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Al límite de ti

Al límite de ti

Feri BG

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Capítulo

Al límite de ti Descripción Joven soltero busca esposa. No te diré mi nombre hasta que nos conozcamos. Tengo 27 años y busco una mujer capaz de ver el matrimonio como un trato en el cual tendrás el beneficio de una vida cómoda y sin preocupaciones por los cinco años que durará el contrato nupcial. Los requisitos para que este acuerdo se lleve a cabo son: que tengas entre 20 y 26 años, no más alta de 1.80 centímetros, bella (a mi parecer), delgada, de buen corazón, con altas cualidades empresariales, que siempre esté disponible para mis eventos, sin hijos ni casada anteriormente, que quiera contraer matrimonio en un mes y respete mis siguientes reglas: 1. No enamorarse de mí. 2. No mentirme. 3. No hablar con nadie sobre lo que vea o pase a mi alrededor. Si crees tener el perfil, prepárate para conocernos en una semana. El multimillonario Maxwell Nox no cree en el amor. Pero al ser obligado a casarse para lograr asumir la presidencia de la empresa familiar; coloca un anuncio para encontrar a esa mujer que acate sus sagradas reglas privadas: no enamorarse, no mentir y sobre todo mantener una relación profesional. No debería ser tan difícil ¿cierto? Ara Rojas es una de las cuatro finalistas seleccionadas para el puesto de esposa de un multimillonario y futuro dueño de la agencia de publicidad más grande de Montive. Aunque no es el tipo de mujer que él necesita, pues toda su vida se basa en una mentira, es la única que no está interesada en enamorarlo, así que hará lo que sea para conseguir ese contrato y con ello salvarse de las consecuencias de sus actos. Sin embargo, una serie de malentendidos, la irrupción del pasado, el destino y la pasión intervendrán para desbaratar sus planes. Un matrimonio pactado les beneficia a ambos, pero ¿será tan sencillo cumplir las reglas del trato como habían imaginado?

Capítulo 1 Max

Max.

19 de marzo 2022

—¡Logan Nox, ha muerto!

Xavier Pritz, el médico de cabecera familiar sale a darnos la noticia que ya todos sospechábamos al escuchar, hace varios minutos atrás, el grito desgarrador de mi abuela en la habitación contigua.

Sin embargo, aquello no evitó que sienta el gélido frío del rezago invernal recorrer mi cuerpo tras esas dos simples palabras.

Por unos instantes dejo de estar presente en la habitación y me sumerjo en el ruido ensordecedor de la lluvia en el exterior y del tic tac del gran reloj de madera de cedro a punto de salir a dar el famoso cu-cu por las seis de la tarde. Por un breve lapso de tiempo, estoy casi seguro de haber escuchado los golpes del bastón que el viejo daba al andar sobre el mármol del pasillo justo antes de entrar al gran salón.

—Mi más sentido pésame familia Nox —dice Antonio; mayordomo por casi más de cuarenta años, mientras inclina la cabeza hacia todos en la sala común de la mansión—. Joven Max —pronuncia a mi lado casi en un susurro antes de retirarse.

El resto de los trabajadores lo imita al inclinar sus cabezas hacia nosotros y profesar cuánto sienten nuestra pérdida.

Fui testigo de cómo todos a mi alrededor se abrazaban entre sollozos, pero nadie acudía para consolarme. A ninguno de mi familia le agradaba tanto como a mi abuelo y ahora este ya no existe más. De un momento a otro me sorprende el jaloneo en mi pantalón por parte de Nathaniel; el menor de todos mis sobrinos con tan solo tres años, miro hacia abajo y éste me recibe con su bella cara angelical, bastante parecido a su madre gracias a la genética, y entre balbuceos logra decir:

—Estás triste, tío Mas…. —sonrío y me pongo en cuclillas a su altura o casi todo lo que puedo.

—Sí, pequeño.

—¿Por qué? —Frunce el entrecejo y suelto una sonrisa que me hace sentir culpable.

—Porque el abuelo se ha ido.

—¿Y no va a volver? —Pone sus brazos como jarras y trata de mantener la postura erguida hasta que se balancea y yo lo sostengo antes que se caiga de bruces.

—No, porque a dónde se fue no hay boleto de regreso. —Estoy a punto de soltar las lágrimas y me contengo.

—Pero nosotros podemos ir a visitarlo. —Me da unas leves palmaditas con su pequeña mano en el hombro y se va corriendo hacia dónde están sus demás hermanos.

—Algún día —respondo al aire y me incorporo nuevamente.

No creo precisamente en el cielo o el infierno, sin embargo, estoy seguro que de existir el cielo, el viejo está ahí, tal vez dando una que otra lata o tan solo siendo especial como es.

«Fue», me repito internamente.

Las buenas personas se merecen ir al supuesto cielo. El viejo era algo terco y desidioso en los negocios, pero único en la vida. De esos hombres que ya no existen y no se pueden replicar. Por más que intenté imitarlo, nunca pude hacerlo bien, no tengo ese valor de darlo todo por quien amo y mucho menos he luchado más allá de un rin o a cuatro manos con uno que otro idiota y mi hermano. El viejo se había casado una sola vez y por más de 50 años, sufriendo la pérdida de dos hijos y teniendo que criar a seis revoltosos nietos; saludable y entero hasta que el cáncer que se originó por un pequeño tumor en el cerebro, detectado sólo porque decidió volver a cabalgar y al desmontar sufrió un colapso lo que derivó diversos estudios; todo eso lo fue venciendo. Y cómo él dijo:

—Si un día debo quedarme en cama por alguna enfermedad, es porque ya me voy a morir.

«Y el muy desgraciado lo cumplió», pienso.

Miro nuevamente a mi alrededor y su viejo sillón mecedora color café con los cojines rojos, aun luce tan imponente como antes, evoca en mí recuerdos de la infancia. Pasé los mejores años de mi vida en este sitio, entre grandes montañas, olorosos pinos y ríos sonoros. Con madrugadas largas y noches cálidas escuchando atento, mientras mis hermanos dormían, las historias revolucionarias y contradictorias del viejo. Incluso la vez que un grupo de bandidos ingresaron al fuerte Nox a las afueras de Montive cuando tan solo tenía dieciséis años y él mismo tuvo que blandirse en armas para poder defender a sus padres y hermanas de los grupos saqueadores que se habían formado tras la guerra interna que se originó cuando mi bisabuelo llegó a invadir las tierras y obtener las gemas valiosas del pueblo. Aquella invasión, según él, había durado varios días, siendo herido en la pierna más de una vez, usando desde aquella ocasión su tan famoso bastón que en el mango tenía la cabeza de un águila. En aquel entonces no se le iban tanto las ideas, era más osado como cuando me subió a los cinco años en un caballo, completamente solo, para que cabalgara como él, sin importarle en ningún momento los alaridos de mi madre para pedirle que me bajara mientras corría con mi hermana recién nacida en brazos por todo el fango.

Suspiro con añoranza y me arrojo al sillón pequeño a un lado del suyo que ahora me queda tan chico. Todos mis más preciados recuerdos se encuentran en tan inmenso lugar, que sin él, ya luce escueto y vacío.

—¿Y para cuándo se lee el testamento del viejo?

Reconozco de inmediato la voz de quién pregunta, pero me niego a creer que alguien de mi sangre sea tan insensato como para preguntar semejante cosa a tan solo unos cuantos minutos de la hora de muerte, así que me doy la vuelta con gesto de desagrado; la boca torcida y entrecerrando los ojos, y al percatarme que sí es él, me levanto precipitadamente para encararlo. Pero, viendo mi intención, Ariatna; una de mis hermanas menores, se interpone en mi camino colocando su mano en mi pecho para calmarme. Del otro lado de la sala, mi hermano mellizo Nicolás sonríe descarada y déspotamente en dirección a mí. Ha llegado con alguien que no es su esposa, como si esto fuera una fiesta común en la que puede traer invitados. La mujer está inmersa en su bebida, está vestida con cuero negro y mastica sonoramente un chicle.

«¿Quién carajos se presta, sólo por que sí, a estas cosas?».

Nicolás y yo habíamos comenzado ya con nuestro habitual duelo de miradas, solo que en una de ellas se podía ver algo más que arrogancia esta vez: el dolor era evidente en mis ojos y la avaricia estaba clara en los oscuros ojos de Nico.

—Ten un poco más de respeto —digo después de un rato.

—Lo tengo —sonríe Nico—. Pero el viejo ya está muerto y nosotros no. Alguien vivo debe ocuparse de la agencia, ¿no crees, hermano?

—Tú, seguramente, no serás.

—¿Por qué no? Soy el único casado en la familia. Tú no puedes mantener contigo ni a un pez.

—Prefiero estar soltero que en un matrimonio donde la infidelidad —Señalo de forma acusatoria a la mujer que está a su lado—; es el pan de cada día. Te pareces a tu padre, haciéndole lo mismo a tu esposa que él le hacía a mamá. ¿A caso no ves que la orillarás al mismo fin?, maldito hijo de…

—¡Basta! —grita la viuda Nox —, yo soy el testamento de mi esposo y seré yo quien dictará las cosas. —Se toma un momento estudiando cuidadosamente a los que nos encontramos en la sala—. Tú, vete. —Le ordena a la mujer.

Esta mira a Nico y tras una conversación inaudible entre ambos se marcha llevándose consigo un tazón de plata con comida. La abuela mira a Nico con decepción y le ordena a una de sus cuidadoras que siga a la mujer y le retire su propiedad de las manos.

A la vieja Nox se le ve mal, los ojos hinchados, la cara roja y la mirada perdida aún en el pasado recuerdo de su amor muerto. Me sorprendo por el aguante que tiene. Perder primero a sus dos únicos hijos y luego a su esposo dejándola sola en el mundo, aunque nos tenga a nosotros, debe ser devastador.

Librándome del tonto intento de mi hermana por evitar una pelea, camino a paso lento y con vehemencia hacia mi abuela en espera de su aprobación, tomo su mano y la beso delicadamente. Sé con certeza que no soy su favorito. ¿Cómo pueden ser las personas tan contrarias? Mientras para mi abuelo fui su adoración desde el primer segundo de mi nacimiento, mi abuela durante años no pudo verme ni en pintura debido al gran parecido físico que tengo con mi padre. Pero esta vez es diferente, en sus ojos puedo ver un peculiar brillo cuando voltea a verme.

—Lambiscón —habla nuevamente Nico.

El silencio en la sala resulta sepulcral a la espera de que la abuela hable. Todos, hasta los más pequeños, miran con interés ante lo que está por decirnos sobre el futuro de la compañía. Ya que, a falta de más hijos, a la vieja solo le queda decidir entre sus seis nietos. Yo (Maxwell Nox), Nicolás, Ariatna, Lisa, Michael y Ronda. Ronda está fuera de alcance por sus dieciocho años, Michael y Lisa viven lejos de casa la mayor parte del tiempo como para ser candidatos y Ariatna, bueno, siendo madre soltera y con cinco hijos, lo que menos quiere es competir con sus dos idiotas hermanos (palabras de ella) por una presidencia que no le interesa en absoluto. Así que, solo quedamos dos contendientes, y si fuera por mí, esta guerra sería a muerte.

—Lo que mi esposo quería —comienza a hablar la abuela—, era que toda su familia se llevara bien. Que el pasado quedara olvidado y todos enmendaran sus errores como corresponde. Si uno de ustedes dos quiere la totalidad de la agencia Nox, debe dar un giro de 180° grados a su vida, sin trampas, sin mentiras y nada de lo que les caracteriza. Porque puedo ser vieja, pero no soy tonta.

Nos mira a ambos mientras se pone dificultosamente en pie con ayuda de mi brazo, su mano huesuda presiona y tiembla con fuerza, por un momento temo que se desbarate en ese instante, pero, para sorpresa mía, una vez en pie camina por ella misma hacia el retrato de su difunto esposo sobre la chimenea.

»Nicolás, si quieres mi voto como nuevo presidente de la agencia deberás dejar a un lado tus aventuras, las infidelidades constantes, estoy harta de ver a Molly sufrir de esa forma, ella es fabulosa. Tú lo sabes, debes respetarla de una vez por todas o dejarla ir, pero si decides quedarte en matrimonio con ella quiero que comiences a tener a víspera un heredero, todo esto en dos meses.

Molly Cooper, la esposa de mi hermano desde hace no más de dos años, es un encanto, paciente, tranquila y benevolente. De esas pocas mujeres que se encuentran hoy en día para un tipo como Nicolás. Ninguno de nosotros es capaz de entender porque le aguantó tanto de novios y ahora de casados. Ha estado en la familia desde que iba con nosotros a la escuela preparatoria. Mi abuelo incluso llegó a confesarme en aquel entonces lo que pensaba sobre ella:

—Es la mejor chica con la que te he visto, Max. Me gusta mucho para ti y estoy seguro que algún día ustedes dos terminarán juntos.

Yo negaba divertido ante aquella suposición, pues bien sabía que Molly y Nico ya estaban juntos, aun a pesar de la diferencia de personalidades y que los padres de Molly no lo aprobaban.

Yo los había presentado, pero ver el daño que mi hermano le está ocasionando me duele.

»Así mismo, Maxwell —La entrecortada voz de mi abuela me saca de mi ensimismamiento—, si tú lo que quieres es solo derrotar a tu hermano, demuestra que eres capaz de formar una familia, de ser más responsable y comprometido no solo con el trabajo, sino con la vida. Por ende, debes encontrar una esposa con tus visiones y cualidades, que este consciente de la familia a la que entrará y casarte el próximo mes. Me encantaría que primero te enamorarás, como la gente normal lo hace, cielo, pero si a ti no se te pone fecha límite, como en los negocios, no eres capaz de hacerlo por tu propia cuenta. Y creo yo, que te hace falta alguien a quién amar.

—¿Matrimonio? —escupo—. No, no, no. Yo no pienso casarme, soy demasiado joven e inteligente para eso. A parte, no estoy saliendo con nadie como para proponerme en un mes.

—No hay problema, tengo una lista de mujeres con las que podrías intentarlo. —La abuela sonríe sonsacadoramente mientras me guiña un ojo y busca algo en el pequeño bolsillo de su chaqueta por varios segundos—. ¡Aquí está!

—No tengo tiempo para citas con nietas de tus amigas, abuela.

—Lo tendrás.

—¿Por qué? —suelto de forma altanera.

—Porque lo digo yo —replica ella cruzándose de brazos y avanzando hacia mí a paso lento e intimidante—. Y no son nietas de amigas, son mujeres más trabajadoras que eso. Aunque también está la opción que busques tú a tu futura esposa.

—No puedes obligarme. —Me cruzo de brazos como cuando era pequeño y peleaba con ella porque no quería ducharme.

—Encuentras a una chica para casarte o yo decido quién de esta lista será la afortunada. Eliges tú, podría incluso aceptar a Govef.

Ariatna busca mi mirada y sonríe, yo niego rápidamente con la cabeza de forma solo perceptible para ella.

—Pero… —Nico y yo hablamos al mismo tiempo.

—Sin “pero” alguno. —Sentencia y sin darnos más tiempo de replicar camina hacía la salida para marcharse del salón.

Tras un momento de amargo silencio, con la sangre hirviendo y mis ganas de romperle la cara a alguien; Nico es el primero en hablar:

—Todo esto es tu culpa —escupe en mi dirección—, si fueras más normal nada de esto hubiera pasado. ¿Por qué no puedes encontrar a alguien pasa casarte o al menos fingir una relación?, ¿cuáles son esos defectos tan atroces tuyos que ninguna mujer los soporta como para estar contigo?

—¿Ser más normal?, ¿ser una escoria como tú? No gracias, prefiero estar muerto. Y para tu información yo no tengo ningún defecto, no me parezco a ti más que levemente en lo físico y eso ya es una bendición. En cambio, tú deberías escuchar a la abuela, Molly es una gran mujer y tú, pedazo de idiota la estas llevando al precipicio con tus inseguridades masculinas que te orillan a ser un infiel de mierda.

—Adelante, que lo haga. Es la debilidad de la familia arrojarse por la ventana como lo hizo nuestra mad…

Y antes de que Nico pueda terminar la frase, me arrojo hacia él con la cara encendida por la rabia, los puños listos para el contacto con su rostro y le propino el primer golpe en la mandíbula, escuchando como ésta truena y sus dientes se entre chocan un par de veces, sin esperar a que reaccione, continuo con el estómago, una, dos y tres veces, para después volver a golpearlo en la cara justo en el ojo izquierdo y luego en la nariz. Él hace lo propio tras unos segundos con el puño cerrado en mi mejilla y luego en ambos costados de mis costillas, pero no con tanta fuerza o la adrenalina no me deja sentirlos, lo cual resulta mejor para mí porque puedo continuar sin problema alguno. Hacía mucho que no me peleaba con nadie y la acumulación de energía que ahora explota por todo mi cuerpo me demuestra cuánto lo necesitaba. Tras varios minutos de golpes a intervalos de tiempo pierdo el sentido de quién ha golpeado más a quién en cuanto estamos rodando por el espacio de piso de mármol que queda al descubierto entre las alfombras de la sala. Nos detenemos un momento para ponernos de pie, de mi nariz sale sangre, creo tener la mejilla partida y puede que una hemorragia interna por el dolor agudo en mi costado derecho. Por su parte, Nico luce mal, con el ojo hinchado, la boca sangrante y con dificultad para enderezarse por completo.

A lo lejos escucho a Ariatna gritar sobresaltada:

—Ustedes, malditos idiotas, deténgase.

Y a los pequeños coreando al unísono:

—¡Pelea!, ¡pelea!, ¡pelea!

Pero ninguno de los dos hace caso, nuestro orgullo es el que manda y nos incita a continuar arrojando puñetazos al aire hasta que uno o dos logran conectar con el adversario dejándolo desconectado de la realidad por tan solo unos instantes.

—Maxwell, Nico, ¡paren ya! —chilla mi hermana una vez más, temerosa de meterse entre los dos—. Por el amor de Dios, paren.

Los sonoros golpes se pueden escuchar en toda la habitación, con cada movimiento rompemos todo a nuestro paso y llenamos más de una de las alfombras de sangre —espero que no mía—, mientras veo como Nico se arrastra por el suelo y decido arrojarle uno de los ceniceros viejos que usaba el abuelo, no para golpearlo directamente, si no solo para asustarle. Nico se levanta sobresaltado por lo cerca que estuve de atinarle, busca agarrar cualquier cosa disponible para defenderse y atacar; desde una de las patas rotas de la pequeña silla victoriana de la abuela que ahora está esparcida en toda la sala, hasta los atizadores ya regados y las lámparas hechas añicos.

Ninguno de los dos vimos venir lo que ocurrió a continuación hasta que la voz ahogada de Ariatna detuvo la pelea en seco:

—¡Mieeeerda!

Ambos volteamos siguiendo la dirección de la mirada sombría de Ariatna hacia la chimenea donde el cuadro del abuelo había caído, tenía un atizador incrustado justo en el área de su boca y se estaba quemando aceleradamente desde las esquinas hasta el rostro del viejo.

Levanto mis manos y las llevo hasta mi cara repitiéndome en voz alta:

—Imbécil. Imbécil. Maldito imbécil.

—Eso lo hiciste tú —recrimina Nico.

Yo solo decido ignorarlo, aun con las manos en puños camino hacia la chimenea y me inclino para sacar el cuadro sin importarme el ardor del fuego sobre mi piel. Pero ya es demasiado tarde, el fuego ha salido.

—Ariatna, saca a los niños de la casa —digo sin voltear a verla.

—Largo de aquí, malditos bárbaros —grita la abuela desde la puerta.

«¿Cuánto tiempo lleva ahí?, ¿lo habrá visto todo?».

Su voz entrecortada me parte el corazón aún más y me hace sentir como cuando era niño y hacía alguna travesura en el bosque.

Sin hacer caso a nadie a mi alrededor, observo a Antonio intentando apagar el fuego que ahora se extiende a las cortinas, escucho a Ariatna decirles a sus hijos que avancen a prisa para salir de aquel sitio y veo a Nico sacar a la abuela aun con los pataleos y golpes que esta le propina mientras él se queja adolorido por los que yo ya le había dado, pero yo solo sigo ahí observando el desastre que he hecho.

—Antonio, déjalo. Saca a todos de la casa y llama a emergencias —ordeno.

—Señor... —comienza a protestar, pero al ver mi rostro impasible decide marcharse sin decir más.

Saco el celular del bolsillo de mi pantalón, con la pantalla rota y batería baja, para marcar a mi propio número de emergencia.

Sin esperar a que responda del otro lado, hablo:

—La estoy cagando. Necesito verte en media hora, pide las llaves de mi departamento en recepción. Te extraño, pequeña.

Así mismo, antes de que termine de morir la batería, envió un mensaje a mis dos mejores amigos, Víctor y Danilo:

Junta urgente en mi departamento en media hora.

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