Una muchacha entró al aula con entusiasmo. Presionaba contra el pecho su cuaderno, sus útiles y material de estudio mientras tomaba asiento en uno de los asientos vacíos. Finalmente estaba en una de las áreas más difíciles de su carrera como futura licenciada en Bellas Artes: Dibujo III, más específicamente el dibujo de la figura humana. El aula tenía el espacio suficiente para alojar en ella a más de veinte estudiantes, y todos los bancos se dirigían al mismo punto: Una plataforma circular donde iba a estar posando el modelo para sus tareas.
Mía dejó sus cosas en la mesita que estaba cerca de su asiento y preparó el block de dibujo mientras observaba como sus compañeros ingresaban. Le sorprendió que la gran mayoría de ellas eran mujeres, y todas conversaban muy animadamente.
—Te juro que sólo repito esta clase por él… —susurró una mientras observaba hacia la puerta, mirando sobre su hombro, esperando algo—. El año pasado fue increíble… Espero que este año no nos decepcione.
—¿Te acuerdas cuando tenía a ese modelo sentado y le pidió que nos mire uno por uno directo a los ojos para captar su mirada? —ronroneó la otra muchacha, riendo en evidente estado de exaltación.
—¡Sí! Y me acuerdo de James saliendo despavorido de la clase —rio su amiga—. Ay, espero que no se tarde, porque estoy deseando empezar.
Mia, ajena a toda esa charla, pero sin perderse nada, se puso sus gafas de aumento de montura de gato y afiló la punta de todos sus lápices a conciencia mientras continuaba observando con sus ojos celestes a todos sus compañeros. Algunos estaban entusiasmados por empezar, otros lucían algo ariscos a la idea de la clase, y algunos otros eran bastante neutrales. Se percató que eran las mujeres las que lucían un estado de exaltación y ansiedad por comenzar la clase, mientras que los varones tenían ese humor huraño y distante por la clase a iniciar.
—Me pregunto con qué vamos a comenzar esta vez…
—¡Shh, cállate que ahí viene! —susurró muy entusiasmada la muchacha.
Un hombre alto e imponente con su sola presencia hizo aparición, sin lugar a duda era muy guapo: Sus ojos verdes claros contrastaban directamente con su piel de color canela, la muy atractiva barba de tres días y su cabello castaño claro cortado con un estilo muy moderno y despreocupado para alguien que claramente aparentaba más de cuarenta años. Incluso su estilo de vestir era muy moderno, pero elegante al mismo tiempo, caminando con paso firme, aferrándose a su cuaderno de notas y provocando el silencio en todos los presentes con su sola presencia. La clase en pleno ocupó sus asientos, algunas de las chicas rieron mientras los varones simplemente miraban al profesor con dolor y miedo.
El hombre se subió a la plataforma y miró a la clase.
—Bienvenidos, estudiantes —los saludó a todos, dedicándoles una mirada a cada uno, girando sobre la plataforma lentamente para observar a toda la clase, especialmente a los que se encontraban a sus espaldas—. Veo algunas caras nuevas, y algunas que ya conozco desde hace algunos años. Siempre son bienvenidos para practicar, ya lo saben: La práctica hace al maestro. Y nada requiere más practica que el dibujo de la figura humana. Para los que no me conocen soy Rhian Insfrod, el profesor de Dibujo III, y para los que me conocen soy el objeto de sus pesadillas. Antes de comenzar esta primera clase quiero que estén avisados de mi método de enseñanza: es poco convencional. Una de las obras más hermosas que el mundo ha tenido la dicha de conocer es el Hombre de Vitruvio del grandísimo Leonardo Da Vinci, una obra maestra que deberían estudiar para entender mejor las proporciones ideales del cuerpo humano y que les serán de gran ayuda si quieren mejorar en su habilidad de dibujo; así que siguiendo el ejemplo de ese grandioso maestro es que nosotros estudiaremos el cuerpo humano, en profundidad y detalle. Observaremos cada una de las características de nuestros modelos, cada pliegue de su piel, cada poro estimulado, y los representaremos lo más fiel posible. Pero para poder hacerlo como corresponde el cuerpo debe ser estimulado, responder a las señales que el ambiente le da. ¿Acaso la piel reacciona de igual manera ante una situación de estrés que a una de placer? ¿Las pupilas se expanden igual cuando observamos algo que nos fascina a algo que nos provoca terror? No, claro que no. Por eso mi advertencia, soy nada ortodoxo, nada formal y nada pudoroso. Son libres para abandonar esta clase ahora mismo, pero si se quedan… Aténgase al arte que van a observar.
Rhian se quedó en silencio, observando a los posibles desertores, pero ninguno se fue. Sabían que debían pasar esa clase si deseaban obtener el título, y los que ya la habían aprobado se quedaron por el contenido de esta.