VICCA
Llegué a la recepción de la ofcina, Silvia se levantó
servilmente, echando las manos al frente de su cuerpo, cruzándolas.
Un gesto que solía hacer el secretario en mi
presencia.
Me gustaba cuando se comportaba así, siendo obligada a
verme allí. La otra secretaria a su lado, bastante bonita por cierto,
miraba en silencio, prestando mucha atención.
— ¿Y el emperador? “Pregunté por mi marido.
Era un hombre temido, a quien todos estaban obligados a
respetar. No es que mereciera ningún respeto. Como jefe era
verdugo, y como marido, maldito.
Es con el señor Sil. Acaban de entrar, señora. –
respondió Silvia muy cortésmente, cortésmente. Detrás de su mirada era
fácil ver lo falsa y torcida que estaba siendo. Asentí, sintiendo
una punzada en el estómago. Fueron las náuseas de siempre, no falló,
me afectó cada vez que estaba en medio de tanto veneno,
inhalando el aire que serpenteaba por la atmósfera de esa guarida.
Fui directo al pequeño pasillo, que daba acceso a
la habitación de mi marido. Mientras me acercaba, escuché las voces de Franco y Sil.
Las conversaciones se detuvieron, llenas de suspenso. Aproveché que la puerta
estaba entreabierta y pegué la cara a la pared; manteniendo los
oídos abiertos.
“Él llega hoy. — Escuché a mi esposo hablar y
palmear a su amigo y compañero en el hombro. Miré a través de la rendija y su
gran mano todavía se clavaba en el hombro de Sil. Regresé a
mi posición vertical en la pared, manteniéndome alerta.
"¿Crees que Vicca realmente aceptará un guardaespaldas
todo el tiempo pisándole los talones?" — escuché preguntar al amigo,
interesado. Y por el tono de su voz, también parecía intrigado, un poco
incrédulo.
Franco ya me había sondeado un par de veces sobre el tema.
Y cuando me preguntaron, no dejé ninguna duda de que no quería un
guardaespaldas pisándome los talones. Mis oídos prestaron más
atención a ambos, escuché a mi esposo dar una
respuesta hostil y sin fltrar a Sil, quien respondió con una mirada casi fja y un
débil asentimiento. Desvié la mirada y luego volví a espiarlos a
los dos, pensé que Sil iba a decir algo más, para ir en contra de lo que le
dijeron, pero, como yo, y todos en el desarrollador, sabía que
Franco nunca daba importancia y relevancia a las opiniones contrarias
a la suya, por eso no se atrevía a cuestionar con
más insistencia a su amigo y jefe; Lo conocía bien, era un tipo muy cobarde.
Nunca me atrevería a hacerlo.
“Todo esto es una mierda. - hablé en voz baja, conteniendo las ganas
de apretar los dientes y entrar por la puerta, gritar, decir que no
aceptaría semejante broma. Pero, por desgracia, tenía mucho que
perder cediendo a los arrebatos.
Fue frustrante descubrir que
mi propio esposo me iba a dar un perro guardián y que mi vida se volvería aún más
miserable. Apoyándome contra la pared, me di un respiro y me vi obligado
a respirar hondo, o no sería capaz de entrar y enfrentarlos a los dos.
Ajusté mis lentes sobre mi cabello y abrí la puerta como si
acabara de llegar. Ni un segundo más ni un segundo
menos después de la conversación que escuché.
- Cariño. — Mi esposo no ocultó el aparente placer
de estar frente a mi presencia. Pensé que era porque quería
darme la noticia de primera mano, ya que nunca me había recibido con tan buen
humor y dulce receptividad. "¿Has leído mis pensamientos y has venido a
verme?"
Sentí un rastro de ironía en su voz, lo cual era inusual.
Franco siempre fue muy pragmático y directo. Actúa sin rodeos.
Se levantó de su silla y me dio un beso. Seco y frío como de costumbre.
Sil bajó la cabeza y se acercó a la
pared de espejos, dándonos un poco de privacidad. Podía sentir lo
tenso que estaba, como nunca lo había visto en su vida. Miré de él a
Franco y pregunté como si no supiera nada.
'¿Algo está pasando aquí?'
Sil apartó la mirada de la mía y bajó la cara mientras
las manos de Franco moldeaban mi cara por encima de las puntas de mi
pelo corto.
“Sabes que quiero lo mejor para ti. ¿No sabes mi
amor? Escuché, fngiendo estar ajena a todo. Continuó: —Desde
que sufriste ese intento de secuestro hace dos meses,
he estado pensando seriamente en apoyarte, protegerte de manera más
segura. Una de sus manos bajó hasta mi hombro desnudo,
pero la otra permaneció en mi rostro, acariciándome con rudeza, sin
delicadeza. Tenía ira, un impulso de alejarlo, de permanecer lejos.