Long Island, NYC.
La noche estaba tan fría y oscura como su vida, no podía dar marcha atrás, dio su palabra y la tenía que cumplir, pero:
«¿Valía la pena?»
Llegó a su edificio, mientras subía en el ascensor, a su mente se vino la imagen de ella, aquella joven que le enseñó a ver la vida de manera diferente, a su lado descubrió el verdadero amor. Se cuestionaba una y mil veces si la decisión que tomó días atrás era: la correcta.
«Si cancelo la boda» pensó para sí mismo, llevándose las manos a la cabeza, sin saber qué hacer.
Entró a su departamento. Se sorprendió al verla ahí. Su corazón entristecido saltó de alegría al mirarla. El joven contempló el hermoso rostro de la chica. Se reflejó en el verde intenso de su mirada, sin embargo, notó en aquellos ojos: angustia y tristeza, enseguida él se acercó para abrazarla. Ella, lo detuvo.
—Esta no es una cita romántica, no confundas las cosas —aclaró la joven.
—¿Entonces qué haces aquí? —interrogó él
La jovencita se frotaba las manos con nerviosismo, había pensado mucho antes de hablar con él, lo que tenía que confesar era algo delicado.
—Lo que voy a decir no es fácil, tampoco espero que suspendas tu boda, pero considero necesario que lo sepas —señaló la joven.
Él la miró con intriga, quizás más inquieto que ella.
—¿Qué quieres decirme? —interrogó con curiosidad él.
—Estoy embarazada —pronunció muy nerviosa, clavó su mirada en él, esperando una respuesta.
Él, palideció, se quedó absorto, no podía pronunciar una sola palabra.
Las ilusiones de la chica se fueron al piso ante la actitud de él, ella imaginó que, al enterarse de esa noticia, el hombre se iba a poner feliz, la iba a abrazar y besar, incluso llegó a creer que suspendería la boda, y huirían juntos.
—¿Embarazada? ¿Cómo sucedió? —interrogó desconcertado. La joven frunció el ceño, lo observó con enojo—. Perdón, obvio sé cómo pasó, pero es que no me lo esperaba —confesó él.
—Sí, ya me di cuenta de tu reacción, no espero que te hagas responsable, eres demasiado cobarde como para enfrentar a tu padre, prefieres abandonar a tu hijo, casarte con una mujer a la que no amas y ser infeliz por el resto de tu vida a cambio de dinero —recriminó llena de dolor, sintiendo como su corazón se rompía en miles de pedazos—. Me decepcionaste y si alguna vez te amé, ten por seguro que te voy a sacar de mi alma —afirmó la joven con un nudo en la garganta y todas sus esperanzas perdidas. Tomó su bolso para salir del departamento.
—¡Espera! —exclamó él. Ella giró, aun con la expectativa de escuchar de los labios de aquel hombre, lo que tanto anhelaba—. Perdóname, pero no es posible romper mi compromiso de la noche a la mañana —resopló con tristeza—, entiende mi familia renegaría de mí y no le puedo hacer esto a mi futura esposa —explicó con la voz temblorosa, lleno de confusión.
La chica salió corriendo del departamento, con la mirada nublada producto de las lágrimas, abandonó el edificio, siendo consciente que tenía que ser fuerte para sobrellevar todo lo que se le venía encima. En primer lugar: hablar con sus padres del embarazo, ocultar la identidad del papá de su niño, y sobre todo se preguntó:
«¿Cómo sobreviviría al día de mañana al ver al hombre que ella amaba, al padre de su hijo, casándose con su mejor amiga?»
****
En otra parte de la gran ciudad, los dedos de la chica acariciaban la seda de su vestido de novia. Era muy hermoso, sus padres no habían escatimado en gastos. Se suponía que el día de mañana sería el más importante de su vida, pero ella no lo sentía así, entonces se imaginó enfundada en aquel traje en corte princesa, bordado a mano, adornado con la más fina pedrería, caminando del brazo de su padre, para unir su vida, no precisamente al hombre con el que se iba a casar al día siguiente, sino con...
—¡Vas a parecer una verdadera princesa! —exclamó la voz de aquel hombre, que provocaba en ella un sinnúmero de sensaciones.
La chica se sobresaltó con solo escucharlo, giró su rostro para encararlo.
—¿Qué haces aquí? ¿No te quedó claro? —cuestionó sin dejar de mirar a sus ojos—. Te dije que no quería volver a verte. —¡Vete! —ordenó—, o no dudaré en gritar pidiendo ayuda.
—No me pienso ir —respondió con naturalidad—. Vocifera todo lo que quieras, no me importa. —Se encogió de hombros, acomodándose en la cama de ella, como era su costumbre.
La chica frunció el ceño, presionó los puños, indignada por el comportamiento de él.
— ¡No me tientes idiota! —amenazó llena de ira.
—¡Hazlo! —ordenó él, colocando sus brazos detrás de su nuca—. Quiero saber cómo le vas a explicar a tus padres que una noche antes de tu boda, tienes a otro hombre metido en tu cama. —Sonrió con ironía.
—¡Idiota! —exclamó, cruzando sus brazos, resoplando.
—¿Estás segura de casarte mañana? —inquirió él, sin perder de vista un solo segundo a la muchacha.
—Sí, lo estoy —contestó ella sin tener el valor de mirarlo a los ojos.