Olvidar, lo inolvidable
Cuando Ana Isabel recibió esa mañana, la noticia de que se convertiría en la asistente personal de la gran empresaria Abril Rowling, sintió que la vida le estaba devolviendo las cosas que desde hace tiempo esperaba.
—A partir de mañana, estará trabajando directamente con la Sra Rowling. Ella despidió a su antigua asistente, así que te encargarás de suplir a Janeth. Espero que tengas suerte —le comentó la jefa de departamento de Recursos Humanos.
—No se va a arrepentir, haré que la Sra Rowling esté conforme con todo mi trabajo.
—Eso espero Ana Isabel. Aprovecha esa oportunidad. Por ahora, recoge las cosas y ponlas en la que será desde hoy, tu nueva oficina.
—Ahora mismo. —dijo visiblemente emocionada, salió de la oficina de Raquel y fue por sus cosas.
Colocó la caja sobre la mesa, metió sus libros preferidos de empoderamiento femenino y mindfullnes, la libreta de anotaciones, su laptop y el portaretrato donde aparecía junto a su amado Fernando. Lo sujetó entre sus manos y le habló como si estuviese frente a él.
—Ahora, podremos tener más dinero para alquilar nuestra nueva casa. —exhaló un suspiro, aquello la llenaba de ilusión.
Pronto podría casarse con Fernando e irse a vivir a un lugar más cómodo para ambos. El pequeño Loft donde vivían, cada vez se hacía más incómodo. Todos los instrumentos de Fernando, el órgano y la guitarra eléctrica, las cornetas y la caja se cables ocupaban el 50% del reducido espacio de 6x6 mts² donde vivían desde hace dos años.
Ana Isabel tomó la caja y fue hasta su nueva oficina. Abrió la puerta con una mano y luego con su cadera la empujó para lograr entrar. Aquel lugar era espectacular, comparado con su cubículo como recepcionista del departamento de reclamos y atención al cliente en la empresa. Ahora sería la asistente personal de la afamada empresaria Abril Rowling, Presidenta y CEO de Redline, la prestigiosa marca de productos de belleza en Manhattan.
Luego de colocar las pocas cosas que llevaba en su caja, se sentó para disfrutar del confort de la silla de cuero negro, ergonómica y giratoria. Tantas veces se imaginó en aquel lugar, que sonríe satisfecha, sus planas en el libro de los sueños realizados, estaba funcionando.
Las horas pasaron rápidamente mientras organizaba todo, por lo que al mirar el reloj, ya estaba por terminar su horario de trabajo. Tomó su bolso, sacó las llaves y salió apresuradamente para tomar un taxi hasta el supermercado que quedaba a pocos metros de su casa. Pensó “compraré una botella de vino para festejar con Fer, se que se pondrá muy feliz con esta noticia”. Quería sorprenderle.
Entró al supermercado, compró lo que necesitaba y salió del lugar, caminó hasta su casa, introdujo la llave y la puerta se abrió con el leve roce de sus manos. Se sorprendió de que no estuviese asegurada, escuchó voces y reconoció la voz de Minie, la corista de la banda donde Fernando cantaba. Al acercarse, vio a la corista sosteniendo entre sus manos, no precisamente el micrófono, sino el falo de su pareja desde hace dos años.
Ana Isabel, no podía creer que eso estuviese pasando. No ese día, no cuando todo parecía ir de maravillas. La bolsa que llevaba en sus manos, cayo estrepitosamente al piso.
—¡Fer! —gritó, él abrió los ojos y la rubia volteó a verla.
Fernando, empujó la cabeza de la chica hacia atrás, por poco le desprende la cervical y por poco ella no le arranca un pedazo con los dientes.
—Ana, no es lo que crees —se levantó abruptamente del sofá cama. Intentó calmarla pero ella estaba que echaba espuma por la boca de la rabia.
Su rostro se tornó enrojecido, las mandíbulas sumamente contraídas y la mirada fija en su novio de toda la vida.
—¡Suéltame y sal de aquí ahora mismo, con tu mujercita! —exclamó llena de indignación y dolor.
—Mi amor, déjame explicar… —la mano de ella estampó sus dedos en el rostro de Fernando, impediendo que este culminara la famosa frase. Fernando la miró sorprendido, nunca la había visto actuar de esa manera. Nunca vio tanto odio en ella como en aquel momento.
La rubia tomó su bolso y sin decir nada, salió de allí apresurada.
—Vete Fer, vete porque no sé de lo que soy capaz. —dijo enardecida, señalando la puerta.