Harto estaba ya de María y su obsesión por ser madre, tenía la seguridad de que ni siquiera poseía instinto maternal, solo miedo de que él terminara embarazando a cualquier mujer y un hijo bastardo, o peor, la madre que lo hubiera engendrado, la destronaran de la comodidad en la que vivía, si supiera que eso era algo en lo que él jamás fallaría, porque nunca una mujer le haría perder la cabeza, había amado una sola vez con resultados desastrosos y eso había sido suficiente para una vida entera, de hecho, Ricardo estaba seguro de que el amor era un privilegio que no todos los seres humanos lleg
aban a conocer de verdad y quién, como él, tenía la dicha de encontrarlo, debía vivir el resto de su existencia en el castigo constante de conocer ese sentimiento y haber perdido luego.
Ni siquiera estaba seguro de ser capaz de sentir ese amor fraternal por un futuro hijo y mucho menos dejar sus responsabilidades para atenderlo. No, Ricardo era mucho más feliz así, sin joderle la existencia a ningún niño, la vida le había arrebatado muchos años atrás la posibilidad de ser feliz y era consciente de que no estaba hecho para criar niños, además, el legado de su familia no se perdería. Como el viejo dicho explica, a quién Dios no le da hijos, el diablo le da sobrinos y en este caso se había lucido, ciertamente, los hijos de Miguel, su hermano mayor, parecían gestados en las mismísimas llamas del infierno.
¿Quería ser padre? Sin duda no lo quería, ni ser padre, ni hacerle la vida miserable a ningún niño con su egoísmo, porque si algo tenía claro, era que él era lo único que le importaba, su felicidad, sus lujos, sus excesos, su vida a su manera. Él mismo era el centro de su mundo y ni siquiera su esposa, con la que tenía una relación aceptable, pero carente de un amor que jamás se permitiría volver a sentir, era imprescindible en su vida, eso era lo mejor, tener personas a su alrededor de las que fuera capaz de desprenderse sin problema alguno, para no volver a sentir ese dolor que le había provocado aferrarse a alguien para luego perder.
Necesitaba sacarse esa tensión, necesitaba saciar sus instintos, necesitaba sacar esa parte oscura de él que se había creado hacía mucho tiempo y que le era imposible mantener encerrada siempre. Era otra de las razones por las que jamás una mujer llegaría a tener el privilegio de reclamarle con un hijo ilegítimo y es que Ricardo jamás tenía amantes que fueran más allá de una noche, cada vez una nueva mujer y ninguna jamás sabría su verdadera identidad, ni él la de ellas, eso quitaba la posibilidad de que ninguna lo buscara luego o lo involucrara en ningún tipo de escándalo, sin contar el exhaustivo control que ejercía sobre las chicas antes y después de mantener relaciones con ellas.
Todas cobraban una considerable suma de dinero por esa única noche que pasaban con él, pero las exigencias no eran pocas, análisis médico exhaustivo de enfermedades venéreas, inyección anticonceptiva obligatoria y la obligación firmada de informar a, Julio, su hombre de confianza, en la siguiente menstruación para dejar completamente zanjado y buen cerrado cada uno de los contratos. Porque obviamente también se cubría las espaldas con los correspondientes contratos de confidencialidad y de consentimiento.
— Señor, estoy seguro de que la chica de hoy va a ser de su completo agrado.
Le aseguró Julio, quien se encargaba de buscar, seleccionar a las chicas personalmente, también de hacerles los controles pertinentes antes y después de pasar esa noche con él, asegurándose de que no hubiera contratiempo alguno.
Aquella noche parecía realmente contento, sin duda esa chica debía poseer una belleza extraordinaria si estaba tan seguro de su elección o, tal vez, debía poseer mucha destreza para satisfacerlo. En realidad ni siquiera le importaba, lo único que quería era que firmaran el contrato y se comprometieran a abandonarse a todos sus deseos, también dejaba un espacio para que ellas pusieran los límites que no pretendían pasar, era algo que Ricardo respetaría, pero a menudo, esos límites eran bastante aceptables, igualmente Julio tenía muy claro lo que su patrón quería disfrutar y lo que no le convenía y no le traería nada que no fuera a disfrutar, de eso estaba más que seguro.
Lo siguió hasta la mazmorra que ya estaba preparada para él y la vio allí, tan perfecta, dándole la espalda, con ropa interior de encaje negro que enmarcaban a la perfección esos hermosos glúteos y un cabello larguísimo y Lacio que le caía por la espalda y terminaba justo al inicio de su trasero.
Ricardo dibujó una sonrisa ladeada en el rostro mientras se desabrochaba los botones de la camisa para arremangarla y le hacía un gesto a Julio para que se marchara y lo dejara solo con ella para luego caminar en dirección a la fémina.
Se movía con lentitud a su alrededor, como un depredador, observando a su presa antes de cazarla y devorarla hasta que quedó parado frente a ella y pudo comprobar que sus ojos estaban completamente tapados y no era capaz de ver nada. Era otra de sus múltiples exigencias, todas las mujeres que estaban con él debían llevar un antifaz con el que fueran incapaces de verlo y, del mismo modo, él tampoco pudiera reconocerlas luego, no quería saber más de ellas fuera de allí, no le interesaba intimar con nadie ni tener cariño por nadie, su vida era perfecta y ordenada tal y como la llevaba hasta entonces.
— De rodillas — la orden fue dada con voz firme, pero tranquila — Esta será la única cosa que voy a permitir que elijas tú — aseguró caminando en dirección al armario de los juguetes donde Julio solía dejarle el contrato, se tomó unos momentos para leer sus límites y sonrío complacido al ver que ninguno se le hacía imprescindible, tomó una de las fustas acariciándola con suavidad entre los dedos y volvió frente a ella observándola desde arriba — Dame tu palabra de seguridad.
— Agave, esa es mi palabra clave — Dijo la chica tras estar unos segundos callada, posiblemente analizando cuál sería la mejor en su caso.