Primera parte.
Capitulo 1
—Mi asistente le llamará... Muchas gracias por venir.
La muchacha asiente y sonríe. Se sonroja cuando le dedico una sonrisa ladeada. Contengo el impulso de poner los ojos en blanco, antes de que saliera por la puerta de la sala de juntas.
Soy consciente de que mi rostro y mi cuerpo de atleta atrae a las mujeres como un imán. A decir verdad, no lo niego, me gusta el efecto de deseo que provoco en ellas. Aunque a veces es agotador, porque sólo se esmeran en percibir lo que hay en el exterior, sin ver más allá, bajo el pecho. En el corazón. Viendo el lado positivo y las ventajas de todo, es que no se involucran sentimientos, ni emociones... ¡Solo es sexo!
Y si ellas se dejan, ¿quién carajo soy yo para privarlas de una noche caliente?
Dejo caer la solicitud en la esquina del escritorio. Mi abuelo Justin Beltrán, que hasta entonces ha estado en silencio durante toda la entrevista, sonríe divertido.
—... Otro currículum que va al trastero.
Llegué a la ciudad de Miami hace dos meses. Y mi abuelo decidió dejarme a cargo de la empresa familiar. Nuestra especialidad es fabricar zapatos de tacón exclusivos.
El problema es encontrar a un diseñador artístico. Si no lo encontramos pronto, la empresa irá a la quiebra.
La posibilidad de perder la compañía, me tiene frustrado. No sé qué más debo hacer...
—Pues qué te digo, abuelo... Ya van siete entrevistas hoy. Pero ayer solo fueron cuatro ¿eh? —bromeo para que no se preocupe.
Él soltó una risita discreta.
—Querido, tienes un gusto muy peculiar porque ninguna de las candidatas o candidatos te agrada, y eso que lo buscas con urgencia.
—Como usted bien dice, la desesperación no trae nada bueno... Y, la verdad es que no encuentro el potencial que busco...
—... ¡Y no lo encontrarás!
Ambos giramos la vista hacia la puerta siguiendo el rastro de esa voz ruda y femenina. Una joven hermosa, entra en la sala sin pedir permiso, como Pedro por su casa. De perfil, capto su cabello largo, castaño y ondulado, se mueve con gracia en su espalda.
—Lo siento, señor no pude detener a la señorita...
Brenda, mi asistente, se encuentra detrás de la joven y le hice una señal para que se retire. Después ajustaré algunos detalles con ella.
La joven intrusa no se detiene.
Camina hacia nosotros haciendo resonar su tacón con actitud. La elegancia y sensualidad de su vestido corto, color granate, bien moldeado a su cuerpo, nos tienen al abuelo y a mi encantados.
Arroja una carpeta, que aterriza sobre la mesa, frente a mí.
—Porque lo que buscan está ahí.
El maquillaje leve en su rostro hace más que evidente su hermosura, aunque, a decir verdad, no lo necesita, es guapísima. La dulzura contradice a su gesto altanera y retadora al mismo tiempo, cuando señala con la barbilla hacia la carpeta.
Clavo la vista en esos ojos oscuros, y no puedo evitar sonreír ante mi curiosidad;
—¿Y tú quién eres?
Hace una breve pausa, antes de responder:
—La mujer que va a salvar la empresa con esos diseños.
El abuelo se inclina hacia la carpeta, tan curioso como yo.
Abro la carpeta. Alucinado, observo lo que contiene. Elegantes y sensuales zapatos de tacón ocupan mi campo de visión. Todos los dibujos son diferentes, pero igual de buenos y exclusivos.
Justo lo que estoy buscando.
-¿Lo ha hecho usted? —Quiso saber mi abuelo.
—Así es señor Beltrán.
La joven le dedica media sonrisa, que se borra inmediatamente en cuanto fija la vista en mí. Ladea su cabeza, mostrando seriedad y profesionalidad.
—Y puedo hacer los bocetos de todo un año, si lo prefiere.
—A ver—cierro la carpeta de golpe. Apoyo las palmas en la madera oscura de la mesa, inclinándome hacia ella. —. ¿Nos podría decir su nombre, si es tan amable?
Estira la mano sobre el escritorio, a modo de saludo.
—Corina Reina.
Estrecho su mano. Su tacto es cálido, aunque seco.
—¡Corina... Muchacha...!
El abuelo reacciona a su nombre e inmediatamente le da un breve abrazo.
—Tardaste en aparecer...
—Ya ve, señor, se hace lo que puede.
Mis cejas se fruncen, sin entender...
El abuelo asiente.
—Lamento lo que ocurrió con su padre, señorita. Mi familia y yo lo apreciamos de corazón.
—Lo sé... Mi papá hablaba maravillas de usted señor Beltrán.
Intuyo un tono irónico, o tal vez, sarcástico, en Corina.
El abuelo se gira hacia mí, mientras me explica que es la hija de Miguel Reina.
Viví por mucho tiempo fuera de Miami y no tuve el gusto de conocer a Miguel Reina en persona. Desde luego que, sí había oído hablar sobre él y, "sus encantadores diseños". La familia admiraba su trabajo. Dicen que era el mejor.
—¿Entonces qué? ¿Negociamos?