Puedes con esto, lo has realizado durante años. Es el mantra que repite Hayley diariamente en las ocupaciones efectuadas dentro de la prisión de New Hall, en Londres.
Ella nunca imaginó encontrarse en un recinto tan prescindido como ese, aseando los baños con un degastado trapeador, que evidentemente podía estar infectado de bacterias; así como el balde con agua fétida que se sitúa a su lado. No obstante, en contra de su apetencia se hallaba en ese lugar, deambulando por los monótonos pasillos durante ocho años consecutivos cumpliendo arbitrariamente un veredicto por una malversación que no cometió.
Sin embargo la joven no estuviese en esa contrariedad, si hubiera empleado el sentido común, antes de interponer su negligencia por encima de las indicaciones propuestas por las Jones el día de San Valentín, quizás Kayden no hubiese sufrido con las consecuencias ocasionadas por ella y tampoco tendría que coexistir a través de un suplico que la consterna.
Procura contener la respiración mientras sumerge el trapeador en la cubeta, para luego exprimirlo con fuerza, deslizándolo sobre el piso corroído. Respira varias veces, intentando mantenerse sosegada. Pero, ese estoicismo se dispersa en un santiamén, cuando escucha un fuerte portazo, generando que exalte la vista.
Una mujer corpulenta, de piel canela cubierta de extravagantes tatuajes, la cual se encuentra sentada encima del lavabo, atravesándola con una mirada sobrecargada de ignominia e animadversión.
—¿Todavía no te adaptas a los oficios, perra? —pronuncia, golpeando la superficie del lavamanos—. Yo podría facilitarte el trabajo. —Aprieta los puños con fuerza.
La contempla mirándola directo a los ojos, apisonando sus dientes pútridos.
—Gracias —responde entredientes—, pero no necesito filantropías.
Hayley se cohíbe, suspirando por haberle contestado. Una indefinible se refleja en su discernimiento, al recapitular los escarmientos que mía le había comentado. Sin embargo, esta mujer, la cual apartemente se llama Rita Dawe ha estado asechándola desde que entró a la correccional, procurando aniquilarla; aunque la suerte la ha acompañado, sabe que en cualquier momento lo logrará.
Rita se constriñe las mugrientas manos, sin desviar la atención de Hayley; y ésta la contempla de reojo, costándole tragar saliva.
—No estoy solicitando proposiciones —esclarece la mujer, retándola con la mirada—. Además, reconoce que eres un maldito escollo en este miserable lugar —recrimina, con tono amenazante—. Aunque pensándolo mejor debería aprovechar la oportunidad para asesinarte, haciendo que parezca un simple incidente.
Una sonrisa malévola aparece en su rostro, mientras desvía la vista hacia su overol naranja, presumiendo una pequeña navaja suiza, lo suficientemente afilada para degollarla como un cordero. La pusilanimidad traspasa a la joven, sin discernir cómo actuar en el momento.
Por favor, deseo que alguien aparezca en este instante. Reza en su mente.
La permanencia dentro del presidio, no ha sido estrechamente indulgente; desde soportar las constantes contiendas entre las reclusas, que ella intenta eludir en cada circunstancia. La comida es una inmundicia, al sólo describirla retuerce los órganos internos, aparte especular que esté contaminada con algún microrganismo o envenenada; no obstante, debía consumirla si quería sobrevivir en ese infierno. Inclusive su compañera de celda, la cual posee un alias peculiar acorde a su personalidad, originando que Hayley durmiese por minutos, al estar consciente que probablemente al día siguiente despertaría con magulladuras en todo su cuerpo o fenecida por causa de una hipotética peripecia.
Asimismo, es indudable que alguien debió pagarles una pequeña fortuna a los miembros del jurado para que el veredicto fallase en su contra; así como también lo hicieron con la policía, anexándole evidencia falsificada relacionada con crímenes que no cometió. ¿Estarían encubriendo a alguien?
Hayley se traslada a unos de los cubículos, para verter el agua sucia en el inodoro. En el instante, en que proceder a tirar la cadena, percibe la presencia de alguien detrás. Al girarse sobre sus talones, se encuentra con la mirada discrepante de Rita, colocándole la navaja cerca del cuello.
—¿Piensas que podrás deshacerte de mí? —pronuncia chasqueando la lengua—. Estamos solas, nadie te ayudará. Y sí intentas hacer algo. ¡Morirás desangrada!
Sujeta a la joven con una fuerza descomunal, produciéndole cicatrices en sus muñecas. Ella procura zafarse del agarre, pero cada movimiento que ejecuta es inservible.
—¡Por favor, detente! —suplica, sacudiendo su cuerpo para liberarse—. Podemos resolver esto de otra manera.
La mujer frunce los labios, traspasándola con la mirada.
—¿Presumes que soy una insensata? —increpa, incrustándole las uñas en su piel—. ¿O deduce qué podrás convencerme con tus suplicas? —Hace pucheros.
Hayley niega con la cabeza.
—Bien —responde indiferentemente—, te complaceré haciéndolo a tu manera.
En ese momento, Rita la asedia por el cabello, sumergiéndola dentro del retrete. Hayley procura contener la respiración para no ingerir ese impúdico líquido; sin embargo, el agua comienza a filtrarse por su boca y nariz, comenzando a ahogarse, causando que busque la superficie a tientas, aunque la mujer no se lo permite. Aprecia como aprieta su cuello, dejándola sin aliento.
Dawe había trazado un plan maestro, puesto que las condiciones se encargaron de favorecerla; significando que ninguna persona sabía lo que ocurría. Era el momento oportuno para aniquilarla. Y sólo encontrarían el cadáver de ella.
La muchacha continúa retorciéndose con furia para deshacerse de su opresora, actuando. No obstante, sus esfuerzos sólo la desestabilizan, quedándose sin vivacidades. La garganta comienza le comienza a arder.
—¡Basta! —emite, pero las palabras se convierten en insólitas asonancias.
Su cabeza comienza a palpitarle, la risa irascible de Rita produce ecos, mientras la mantiene sumergida en el inodoro. Su atisbo se desenfoca, el cuerpo no le responde y empieza a perder el conocimiento; cierra los ojos al saber que morirá ahogada en cualquier momento.
Después de unos eternos segundos, pasa una de las manos por su cerviz. Ella expulsa bruscamente la cabeza del sanitario, respirando con dificultad. Expele el fluido repulsivo que ha ingerido. Camina a tientas hacia la pared, recostándose en ella, mira hacia el techo esperando recuperar la poca persistencia que le queda.