Ella corría con todo lo que sus piernas le permitían, sentía que su corazón estaba a punto de estallar por el esfuerzo, en su estómago sentía una presión que la ahogaba, pero no podía dejar de correr, sabía que si paraba su carrera la atraparían, debía esforzarse más.
¡«Oh Dios, ayúdame» pensó, « dame fuerzas para seguir corriendo», suplicaba en su mente que no paraba de pensar; ¿cómo saldría de aquella carrera que había iniciado hacía más de veinte minutos?
Sentía que sus pies pesaban como pedazos de cemento duro, necesitaba seguir corriendo o la atraparía.
Estaba muy incomoda cuando caminaba por la avenida que estaba a oscuras, había llovido y todo parecía una boca de lobo, muy oscuro, caminaba muy rápido apretando su cartera contra su cuerpo, como si ese objeto le diera la protección que necesitaba, no era un lugar muy seguro.
Había tenido que ir a culminar un trabajo en la oficina donde trabajaba y la lluvia torrencial la había mantenido sin salir y cuando por fin dejó de llover, había fallado el servicio eléctrico y para colmo, su jefe justo había llamado diez minutos antes para informarle que no podría llevarla hasta su casa.
¡«Maldita sea»! Había pensado cuando se vió sola en la oficina, la otra chica se había ido bajo la lluvia con su novio en una moto, ella no tuvo más opción que esperar a su jefe, solo para después tener que salir a oscuras en una calle que no prometía nada bueno.
De repente los vió salir de una esquina, eran dos hombres que al verla le habían demostrado cuáles eran sus intenciones,. ella sintió un frío en su estómago que casi la paralizó, pues se dió cuenta que eran enemigos de su jefe.
Se obligó a caminar más rápido y al pasar al lado de estos tipos, casi volaba con sus pequeños pies.
Sintió como ellos empezaron a seguirla, caminaban detrás de ella, la llamaron por su nombre y empezaron a acelerar sus pasos tras ella; no sabía a ciencia cierta porque conocían su nombre, pero sabía que no tenían buenas intenciones con ella.
En un momento, sin darse cuenta empezó a correr, no entendía qué había pasado con todos los taxistas; ¿Acaso se habían derretido bajo la lluvia?
Necesitaba qué apareciera uno urgente, pero ningún carro apareció para ayudarla a llegar hasta su pequeño apartamento, que solo estaba a diez cuadras de su trabajo, pero esa noche como que era más larga la distancia, pues sentía que no avanzaba.
Seguía corriendo y sentía arder su pecho, tenía ganas de vomitar, de llorar, pero solo debía correr, vió un pequeño claro a lo lejos, necesitaba llegar a esa luz.
«Dios, dame fuerzas para llegar a la luz» —pensaba— de repente sus piernas ya no respondieron, sintió como cayó al suelo y rodó con todo el peso de su cuerpo, sintiendo dolor en sus rodillas y codos por las laceraciones.
Los vió llegar sobre ella profiriendo maldiciones.
— ¿Qué pensabas maldita perra, que ibas a escaparte?— gritaron los hombres.
Uno la tomó por sus brazos inmovilizando por completo sus movimientos, sintió como la alzaban entre los dos para cargar con ella como si fuera un paquete.
— ¡Sabemos quien eres y que tienes la información que necesitamos!— dijo uno de ellos.
— ¡No se de que hablas!—se defendió ella.
— ¡Claro que lo sabes!— gritó uno de ellos— eres Camille Eubank, secretaria de Jared Corbit, y tú nos dirás todo o te irá muy mal.
De repente se oyó una voz detrás de los dos hombres.
—¡ Suelten a esa chica, malditos!— tronó la voz.
Uno de los hombres se volteo y se encontró con el círculo oscuro de un cañón de una pistola apuntando directamente hacia él.
— Eres tú solo y nosotros somos dos— gritó el maleante— esto no es asunto tuyo,esta chica es muy importante para nosotros— siguió gritando uno de los hombres.
El hombre de la pistola también gritó:
— ¡Ahora es mi problema y necesito a esa chica, porque también es valiosa para mí— gritó el hombre con la pistola alzada, los seguía apuntando— ¡Tengo suficientes balas para los dos malditos y les juro que no dudaré en disparar!— dijo con decisión— ¡suelta a esa chica!— gritó.
El otro se volteo lentamente, bajó a Camille, depositandola en el suelo, a lo lejos se escuchó la sirena de una patrulla, estos dos tipos intentaron moverse y el otro gritó:
— ¡Quietos!— dijo— les juro que voy a disparar.