Ese príncipe es una chica: La compañera esclava cautiva del malvado rey
Mi esposo millonario: Felices para siempre
El arrepentimiento de mi exesposo
No me dejes, mi pareja
Novia del Señor Millonario
Destinada a mi gran cuñado
Regreso de la heredera mafiosa: Es más de lo que crees
Diamante disfrazado: Ahora mírame brillar
Renacida: me casé con el enemigo de mi ex-marido
Extraño, cásate con mi mamá
"¡Miren esa cara y ese cuerpo! Si la obligamos a trabajar como prostituta, ¡podría ganar fácilmente por lo menos cien mil al día!".
Kaitlin Hewitt se encontraba retenida en un edificio abandonado, con la frente sangrando.
Su ropa estaba rota y desaliñada, dejando al descubierto los hombros magullados y gran parte de su pecho, un testimonio de su inútil resistencia.
Dos días atrás, una misteriosa llamada la arrastró a esta pesadilla. La persona que la llamó afirmó conocer a sus padres biológicos, e incluso mencionó detalles específicos sobre su cuerpo que solo ella sabía.
La atrajeron a las afueras de la ciudad, y acabó en las garras de esos matones.
"No hagan nada precipitado… Puedo pagarles la cantidad que quieran", afirmó la muchacha con voz firme a pesar de la sangre que goteaba de la comisura de sus labios. "Soy la esposa de Alan Hewitt, sea cual sea el rescate, él puede permitírselo".
"¡¿Alan Hewitt?!". La revelación golpeó a los hombres como un rayo, provocando miradas de desconcierto entre ellos. "¿Él está casado? Nunca lo había oído".
Alan Hewitt era un hombre poderoso en Osewood, cuya mera reprobación podía enviar oleadas de conmoción a toda la ciudad. Si de hecho tenían a su esposa, la ira de aquel hombre podría aniquilarlos sin esfuerzo.
Notando la incertidumbre en las expresiones de los hombres, Kaitlin se serenó y dijo: "No diré que me secuestraron. Déjenme ir y les aseguro que recibirán el dinero sano y salvo".
El líder del grupo la observó detenidamente, fijándose en su costoso vestido de diseño y sus llamativos rasgos, y titubeó un poco.
Era evidente que su prenda era cara y ella atractiva, así que tenía sentido que un pez gordo de la talla de Alan la tomara como esposa.
Tras una breve y atenta mirada a sus cómplices, habló en tono gélido: "Dame su número, y sin trucos. Si tratas de engañarme, te venderé a un burdel de los alrededores, y no podrás escapar de la interminable fila de clientes".
Kaitlin, con la boca manchada de sangre, dijo con debilidad un número de teléfono.
El líder intentó marcar el número, pero la llamada se cortó de repente.
Frustrado, gritó: "¡Maldita sea! ¡¿Estás jugando conmigo?! ¡Ni siquiera contestó!".
Su expresión se ensombreció y propinó una fuerte patada a Kaitlin en la cintura.
El golpe le quitó el color de la cara a la muchacha y su voz se fue apagando. "No atiende las llamadas de un extraño… Por favor, déjame usar mi celular para llamarlo...".
"¡Típica gente rica y sus excentricidades!", masculló el líder.