar en su primera comida del día.
Luego siempre tenía la costumbre de tomar una manzana o un durazno para comerlo de camino al instituto. No comía nada allí, ni siquiera en el desayuno, ya que no le gustaba verse vulnerable ante otras personas de su edad. En especial frente a Boris.
Cuando terminaron todos de comer, habían pasado alrededor de quince minutos, por eso, todos iban tarde. No les gustaba la idea, pero era eso o dejar de ir al instituto y universidad, respectivamente.
Cada quien miraba de reojo a su hermana, a excepción del conductor, quien le sonrió por el espejo, como siempre, a modo de saludo. Se trataba de una van grande en la cual cabían todos, incluyendo al padre, y aunque todos tenían distintos compromisos, les gustaba mantener la tradición de ir juntos a la mayoría de los lugares.
El trayecto no era demasiado largo hasta el instituto, pero era desesperante cuando iban tarde, sobre todo para los hermanos mayores y el padre, quienes ya comenzaban a perder la paciencia, solo que todos los días era lo mismo.
Esa mañana llegaron cinco minutos antes del toque de queda para los estudiantes, por eso tuvieron que apurar el paso para no entrar retardados a los salones de clase.
Giulia solo estaba interesada en una cosa, y esa era ver al perfecto de Boris caminar por la entrada justo un minuto antes de que tocaran el moderno timbre, luciendo como modelo de revista.
Boris Falckov era un chico de cabellos estrictamente lisos y rubios, siendo que sus ojos tenían un tono miel hermoso, eso acompaño de un físico de muerte lenta, le daba el plus que le faltaba. Se notaba que se ejercitaba, pero no demasiado, lo que dejaba ver su cuerpo atlético sin exceso de músculos, era más bien menudo, con una altura bastante aceptable.