En un pequeño barrio humilde, donde las calles de tierra se mezclaban con las risas de los niños, Defne caminaba con la cabeza baja, ocultando su rostro entre mechones de su cabello negro. A sus dieciséis años, se sentía como un rompecabezas incompleto, con piezas que nunca parecían encajar. La vida en casa era complicada; su padre, un hombre de carácter fuerte, no perdía oportunidad de recordarle lo poco que valía. La violencia que a veces estallaba en el hogar había dejado cicatrices invisibles en su alma, pero Defne había aprendido a esconderlas, a ser fuerte a pesar del dolor.
Cada día, se refugiaba en sus sueños, en su pasión por el diseño y en su anhelo de crear mundos a través de los videojuegos. Había un brillo en sus ojos que pocos notaban, una chispa de esperanza que persistía a pesar de su situación. Sin embargo, ese día en particular, Defne sentía la necesidad de escapar de la realidad, de buscar un rincón donde pudiera sentirse libre, aunque solo fuera por unas horas.
El pequeño café en la esquina del barrio era su destino habitual. Desde que se mudó a la zona hacía diez años, había aprendido a apreciar ese lugar, un refugio donde las historias de los demás le ofrecían una pausa a su vida. La música suave que salía del local la envolvió mientras entraba, y con cada paso que daba hacia el interior, sentía que se alejaba de sus preocupaciones.
Max, un chico alto y delgado con una sonrisa que podía iluminar el día más gris, estaba sentado en una mesa cercana. Sus ojos marrones brillaban de emoción mientras hablaba con un grupo de amigos. Desde el primer día que Defne llegó al barrio, Max había estado enamorado de ella en secreto. La recordaba perfectamente, su mirada curiosa y sus gestos tímidos. Durante años, había admirado su belleza y su esencia desde la distancia, soñando con el momento en que tendrían una conversación más allá de las palabras casuales de los vecinos.
La música en vivo llenaba el ambiente con una energía vibrante, y Max, aspirante a músico, se sentía como en casa. Había pasado largas noches componiendo canciones en su habitación, cada acorde impregnado de los sentimientos que Defne le inspiraba. Sin embargo, por miedo a arruinar su amistad, nunca se había atrevido a confesar lo que sentía.
La mirada de Max se cruzó con la de Defne por un instante, y él sonrió, deslumbrante. La timidez de Defne hizo que su corazón latiera con fuerza. Nunca antes alguien le había sonreído de esa manera, como si viera más allá de su exterior. Un rayo de esperanza iluminó su día gris. Tal vez ese encuentro no era solo una coincidencia.
"¿Te gustaría unirte a nosotros?", preguntó Max, moviendo la mano para invitarla a su mesa. Su voz, suave y amigable, resonó en el aire.
Defne dudó por un momento, sintiendo que la vida siempre la había mantenido en la sombra. Pero algo en la voz de Max la alentó. Se acercó, y a medida que se sentaba, una mezcla de nervios y emoción la invadió. Las risas y la música crearon una atmósfera que la hizo olvidar, aunque fuera por un rato, la tensión que existía en su hogar.
Max comenzó a hablar sobre sus sueños de convertirse en músico, su pasión por la composición y los pequeños logros que había alcanzado en sus presentaciones. Defne, en contraste, compartió su anhelo por crear mundos a través de los videojuegos. La conexión entre ellos era palpable; había una chispa que iluminaba la habitación, un hilo invisible que los unía más allá de las palabras.
"Siempre he pensado que los videojuegos pueden contar historias tan profundas como cualquier libro", comentó Defne, con una sonrisa que iluminó su rostro. "Me encanta crear personajes y mundos que la gente pueda explorar."
Max la escuchaba atentamente, absorto en sus palabras. "Eso suena increíble. Me encantaría ver lo que creas. Quizás un día puedas hacer una banda sonora para uno de tus juegos", sugirió, su voz llena de entusiasmo.
La conversación fluía como la música de fondo, y Defne se sintió cómoda. Por un momento, olvidó las inseguridades que la perseguían y permitió que su personalidad brillara. Pero, de repente, la atmósfera se tornó más fría. Melani, una amiga de Max, se acercó con una sonrisa que ocultaba un destello de celos.
"¿No crees que deberías estar ensayando, Max?", interrumpió, sus ojos castaños brillando con una mezcla de interés y desdén. Aunque solo eran amigos, había una tensión subyacente en su relación que Defne no podía ignorar.